lunes, 31 de octubre de 2011

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

La telenovela nacional



Por: Javier Garvich

Posiblemente se llamará “Amor y muerte en el Colca”. De hecho uno de los protagonistas ya ha prometido escribir un libro y, nos imaginamos, que la otra parte no se quedará atrás. Después de más de 200 días, la aparición del cadáver de Ciro Castillo no ha hecho más que reavivar una telenovela peruana online y nonstop que se reproduce por los medios con inaudita insaciabilidad.

¿Qué ha hecho posible que un incidente aislado en la sierra sur, cuyos protagonistas son miembros de una clase social más que desahogada, donde apenas hay un cadáver y sin ninguna relación con conflictos políticos o sociales, haya tenido la presencia mediática que tuvo?

En principio, concedamos, el caso de Ciro y Rosario fue un invento interesado de los medios que sirvió como cortina de humo en una campaña electoral cuyos resultados no gustaban nada a los despachos del poder. Primero fue el hallazgo de una estudiante moribunda y superviviente, luego la búsqueda espectacular de su pareja a la que se creía igualmente moribunda y próxima. Luego el culebrón de encontrar siquiera su cuerpo, con adivinos y telépatas de por medio, mientras la superviviente aparecía en los medios como una Mater Dolorosa. En algún momento –posiblemente previendo el aburrimiento del auditorio- brotaron las tesis conspiranoicas que enrarecieron las pesquisas y promovieron la paulatina crucifixión mediática de Rosario, “la chica cuyos novios le cargaban la mochila” como la motejó con elegancia el periodista Ricardo Uceda.

Y luego, lo que podía ser una larga y difícil pero ecuánime investigación, se convirtió en un fuego cruzado alimentado por el morbo y las ganas de vender de los medios. Porque el hecho capital de este circo es que ha demostrado –una vez más- el perverso poder de la prensa chicha y la televisión basura peruana, cuya calidad excrementicia se ha convertido en el sello de identidad del nuestro periodismo a nivel internacional.

Sin embargo, el éxito mediático de la tremebunda historia de amor y muerte de los dos tórtolos de la Universidad Agraria no solamente es resultado del pujante hozar de nuestros periodistas. También es una muestra de las furias y las penas de nuestros compatriotas. De ese imaginario popular que ha sido labrado golpe a golpe en el último cuarto de siglo. En una sociedad donde se desmontaron todas las instituciones y prácticas protectoras o cohesionadoras de comunidad, bajo un régimen corrupto y un Estado generalmente clientelar; las estrategias privadas cobraron mayor atractivo. Y eso significó una escuela peruana y popular de individualismo que no solamente dio sentido al famoso espíritu emprendedor (es decir, la capacidad de hacer empresa en el Perú, no importa los medios que se usen), sino también forjó una ética egoísta rayana en el cinismo.

Decía Chesterton que el peligro de no creer en Dios no era que uno no creyera en nada, sino que terminara creyendo en cualquier cosa. En la jungla cotidiana del capitalismo neoliberal, desacreditadas las utopías colectivas y humanistas, cada uno construye su discurso privado bajo los paradigmas de la sociedad del espectáculo. Despolitizados todos, nuestras opiniones y sensibilidades son gobernadas por construcciones folletinescas sobre el bien y el mal, donde las ideologías judeo-cristianas, militaristas y conservadoras se han sedimentado en un limus fangoso que discurre por todo tipo de instituciones y medios.

Esa ética del espectáculo -que procesa la vida dentro de los formatos del reality show, la telenovela y el noticiero de sucesos- transforma una marcha ciudadana de protesta en una horda terrorista, inventa un asesino en serie de una reyerta callejera, etiqueta gratuitamente a los maestros de violadores, sindica a los ediles de izquierda como vagos, trivializa las adiciones y los delitos de artistas y futbolistas, ignora y calumnia las violaciones a los derechos humanos mientras convierte un incidente privado en una trama criminal. Nos hace insensible ante revoluciones e injusticias al mismo tiempo que nos convoca al destripamiento público de individuos desesperados o derrotados.

