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martes, 28 de agosto de 2012

SENDERO LUMINOSO, LA HISTORIA DEL PERÚ Y EL PORVENIR DEL SENDERISMO




Por: José Ramos Bosmediano[1]
 
Actualmente asistimos en el Perú a una nueva “huelga de profesores” bajo la dirección de Sendero Luminoso, iniciada el 20 de junio en las regiones de Cusco, Puno, Lambayeque, Apurímac, Ancash, Huancavelica, Ucayali y Junín. Se trata de una huelga de profesores entre comillas porque es parcial en las indicadas regiones y mucho más parcial si comparamos el Perú con sus 26 regiones, con el agravante de que en Lima, donde se concentra la tercera parte del magisterio peruano en actividad, no hay ninguna paralización.  Pero debe considerarse también las comillas porque la organización que dice representar a los maestros peruanos, el CONARE, no es un sindicato sino una simple fachada política de Sendero Luminoso y su brazo político denominado MOVADEF, cuya existencia tiene, como único objetivo, la liberación de Abimael Guzmán Reynoso y el grupo de senderistas condenados y presos por crímenes de lesa humanidad, además de otros delitos. Es decir, exactamente condenados por uno de los motivos de carcelería de los ladrones y criminales Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Así como pretenden participar en las elecciones generales, también, desde el plano sindical, sus objetivos son las reivindicaciones políticas de sus jefes.  Las reivindicaciones que los maestros peruanos reclaman son, para los senderistas, mera coartada.

Una pequeña historia de los absurdos infantiles de Sendero Luminoso en los gremios

Para quienes hemos enfrentado a Sendero Luminoso en el plano de las ideas, sobre todo al interior del Sindicato Único de los Trabajadores en la Educación del Perú (SUTEP, fundado en 1972), la conducta actual del senderismo no es una novedad.  Siempre ha jugado al radicalismo infantil, en el sentido marxista de la frase, de tal manera que sus propuestas de paros o huelgas siempre pretendían adelantarse en las fechas a las que se aprobaban en los eventos del sindicato.  

Asimismo, cuando se discutía el desenlace o finalización de cada huelga, los senderistas señalaban que para suspenderlas habría que conquistar todo el Pliego de Reclamos, de manera que, para su absurda concepción de la táctica, todas las huelgas del SUTEP han sido traicionadas.  Pero nunca han calificado de traicionadas las huelgas de sendos sindicatos de la clase obrera donde ellos, hasta 1988, ejercían la dirección, pues finalmente perdieron esos gremios y estos dejaron de funcionar porque sus huelgas eran de duración infinita: los sindicatos “luchaban tanto” que, al final, desaparecían de la escena.  

Es también un buen ejemplo de su conducta la mostrada cuando se suspendió la huelga magisterial de 1978 con la firma de un Acta de Compromiso según la cual la dictadura de Morales Bermúdez  aceptaba el cumplimiento del Pliego de Reclamos del SUTEP y los dirigentes senderistas que integraban el Comité Nacional de Lucha estaban de acuerdo con esa negociación SUTEP-Gobierno; sin embargo, cuando el régimen incumplió su compromiso, Abimael Guzmán dio la directiva para que sus huestes califiquen como traidores a los dirigentes del SUTEP bajo la Secretaría General de Horacio Zeballos Gámez. 

Otro ejemplo: cuando me cupo ejercer la Secretaría General del gremio, la propuesta senderista fue iniciar la huelga nacional indefinida de 1991 el primero de marzo frente a la anulación de los derechos de los maestros por el, hasta entonces, gobierno constitucional del fujimorismo. Es decir, proponían el absurdo de empezar la huelga antes de la matrícula escolar, una circunstancia que hubiese permitido al régimen enfrentarnos con más fuerza con los padres de familia y facilitar el traspaso de estudiantes hacia las escuelas privadas, objetivo fundamental de la privatización educativa que el fujimorismo preparaba desde el shock del 8 de agosto de 1990.

Tanto durante la lucha del magisterio peruano por la conquista de una Ley del Profesorado (Ley 24029) en 1984, como durante la lucha huelguística de 1990 para modificar y perfeccionar dicha Ley (se conquistó la ley modificatoria 25212 y un nuevo Reglamento), los senderistas, desde sus postulados de guerra popular y  equilibrio estratégico, afirmaban que “la ley no se come”. Así demostraban no solamente su desprecio a las aspiraciones de las masas trabajadoras, sino, principalmente, una ignorancia total sobre las orientaciones estratégicas y tácticas de las fuerzas revolucionarias y progresistas en la conducción del movimiento social, incluso cuando se trata de la conquista de reivindicaciones concretas. 