La solución a esta polintoxicación nacional no está solamente en convertir a la televisión en algo parecido a la BBC ni regenerar la prensa para que todos leamos símiles de El País o The Guardian. El camino de devolvernos la ciudadanía y el espíritu crítico pasa por la calidad educativa, el acceso democrático a servicios públicos, la posibilidad de hacernos oír por los poderes fácticos, la moralización integral del Poder Judicial y el estímulo a propuestas alternativas y creativas de la sociedad civil. Que el ágora de los ciudadanos suplante finalmente a la telenovela nacional. Puede hacerse.


miércoles, 26 de octubre de 2011

El gobierno de Ollanta Humala y la Política de masas



Por: Jorge Luis Duárez Mendoza

Se cumplen ya casi tres meses desde que Ollanta Humala asumió la presidencia en el Perú y si bien ha logrado impulsar medidas bastante importantes para la política nacional (renegociación de los impuestos a las mineras, ley de consulta previa, creación y ampliación de la cobertura de políticas sociales, etc.) y hacer frente de forma relativamente positiva a situaciones sumamente incómodas (los intentos de destitución de Ricardo Soberón de DEVIDA y de Aída García Naranjo frente al Ministerio de la Mujer, además de los escándalos de corrupción del vicepresidente Chehade y miembros de su bancada), sigue quedando pendiente un desafío central: el desarrollo de una política de masas.

Si bien resulta valioso el apoyo que ha expresado la Central General de Trabajadores del Perú al gobierno de Ollanta Humala, esto automáticamente no supone la consolidación del apoyo brindado por amplios sectores sociales. Estamos lejos de aquellos años en que el sector obrero lideraba al movimiento popular. Diversas demandas más allá de las laborales resultan relevantes en el actual escenario nacional, entre ellas son particularmente importantes las producidas por comunidades campesinas y poblaciones afectadas por la actividad minera. Síntomas de esto son los diversos conflictos sociales que se generaron y agudizaron durante el gobierno de García y las manifestaciones que se han producido en las últimas semanas.[1] Si por política de masas entendemos el despliegue por parte del gobierno de mecanismos de articulación de diversas demandas sociales para dirigir a la sociedad, el gobierno tiene una enorme tarea por delante.[2]

Vistas desde el desafío de generar una política de masas resultan significativas las diferentes visitas que ha realizado el presidente Humala a las zonas más relegadas del país, entre ellas el sur andino y la frontera amazónica. Estas visitas permiten -entre otras cosas- acercar al presidente a la población, recoger sus demandas y brindar cierto apoyo social, es decir, realizar a pequeña escala el discurso de inclusión social. Pero evidentemente esto es insuficiente. La política de masas no se reduce a las visitas esporádicas del presidente, ni siquiera al perfeccionamiento técnico de las políticas sociales –lo cual es sumamente importante. La política de masas supone constituir, articular y reincorporar las demandas de base a la política nacional-estatal, en otras palabras, hacer política.[3] De esta forma el gobierno logrará constituir un nosotros que consolide su identidad política.   

Volvamos a las demandas alrededor de la actividad minera para entender los alcances de la política de masas. Lo que la experiencia muestra es que muchas veces actores con diversos discursos sobre la actividad minera (unos más extremistas que otros) logran canalizar el descontento popular sin mayor disputa con otras fuerzas políticas. En esta demanda en particular el gobierno debe tomar la iniciativa logrando interpelar a la población a partir de una clara posición en torno al rol de la minería en el desarrollo nacional. Así, teniendo a la inclusión social como nodo articulador, el gobierno puede representar las demandas de las comunidades campesinas y poblaciones afectadas por la actividad minera, vinculándolos a su vez con las demandas de obreros, pequeños y medianos empresarios, indígenas amazónicos, etc. en una misma identidad política.

El desafío del gobierno de desarrollar una política de masas está vinculado con la posibilidad de redefinir la agenda neoliberal instalada claramente desde los años noventa en el país. Si bien Ollanta Humala llegó al poder representando –entre otros- la insatisfacción de diferentes sectores del país frente a las consecuencias de las políticas neoliberales a lo largo de veinte años, esto no asegura que el performance del gobierno logre revertir la hegemonía de dichas políticas. Esto dependerá de su capacidad de lograr consolidar una política de masas que le dé un carácter popular. La administración del Estado no debe hacer olvidar al gobierno la importancia de hacer política.
  


[1] Durante el gobierno de García los conflictos socio-ambientales pasaron de ser 19 en agosto de 2006 a 118 en junio de 2011. Fuente: Defensoría del Pueblo. Además, en las últimas semanas se han reactivado las movilizaciones en contra de minera Yanacocha en Cajamarca y Southern en Tacna. 
[2] Partimos de reconocer la producción política de lo social, es decir, que toda constitución de un determinado orden social supone una práctica política. Al respecto ver: Laclau y Mouffe (1985).
[3] Esto supone una bi-direccionalidad en la relación entre representantes y representados, en donde dicha relación constituye las identidades políticas. Al respecto ver: Laclau (2006).

domingo, 23 de octubre de 2011

La historia y la ficción: la última novela de Piglia



Por: Rómulo Torre Toro

En una entrevista, Georges Duby sugirió la idea de que un libro privilegiado es aquel que establece relaciones amplias, fecundas, con el mundo que le dio origen. Aunque esa pueda ser una forma unilateral de verla, la última novela de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941) confirma la idea del historiador francés. Pues, aunque el texto soporta diferentes perspectivas de lectura, Blanco nocturno (Anagrama, 2010) juega desde la ficción con la historia argentina. Esta es una característica que es casi una constante en la obra del escritor rioplatense. Su primera novela, Respiración artificial (1980), problematiza la Historia como disciplina desde algunos postulados teóricos y metodológicos. Además, se hace presente en ambas novelas el resquebrajamiento de las estructuras: en Respiración artificial se renueva la forma de la novela epistolar; en este caso, la novela ensaya una ampliación de la novela policial. Una ampliación porque le añade elementos que hacen del texto uno de los más ambiciosos de Piglia y, también, el que apuntala (si es que era posible hacerlo más) su figura como la más importante en la narrativa latinoamericana contemporánea.
Blanco nocturno se inaugura con un crimen que dará pie al despliegue del relato y todas sus aristas. Tony Durán es un mulato norteamericano, de origen portorriqueño, que llega a un pueblo en la provincia de Buenos Aires. Está vinculado a las hermanas Ada y Sofía Belladona y, por extensión, al padre de ambas. Lleva dinero, dicen todos. Inesperadamente es asesinado y así tenemos el primer acontecimiento. El acontecimiento. Porque a partir del crimen se revelarán una serie de conexiones con diferentes esferas, desde la más íntima, la familiar; hasta la pública, la política. El asesinato de Tony Durán conduce a que el fiscal Cueto actúe, veladamente, en favor de la solución más ventajosa: considerarlo como “un crimen privado, nadie está implicado. Caso resuelto” (pg. 141), donde se acusa a un japonés, Yoshio, de ser el autor del homicidio por razones pasionales. Pero se encontrará con el comisario Croce que, por el contrario, está empeñado en “mostrar que las cosas que parecen lo mismo son en realidad diferentes” (pg. 142). Descubrir: “ver de otro modo lo que nadie ha percibido” (pg. 143). Del conflicto que inevitablemente se entabla, surgen dos personajes centrales: Emilio Renzi, periodista de El Mundo de Buenos Aires; y Luca Belladona, segundo hijo de la familia y dueño de una fábrica de autos que opera, entre escombros, en el pueblo. De la relación entre ambos se irá tejiendo tanto el relato de la familia Belladona, fundadora del pueblo y la más poderosa del mismo, como el relato de la fábrica y su posterior quiebra producto de la crisis económica.
Como ya hemos dicho, el asesinato de Durán es el acontecimiento. En términos de Duby el acontecimiento es “como un adoquín que se lanza a un charco y que hace salir de sus profundidades una especie de fondo un tanto cenagoso, que hace aparecer lo que bulle en el basamento de la vida”. Pocas ideas son tan certeras como esta: en la novela de Piglia es a partir de ahí que la estructura de la novela policial se ensancha, se amplía. Porque se supera la intriga unidireccional que nos conduce al descubrimiento del homicidio. Nos conduce por otras vías, por vías que reconstruyen la historia del pueblo. En ella, el actor principal es la familia Belladona. Fundadora del pueblo, es la principal impulsora de la construcción del ferrocarril y, una vez formada e instalada la familia, obtendrá un enorme poder a partir de la acumulación de tierras. La familia se hará dueña y, por lo tanto, establecerá un modo muy particular de velar por sus intereses y ver el progreso del pueblo. Posteriormente, uno de los hijos, Luca Belladona, junto a su hermano Lucio, hará un taller que crecerá hasta convertirse en una fábrica de automóviles que funcione en el mismo pueblo. Una fábrica que genere suspicacias entre los poderosos del pueblo, incluyendo al padre, y que afecte los intereses de otros. Un conflicto que se agudizará con una crisis económica que afecte a la fábrica y tengan que dejar de producir.