Es sintomático que el senderismo haya ido perdiendo presencia en el magisterio y en el movimiento estudiantil universitario durante las décadas 1980 y 1990, precisamente cuando ellos afirmaban encontrarse a las puertas de la toma del poder. Lo que sucede en todos los movimientos revolucionarios triunfantes es lo contrario: el movimiento de masas, en sus formas sindicales y populares, es ganada a la lucha por el poder, se multiplica y expande hasta convertirse en factor decisivo para acorralar a la clase dominante. Se convierte en reserva social para la lucha decisiva.  Resulta que el senderismo, cuanto más pregonaba el “equilibrio estratégico”, más se aislaba de los trabajadores, campesinos e intelectuales progresistas. Es que el senderismo nunca fue una alternativa correcta para las masas; ni fue un partido revolucionario marxista.  Hasta el pensamiento de Mao fue puesto de barriga, pues el revolucionario chino en ningún momento mandó matar a los componentes del pueblo. Tampoco a los de las clases dominantes. Los que murieron fueron quienes participaron en los combates, como producto del enfrentamiento y no de decisiones salidas de una necesidad de matar. Asesinar, incluso, a componentes de la izquierda no dispuestas a hacer suya la aventura militarista del senderismo.  Para Sendero Luminoso no había mejor heroicidad que matar a personas indefensas, fuera del contexto de la lucha de clases entre oprimidos y opresores. Desde esta concepción (la violencia purifica, diferente a decir que constituye la partera de la historia) se explican tanto las matanzas de SL, como las matanzas del Grupo Colina de Fujimori y Montesinos. 

Desde principios del presente siglo el senderismo empezó a reactivarse nuevamente en el SUTEP, especialmente durante la huelga nacional del gremio del 2003.  Desde entonces, empezó recuperar los escenarios que había perdido en la confrontación con la fuerza política que tiene mayoría en la dirección del SUTEP.  No solo empezó a recuperar, sino a ampliar su hegemonía en aquellas zonas.  Tuvo a su favor la falta de un debate permanente, de un deslinde en el seno de los maestros, en las bases.  El senderismo dejó de asistir a los eventos del SUTEP, pero se concentró en las propias filas de los maestros, levantando las aspiraciones de estos con la misma radicalidad con la que se luchó en la década de los 70, 80 y 90 para unificar a los maestros y enfrentar a los dueños del poder. Dueños que se niegan a resolver los álgidos problemas económicos, sociales y profesionales de los docentes peruanos. Cuando el diálogo se convierte en el medio privilegiado de la relación con la patronal, pero no produce más que una larga espera, en los trabajadores se genera una comprensible decepción.  La prédica radical, aun cuando sea muchas veces descabellada y carente de una orientación adecuada para la lucha sindical, encuentra recepción.  Es lo que está ocurriendo hoy con la orientación de Sendero Luminoso y su confrontación con la dirección del SUTEP.

Los factores favorables para el senderismo

El primer factor lo encontramos en las profundas desigualdades económicas, sociales y culturales que se mantienen en el Perú, producto del neoliberalismo que se ha impuesto y que las clases dominantes consideran como el único modelo posible, la clave del progreso, el desarrollo y la modernidad. Una concepción que se ve con mayor claridad en el caso del Proyecto Conga, en Cajamarca.  Esta desigualdad nos está arrastrando a una polarización social, aunque con escasa polarización política. No hay una fuerza opositora de izquierda capaz de ganar, a las más amplias capas de la población descontenta, a posiciones de izquierda que vayan más allá de las poses liberales socialdemócratas.  En este escenario, el senderismo sigue apareciendo como una opción de lucha consecuente para segmentos de trabajadores desesperados por su precaria situación salarial y mucho más cuando, desde los gobiernos, la prensa y hasta cierta capa intelectual, son injustamente vilipendiados y culpados como autores de la actual crisis educativa.  Si hay alguien que se levanta contra este oprobio, sin concesiones frente los opresores, indudablemente puede ser no solamente escuchado, sino considerado como líder natural para su lucha. A pesar de las absurdas orientaciones en el interior del magisterio peruano, Sendero Luminoso está cumpliendo el papel que otras fuerzas no hacen con suficiente fuerza.  