Entonces surge el conflicto. Y se hacen válidas las reflexiones de Renzi: “Los que hablan de conciliación y de diálogo son siempre los que ya tienen la sartén por el mango y el asunto cocinado, ésa es la verdad” (pg. 274. Resaltado mío). Porque se quiere, en un primer momento, vender la fábrica y estuvieron a punto de lograrlo. Luca Belladona se opone enérgicamente a todos, incluido a su hermano, con tal de no venderla. En un segundo momento, que constituye el presente de la novela, la intención es presionar para que la fábrica quiebre totalmente, comprar el terreno y levantar un centro comercial techado en el lugar. Nótese el paso. La estrategia. Todo confluye hacia un único punto: los intereses. El dinero que traía Tony Durán, se descubre, fue encargado por el viejo Belladona para reflotar la fábrica de Luca, su hijo. Se entabla un juicio para recuperarlo. Aparece, en esa situación, la habilidad del fiscal Cueto, pues le propone a Luca dos opciones: o aceptar que el crimen fue pasional y el autor Yoshio, que es en verdad inocente, y recuperar su dinero; o negar ese hecho fundamental y tener que extender el caso hasta su resolución y, recién en ese momento, reclamar lo que le corresponde por derecho.
Hasta aquí, notamos un aspecto notable en la novela. En palabras del historiador italiano Carlo Ginzburg, la microhistoria procede como una focalización de cerca a un aspecto específico del proceso histórico general. Puede ser, por ejemplo, la historia de un pueblo, una familia, una persona que sean representativos de la historia global. En ese sentido, Blanco nocturno puede funcionar del mismo modo: la microhistoria de una familia, los Belladona, insertada dentro de la microhistoria de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Representativos, ambos, de la historia argentina. Porque la familia Belladona es el agente modernizador que expande el ferrocarril, funda el pueblo; instalada en el campo  se acomoda a la lógica feudal que impera en ese espacio:
“Una de las leyendas más difundidas en el campo dice que, luego de la campaña del desierto, el Estado repartió las tierras conquistadas a los indios entre los oficiales y soldados con un método muy acorde con las tradiciones argentinas. Había que galopar hasta donde aguantara el caballo y el jinete pasaba a ser propietario de la tierra que cubriera en su cabalgata sin pausa” (pg. 208, nota al pie N° 28).
Acomodada a la lógica feudal del campo, la familia Belladona se desarrolla y adquiere un gran poder. Pero luego, uno de sus hijos, Luca, se convierte en agente modernizador nuevamente. Construye una fábrica, instala un nuevo modo de vida, un nuevo modo de trabajo. Genera, por lo tanto, una nueva ética. Y así entra en conflicto con los intereses en el pueblo. Estos buscan, por el contrario, conservar su propia forma de vida, por un lado; por otro, tienen distintos proyectos modernizadores. Las contradicciones están por todos lados. “Los comerciantes están atrás de eso, quieren hacer ahí un centro comercial. Odio el progreso, odio ese tipo de progreso. Hay que dejar el campo en paz, ¡un lugar bajo techo!, como si estuviéramos en Siberia” (pg. 210. Resaltado mío). Lo que se define, en suma, es cómo se construye la modernidad en el pueblo del relato. Esta microhistoria del pueblo, y la definición que se plantea para su futuro, es representativa de la historia de Argentina y de cualquier país latinoamericano. La novela nos permite ver, también según una idea de Ginzburg, con más detenimiento nuestra historia. Corregir desde lo particular, las miradas generales sobre ella.
Pero el conflicto no termina ahí. Ante el dilema moral planteado por el fiscal Cueto, Luca Belladona decide inclinarse por su dinero. Quiere, ante todo, reflotar su fábrica, seguir con su sueño, no claudicar. Acepta que el asesinato de Tony Durán fue pasional y el juicio termina a su favor. La conciencia, sin embargo, no lo deja tranquilo. No se perdona, no se tiene piedad. Luca Belladona se suicida. Entonces, termina todo: la fábrica, un proyecto, una ética distinta se queda en gestación. Luca Belladona “vivió en la verdad y en la busca de la verdad, no era un hombre religioso pero fue un hombre que supo vivir religiosamente […]. La vida de Luca fue una buena vida y debemos despedirlo con la certeza de que lo iluminó la esperanza de alcanzar el sentido en sus obras […]. Su obra estaba hecha con la materia de sus sueños” (pg. 293). Una obra, finalmente, significaba cambiar la orientación del mundo. La novela de Piglia reconstruye ficcionalmente, desde una perspectiva que podemos identificar con la microhistoria, el frustrado proceso histórico de un pueblo. Un pueblo que puede estar en todos lados. El Rómulo Gallegos ha llegado, de esta manera, a las mejores manos.

Piglia, Ricardo / Blanco nocturno / Barcelona, Anagrama, 2010, 301 pp.

jueves, 13 de octubre de 2011

La protesta de la Católica...¿protesta?


Por: El Anarco

La disputa entre las autoridades de la PUCP con el arzobispado ha generado todo tipo de ataques, defensas, insultos, acusaciones, etc., etc. Pero ha causado verdadera curiosidad  la “protesta” de los estudiantes del día 23 de setiembre. El afán de los estudiantes de alejar  esa universidad de la órbita purpura, produce más gestos que acciones concretas

Se ha repetido hasta la saciedad el argumento de que la defensa de la PUCP es la defensa de un espacio democrático y plural. Y la verdad ese rollo molesta. Molesta porque ese argumento se desvanece en un simple contraste con la realidad cotidiana que vive esa universidad. Habiendo perdido la universidad peruana peso político, proclamar que una universidad privada es la abanderada de la democracia, de verdad deja muchas dudas. 

Para dar cuenta del divorcio entre la PUCP y la realidad del Perú basta con entrar al campus y ver gráciles y educados venaditos comiendo tímidos el césped que seguro está prohibido de pisar.

¿Qué tan democrática puede ser una universidad privada? (más allá de que tenga fines de lucro o no) ¿O que tan plural es una institución cuando se  constituye en una suerte de fortaleza infranqueable?

La apertura de la PUCP tiene como condición previa dejar el DNI en la puerta y esperar la llamada de la señorita bien vestida que atiende en la puerta de los “visitantes”. Si responden, solo si responden, se puede ingresar.. ¿Se presume que de esa manera evitaran el ingreso de antisociales que perturben “la armonía democrática”?

Lo constante marca un carácter fidedigno. La democracia y pluralidad no son palabras que se restringen al ámbito cerrado de un aula, sino que deben vivirse diariamente, como un hábito que atraviese todas las acciones cotidianas.  Ello dota de sentido a la palabra que,  al igual que los actos, no son solo gestos o expresiones simbólicas de una voluntad.

Quizá sea por eso que genera curiosidad las formas tan edulcoradas de protesta de los estudiantes de la PUCP. Una forma que además no es reciente[1].

Durante los años de la dictadura fujimorista algunos estudiantes –quizá ávidos de ser aprobados socialmente- no dudaban en ir con las manos levantadas y pintadas de blanco mientras algunos policías veían facilitada su labor de golpearlos.  

¿Tanto se ha banalizado una protesta estudiantil que ahora consiste en utilizar pines y dar la vuelta a la manzana? Quizá la posmodernidad ha dado un nuevo giro a las formas más frontales de lucha. Después de todo existen jóvenes que se asumen revolucionarios por usar un polo del Che.


[1] Hace exactamente un año se organizó una marcha hacia el Poder Judicial que se desdibujó, pues la “marcha” consistió en el traslado gratuito en cómodos buses (amable auspicio de las autoridades universitarias) de los alumnos hasta la puerta del Palacio de Justicia.