El segundo factor es el tipo de deslinde que la derecha, desde el gobierno, la prensa y otras instancias institucionales, ha venido presentando para combatir a Sendero Luminoso.  Estos sectores, preocupados más por derrotar a los sindicatos que luchan, han tomado el enfrentamiento con SL como un medio para sus objetivos antisindicales.  Sus acusaciones a los gremios como infiltrados por Sendero Luminoso y prueba, por tanto, de su ilegitimidad para representar a los trabajadores, no ha hecho más que favorecer al senderismo. Como cuando los apristas, durante la huelga magisterial del 2003, dieron cabida a Huaynalaya en su propio local de Alfonso Ugarte, porque los “sectarios” de Patria Roja no les daban cabida en su local. En ese mismo deslinde, la derecha y ciertos dirigentes sindicales y políticos de izquierda creen ingenuamente que derrotarán al senderismo acusándolo de criminales, sin definir bien qué concepción les lleva a ese tipo de comportamiento. El título del reciente libro  del antropólogo Gonzalo Portocarrero, Profetas del odio (Fondo Editorial PUCP, 2012), puede describir acertadamente la conducta senderista, pero da la connotación de la unilateralidad en el análisis del problema, lo que se convirtió en un factor de mayor cohesión entre los senderistas.  No se debe olvidar que las mayorías, cuando buscan sus reivindicaciones, no se sujetan a los escrúpulos de las clases dominantes ni de ciertos intelectuales “decentes” y “académicos”. Ellas siguen a los más dispuestos a reivindicarlos con su lucha. Si el deslinde se hubiese dado, durante el lago período de fundación y consolidación del SUTEP apelando a los insultos contra Sendero Luminoso, este no hubiese sido arrinconado en el magisterio. Hoy parece que ha ganado más cuerpo que en sus mejores años de actividad político-militar.  Pero la derecha es no solamente reaccionaria, sino torpe, pues en estos momentos viene presentando en el Parlamento un proyecto de Ley para que los condenados por terrorismo sean inhabilitados políticamente de por vida, lo que no proponen ni para los ladrones del Estado ni para los narcotraficantes.  ¡Cómo se nota su miedo o su incapacidad para debatir con Sendero Luminoso!

El fracaso de Sendero Luminoso

Las revoluciones triunfantes son aquellas que se sustentan en una teoría revolucionaria y en una práctica coherente con ella.  Sendero Luminoso surgió, qué duda cabe, como una fuerza con pretensiones revolucionarias, como toda organización basada en el marxismo.  Que su interpretación distorsionada de la teoría le haya conducido a donde se encuentra hoy, es parte de las contradicciones que ocurren entre la teoría y la realidad, entre las leyes objetivas de la revolución y la equivocada percepción de esa realidad y las propuestas para cambiarla.

Lo anterior se nota, inclusive, cuando se estudia las contradicciones entre los dos principales partidos durante el proceso de la revolución francesa.  Si en ese proceso hubiesen dominado  los girondinos con Mirabeau y no los jacobinos con Rosbespierre, la revolución francesa no hubiese pasado de ser un acontecimiento pasajero, episódico.  Por algo en América Latina la única revolución triunfante, hasta hoy, es la cubana, basada en la teoría de la lucha de clases y el manejo de la estrategia y la táctica con mucha solidez científica, como lo demuestra y explica Fidel Castro en sus dos últimos libros: La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica. 

El senderismo se aferró, desde sus inicios, a la experiencia revolucionaria de China bajo la orientación maoísta, en una realidad que podría haber tenido similitudes en la composición de las clases con la realidad peruana de antes de 1970, pero que después cambió con el derrumbe y derrota de los terratenientes.  Dogmáticamente el senderismo ha planteado una revolución antifeudal como si el Perú no hubiese cambiado. Pero, contrariamente a este postulado, su política de alianzas no se basaba en un movimiento campesino organizado, ni su supuesto carácter de partido proletario tenía un sustento real en la clase obrera.  Peleó contra todos y los militares le ganaron la partida organizando las paramilitares rondas de autodefensa.  Carecía de amigos en la izquierda porque todos eran “enemigos del pueblo” y mataban a sus militantes. Su concepción infantil, anarquista y militarista le llevó a la derrota, de la que pretende levantarse con los mismos métodos. Su presencia en el SUTEP busca quitarle el sindicato a Patria Roja. Ese es su único objetivo, aunque diga defender los derechos de los maestros. 