lunes, 10 de octubre de 2011

Una novela sin remilgos


Por: Jesús Jara

La ciudad de los culpables (2007) es una de esas novelas que, con una fuerza desacostumbrada, ubican al lector en un contexto que varios escritores han intentado narrar no del todo convincentemente. De un tiempo a esta parte, varios narradores han tomado a la guerra interna como un tópico literario más, hasta el punto de convertirlo casi en un subgénero. Si bien es cierto que no se puede obligar al autor a tener una postura de compromiso social, creemos que a nuestro país, a nuestra literatura, le urge, hace mucho tiempo, una actitud diferente. Pues bien, Rafael Inocente no hace uso de un discurso que eluda o teorice el conflicto para darnos a conocer sus ideas. Y con esta novela, se ubica como uno de los referentes de la literatura de la violencia política.
Un personaje afirma que “No deseo crear una leyenda en torno a mí, ni sobre lo que pasé en las mazmorras del fascismo fujimontesinista (…)”. Por supuesto, no lo hace explícitamente, pero en la ficción, sí. La ciudad se nos presenta, a través de las cuatro historias estructuradas fragmentariamente, como un lugar que impone sus propias leyes, leyes que no obedecen al bien común, sino que reflejan la sectorización de un país controlado por un gobierno de terror, intolerante y represivo. Por si esto fuera poco, la sociedad es caracterizada –a través, sobre todo, de la mirada de Orlando Zapata, uno de los personajes centrales de la obra –, como alienada, con esas caricaturas humanas que viven de la moda, del lujo, del engaño, de lo material, de las caretas. De todo lo típicamente inservible que busca llenar las zonas vacías en la vida de estos personajes. Y esto lo vemos, en la novela, en la música que unos escuchan, en las tocadas, en la vida universitaria, en los espacios laborales y demás actividades.
La historia es narrada desde la ubicación de cuatro jóvenes: Orlando Zapata, que acaso sea el alter ego del autor, es, como ya se dijo anteriormente, la mirada crítica de la sociedad; Sebastián Estoico, personaje que junto con Lucía Goicochea –madre viuda que, debido a su anterior pareja, inicia una larga filiación política-, nos permiten conocer las reuniones clandestinas que se llevan a cabo en su lugar de trabajo (una fábrica), las cuales darán origen a manifiestos redactados bajo un punto de vista femenino- En éstos, se insta a las mujeres a tomar su papel en el cambio político que el pueblo, ellos/ellas, reclaman. Sus vidas, por tanto, no les pertenecerá a ellos mismos, por más que el amor se vea reflejado en sus ojos, sino que saben perfectamente que el amor, comparado con lo que significan nuestros ideales, es un impedimento para seguir avanzando. Como una presencia que los desvía. Lucía y Sebastián pertenecen al “pueblo”, a toda esa masa de gente que como sus padres, trabaja más de ocho horas diarias, aquella gente sin beneficios laborales y que viven como si tuvieran que cargar con la responsabilidad de un Estado ineficaz y autoritario. Julia Tudela, quien es económicamente la más acomodada en la novela, descubrirá que su realidad es otra, que su propia descendencia es otra. Ni el placer, ni mucho menos el amor, conseguirán cobijarla. El viaje que realiza junto con Orlando a la selva para buscar a su tío Matías es muy importante porque a través de la narración que realiza, descubrimos cómo se desenvuelve, socialmente, esta parte de nuestro país. Prácticamente es un pequeño reflejo de lo que se vive en la ciudad.
Casi al final del relato, Orlando descubre unas cartas que un amigo suyo, "el arótico Fuentes", le escribiese durante su estadía en la cárcel. Cartas que por muy afectivas que nos parezcan, dejan en las páginas finales de la novela un aura de desilusión, de oscuridad, un testimonio de vidas truncas, de vidas que nunca se pertenecieron a sí mismas. La historia que contiene las cartas es la de cuatro jóvenes que tuvieron que sobrevivir el período más complicado de la historia de nuestro país. Por lo tanto, creemos que Rafael Inocente ha escrito una novela necesaria, una novela que solo puede estar emparentada con esos pocos libros que tienen al verdadero personaje peruano, al verdadero personaje nuestro, como eje principal.
Novela de inmigrantes. Novela de mestizos. Novela clasista, si quieren llamarla así. Novela fragmentaria, como la vida misma. Novela de denuncia. El libro de Inocente nos da una mirada interesante porque es distinta. No cae en lugares comunes, ni en apologías innecesarias. Aun cuando Javier Ágreda afirme que se acerca al panfleto político. Se centra, más bien, en personajes que están al margen, aunque por esa misma razón sean centrales. Solo el tiempo ubicará a las novelas que intentaron narrarnos la guerra civil desde una perspectiva más auténtica. Sin los remilgos de algunos, ni las explicaciones antropológicas de otros.

Rafael Inocente. La ciudad de los culpables. Lima, Editorial Zignos, 2007

miércoles, 5 de octubre de 2011

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

Cuando los lumpen vienen de arriba

Por: Javier Garvich



Decía hace años Julio Ramón Ribeyro que teníamos la clase dominante más analfabeta del mundo, y no lo decía como elogio. Los que hemos estudiado ciencias sociales alguna vez nos topamos con la sentencia que en el Perú nunca hubo clase dirigente sino apenas clase dominante. En los últimos diez años, en pleno auge económico, no solo no vemos una clase dominante dinámica o de amplio vuelo, ni cosmopolita ni mucho menos culta. Más bien todo lo contrario, si nos acercamos al inframundo de las hinchadas pitucas de los palcos de Occidente. O tempora, o mores!

Más que buscar historiadores o heráldicos, la lectura de Manuel González Prada es esclarecedora para entender la pobreza cultural y la pequeñez moral de las grandes familias que gobernaron el Perú. Sea en Horas de Lucha, Páginas libres o Figuras y figurones; entendemos que muy poco podíamos esperar de familias que se hicieron ricas engañando al Estado en el cobro de indemnizaciones por la guerra de la Independencia o la manumisión de esclavos. Si uno disfruta La vie parisienne de Offembach, disfrutará también la escena en la que un opulento peruano (vendedor de guano, seguramente) intenta dárselas de gran señor en un salón parisino, con todos los defectos del nuevo rico y la autosuficiencia que da la ignorancia. Durante la Guerra del Pacífico, nuestra oligarquía no solamente se negó a financiar la defensa nacional aplicándose un impuesto a la renta, sino que protagonizó tremendos actos de cobardía y colaboracionismo con el enemigo.

Si bien es cierto que algunas familias se dedicaron con bastante más ahínco al estudio e investigación del desconocido Perú de entonces, también es cierto que siempre primaba ese espíritu de casta que los distanciaba del mainstream intelectual de su tiempo. Cuando la Universidad de San Marcos empieza a abordar temas centrales del país (cambios en los paradigmas teóricos acompañados de una praxis más política), los profesionales adinerados responden creando universidades privadas (la Católica y la Cayetano Heredia) para poder seguir manteniendo unas élites “incontaminadas” con las nuevas ideas que aprendían en los claustros. Esas conductas terminaron aislándolas del resto del país y cuando Velasco atacó sus intereses, lo hizo con la aprobación general de la población.

Menguado el poder de la rancia oligarquía, uno pensó las nuevas generaciones de empresarios serían más cercanas al común de la población. En cierta manera lo eran porque la guerra interna había producido una gran emigración de los retoños de las familias patricias de antaño y ese vacío fue llenado por los representantes de un capitalismo emergente, más “popular” y más “cholo”. El último cuarto de siglo se vivió bajo el discurso de los “emprendedores”, pequeños empresarios que casi de la nada empezaron a construir emporios y a tejer nuevas y sólidas alianzas con el poder.

Sin embargo, esta nueva clase dominante se consolida al amparo de la corrupción del régimen fujimorista, medrando en una informalidad rayana en la ilegalidad, bajo una cultura inmemorial de no pagar impuestos o saber evitarlos, con una conformación empresarial que se alimenta de los bajos salarios y las precarias condiciones de la gran mayoría de los trabajadores peruanos y con apreciables contactos con el sector narcoexportador nacional.

Pero además, se trata de un sector que, de tener raíces en el interior del país, prefiere ocultarlas y más bien seguir legitimando el discurso racista y discriminador. Se busca un blanqueo a toda costa, sea pasando largas estancias en los EEUU, sea la búsqueda desesperada de pareja en el Pozuzo o en la costa norte. El orgullo por lo peruano es un orgullo de casta, el orgullo del patrón que te enseña las bondades de su hacienda apropiándose del trabajo de los demás. Orgullo superficial además porque, como sabéis, el capital no tiene bandera.

Finalmente, como bien ha señalado el sociólogo Aldo Panfichi, los jóvenes de sectores acaudalados no toman en serio la administración de justicia. Es algo casi natural producto de una cultura de la impunidad que se ha establecido en el Perú en el último cuarto de siglo. Mucho Código y mucho hablar del Estado de Derecho, pero en la práctica, sale bien librado quien tiene más dinero y mejores contactos. Este desbarajuste ético se refleja en la incuria de nuestra clase política, en los proverbiales abusos de autoridad, en unos medios de comunicación serviles e hipotecados al poder y en un poder judicial erosionado largo tiempo por la corrupción campante.

Si en el caso de cohecho de altos funcionarios del Estado se pierden o manipulan USB’s con increíble normalidad, si en el caso de escuchas ilegales nadie quiere tocar a las instituciones militares que han tolerado dichas prácticas, si el lavado de dinero del narcotráfico ha llegado en el Perú a niveles monstruosos y nadie quiere ir más allá de la media denuncia y la acusación pasiva ¿Cómo extrañarse que en el caso de un homicidio incalificable en el estadio Monumental la empresa gestora de los palcos diga que no tiene videos de seguridad, que a uno de los acusados cierta prensa ya lo esté “limpiando” y que quieran salvar la cabeza de los asesinos mediante la autoinculpación de un infeliz a cambio de un buen puñado de dólares y el padrinazgo en la educación de sus hijos?

En un país donde lo más granado de nuestra pituquería paga poquísimos impuestos, evade responsabilidades mediante comisiones dolosas y genera ganancias a costa de una mano de obra precaria, indefensa y sin derechos que conforma casi el 80% de toda la población laboral; la lumpenería no es una excepción de chiquillos malcriados con plata, sino la extensión de una triste forma de vivir, trabajar, enriquecerse y gozar en el Perú.