El 29 de mayo Condori estuvo en el evento del SUTEP y, cuando la mayoría de delegados aprobó el Paro Nacional para el 12 de junio, él decidió decretar la huelga desde el 20 de junio.  No tiene, pues, ninguna consistencia organizativa, pues si se parte de los principios clasistas es incongruente incumplir con el acuerdo de las mayorías (principio del centralismo democrático): anarquismo puro.

Hoy se encuentra haciendo no una huelga del sindicato, sino propia, la de Sendero Luminoso, para buscar la libertad de Guzmán Reynoso y otros senderistas presos. El resultado práctico es la división del gremio, su debilitamiento y el caro favor que le hace a la reacción, como ya lo hizo, destruyendo decenas de sindicatos obreros que en algún momento controló, a la vez que desorganizando al pueblo urbano y a los campesinos con su irracional prédica violentista. SL está ilusionado con el acatamiento de su huelga.  Pero su anarquismo es su propia derrota.  Por un Lado, Huaynalaya y su grupo, expulsados por traidores; por otro, Condori como nuevo grupo al mando de Oswaldo Esquivel, quien viene desde la fundación del SUTEP y que fue el lazarillo de Huaynalaya, pero hoy está en el Comité Nacional del MODAVEF dirigiendo a Condori.  

La primera regla para encabezar una lucha es la unidad de quienes dirigen.  Si los dirigentes están divididos, simplemente están engañando a las masas, pues sus problemas personales y de grupo las desorientan.  En el caso de los senderistas, los dos bandos aplican sus propias consignas sectarias contra sus enemigos internos. 

Recuerdo mucho que en la huelga nacional de 1991, tuvimos tres sectores de izquierda en el Comité Nacional de Lucha, uno de ellos, los delegados senderistas; pero nunca dejamos de estar unidos contra la política del fujimorismo, aunque, para no olvidar su anarquismo, los senderistas no quisieron acatar el levantamiento de la huelga a los 109 días, aunque su número se había reducido a una vereda en la Lima de aquel entonces, que gritaba para que la prensa los escuche y digan que el SUTEP estaba dividido o que Sendero Luminoso dirigía el sindicato.  Hoy veo a un parlamentario de Solidaridad Nacional que, en aquel tiempo, era uno de los que, desde un Canal de TV, repetía como lorito semejantes mentiras. 

El fracaso de Sendero Luminoso, en la lucha política y sindical, no se dará porque le repriman de la peor manera, sino porque sus concepciones sobre la lucha revolucionaria y la conducción del movimiento de masas son erróneas.  Deslindar con los senderistas obviando esas concepciones y solo insultándoles de criminales carece de eficacia. Las condiciones en que se encuentra el Perú propician también la aparición y cierto desarrollo de movimientos anarquistas y hasta terroristas.  El terrorismo como categoría política no es un insulto, sino la calificación de ideas y acciones que reemplazan el accionar consciente de las masas con la actividad violentista, “heroica”.  Como dijo Lenin a fines del siglo XIX: “ese no es nuestro camino”.  

El SUTEP no tiene apellido ni sustitución

Una mala costumbre de los anarquistas al interior del SUTEP es formar grupos con nombre propio.  En el caso de Sendero Luminoso, su organización fue siempre la llamada Coordinadora Clasista Magisterial, en la que se aglutinaban otros grupos anarquistas.  Esa fachada se desprestigió y fue derrotada. Hoy han salido con el CONARE-SUTEP, pretendiendo asignarle el papel de reconstructora del sindicato. 

El CONARE no puede reconstruir nada, pues el SUTEP tiene una estructura organizativa definida y una orientación clasista establecida desde su fundación. Que se pueda reorientar su accionar para darle mayor contundencia programática, que se requiera reorganizar sus bases en cada escuela, son tareas urgentes y eso puede ser posible sin cambiar la estructura organizativa ni los principios del sindicato. El CONARE no está en condiciones de promover esas tareas, pues su propia concepción anarquista es contraria a toda orientación sistemática.  A lo mucho podría tener hegemonía en algunos lugares, como lo tiene hoy, pero esa hegemonía no fortalecerá al gremio; más bien facilitará su división y su liquidación, como ocurrió en los casos que hemos mencionados.