Nota: El profesor Javier Garvich publicará su columna EL RONSOCO ILUSTRADO, todos los meses, en este blog.

lunes, 3 de octubre de 2011

La marca Perú: el no logo lorcho



Por: Bruno Yika Zapata

Una vez escuché decir a Gastón Acurio que hubiera preferido que el local donde se ubica la Casa de la Literatura Peruana fuese utilizado para poner un mercado donde vender productos para los turistas. En otras palabras: como los libros no “venden”, entonces a desecharlos dado que no generan ganancias en metálico.

Este tipo de discursos forman parte de toda una ideología impulsada con mucho ahínco desde el gobierno del ex presidente García. Su máxima expresión es la tan marketeada marca Perú; no teniendo mejor idea que promocionarla a través de un spot televisivo realizado en una ciudad llamada Perú pero en Nebraska, Estados Unidos.

En dicho spot se observan algunos personajes reconocidos en el exterior (Magaly Solier); o que su fama ha trascendido nuestras fronteras (Dina Páucar). Del mismo modo, se observa a Gastón Acurio y a otros “ilustres” personajes enseñando a los “gringos” que tienen el derecho de comer cabrito a la norteña, correr olas (en un lugar donde no las había) o jugar una tómbola donde un cuy es el personaje principal.

Es tipo de ideología fomenta la construcción de una serie de identidades lights, las mismas que buscan crear un sentido de pertenencia basado en el consumo por lo nuestro[1]. Otro tipo de expresiones identitarias, como las expresadas por la Confederación Nacional de Comunidades Afectadas por la Minería (CONACAMI), ante la contaminación de los ríos, o la Confederación Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI), exigiendo el pleno respeto de la Ley de Consulta Previa, son calificadas como pura expresión de resentimiento social

En síntesis: nos venden la idea de que la cultura = bien comercial (Machu Picchu) y que la identidad = consumo. Algo así como “incas, (porque vende); indios, no”, citando el interesante artículo de Cecilia Méndez (IEP, Lima, 1996. Documentos de Trabajo N° 56). Por otro lado, ¿Qué hay detrás de las marcas? Al respecto, el artículo de Juana Gallegos[2] titulado “Digno de Ripley” nos muestra cómo una empresa que cada vez abre más sucursales al interior del país, comete una serie de abusos en contra de sus empleados:

“Abuso sin nombre perpetrados por una empresa que se burla del ministerio de Trabajo, paga en muchos casos 100 soles de sueldo básico, persigue al sindicato con todas las armas a su alcance y puede pagar 73 soles en concepto de horas extras trabajadas durante ocho años” (Pág. 16)


La marca, sea cual fuera, tiene la capacidad de desaparecer todo lo que hay detrás de ella; incluyendo a los empleados que hacen posible la venta de los productos que la representan. La estabilidad laboral no interesa, lo que vale es lo que venden las grandes campañas publicitarias pues todo entra por los ojos.

Este dueto marca / publicidad son dos caras de la misma moneda. Tienen el poder de apelar a la sensibilidad de las personas y hacer que éstas tengan la necesidad de identificarse con la marca o más bien con lo que ella representa. Sin embargo, aquí la paradoja: para acceder a ese “privilegio” tienen que adquirir el producto y para ello no queda otra alternativa que comprarlo. ¿Si no tengo dinero para ello? Simplemente no formas parte del club; siendo excluido del privilegio de la posesión del producto.

Esta nueva forma de integración, a través del consumo, es la que se impulsa a través de la marca Perú. Soy peruano si como ají de gallina, poseo un ekeko para la buena suerte o tomo un buen pisco. Sólo así contribuyo a generar una verdadera “identidad nacional”. Grave error: lo que impulsa esta ideología, entre otros aspectos, es querer invisibilizar la dimensión social de las relaciones humanas. Por tal motivo, no importa si los derechos laborales de los trabajadores de Topy Top son pisoteados, o si los trabajadores de Saga Falabella tienen horarios de trabajo que no les permiten disponer de espacio para dedicarse a otras actividades.  



Nota. Si desean, pueden revisar la página web de:


[1] Ello quiere decir que nos quieren “meter” en nuestra mente que el Perú es primero en todo: en comida, en boxeo o que tenemos uno de los mejores torneos de fútbol. Pero aquí viene la paradoja: somos primeros en gastronomía o en tener grandes restaurantes pero la desnutrición alcanza un 32.8 % en el campo y la anemia un 50.4% (ENDES 2009).
[2] En: Semanario Hildebrant en sus trece. Año 2, Número 68 del viernes 12 de agosto del 2011.