En consecuencia, los maestros peruanos deben unirse más en torno a su sindicato y, desde dentro, producir los cambios necesarios para dinamizar y reorientar el trabajo organizativo, la lucha directa y la lucha pedagógica. El destino del SUTEP no pasa por el CONARE ni por los grupos anarquistas que se cogen de las banderas de Sendero para pescar algo, como viene ocurriendo con los trotsquistas del denominado Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que está llamando a plegarse a la huelga del senderismo.  

Pero tampoco el destino del SUTEP podría estar en las manos de grupos de derecha o afines, pues esos sectores han sido, muchas veces, aliados ocasionales de los senderistas con la finalidad de, supuestamente, derrotar a Patria Roja.  Por lo demás, son los culpables reales de la situación precaria de los maestros, de la educación y del país, pues siempre han estado enquistados en el poder y en el Gobierno. 
 



[1] Profesor de Filosofía y Ciencias Sociales, ex Secretario General del SUTEP (Perú), miembro de la Red SEPA (Canadá), fundador del Frente Popular de Loreto (Perú).

lunes, 28 de mayo de 2012

El fútbol peruano: un masoquismo necesario y un estilo de vida a seguir





Por: Bruno Yika Zapata

Eric Fromm mencionaba que todos tenemos, de alguna manera, algo de masoquistas y de sádicos, que ello es parte de nuestra “naturaleza humana”. Nietzsche decía también que no había algo más racional (apolíneo) que lo irracional (dionisiaco). Para el caso del fútbol peruano, ello cae como anillo al dedo. Nos permite comprender por qué algunos seguimos siendo hinchas de equipos de fútbol fracasados, en quiebra y con pocas posibilidades de ganar algo realmente importante. Es más, mientras más hundidos se encuentren nuestros equipos y estén más fregados, más sentimos la necesidad de estar con ellos.

El caso de la selección nacional es algo racionalmente más patético. Los que no hemos tenido la oportunidad de verlos en un mundial, tenemos la esperanza (“todos somos parte de la selección”, dice el comercial de la Cristal) y el anhelo de verlos jugar frente a los astros brasileros, ingleses o argentinos. En ese sentido, las grandes campañas publicitarias y mediáticas alimentan constantemente nuestro imaginario colectivo.

A ello debemos agregarle otro factor, fruto de la globalización consumista: la proliferación en nuestro país de academias de fútbol para menores. Los chicos ya no quieren estudiar, todos quieren ser como Neymar o como Jefferson Farfán. No importa si no termino el colegio, la idea es ganar lo que Manco en su nuevo equipo de fútbol.

Aquí se mezclan dos factores (o más bien se entrecruzan): por un lado, la necesidad de sentirse parte de algo, en este caso de un equipo del fútbol nacional; por otro lado, el estilo de vida a seguir por parte de las generaciones más jóvenes de los futuros “jotitas”. El primer caso responde a la necesidad de sentirse identificado con una comunidad imaginada con experiencias compartidas. El reconocimiento que surge de ello tiene estrecha relación con los viejos laureles obtenidos por estos equipos de fútbol. Muchos de dichos equipos son representantes de una localidad, de un puerto o de una ya inexistente clase social.

Soy hincha de fútbol de un equipo de puerto, un club que está quebrado, endeudado y sin sostenibilidad financiera para terminar el campeonato, pero ¿por qué sigo lo sigo alentando? La respuesta es simple: porque representa a una comunidad que quizás sólo existe en mi mente, pero de la cual me siento parte. Es más, cuando estuvo en segunda división, no solo yo, sino también mucha gente lo iba a ver al estadio más que nunca. Bajo esta perspectiva, el fútbol sirve como elemento de integración, el cual dudo deje de existir. Sino pregúntenles a los hinchas del Deportivo Municipal que aún lo siguen en la Liga de Breña.

El segundo caso si es un poco alarmante pues lleva a creer a muchos niños, adolescentes y jóvenes que lo importante del fútbol es ganar fácilmente mucho dinero. La idea del fútbol como medio de integración queda en un segundo plano y lo que prioriza es ser un futbolista “exitoso”, vestir ropa Nike, Adidas o Reebok, manejar autos último modelo o poseer a todas las mujeres posibles, teniendo en este caso como tótem a Cristiano Ronaldo.

Esta tendencia tiene como raíz la vieja idea del fútbol como pasión de multitudes y medio de integración. Las industrias ligadas a este rubro lo saben muy bien y la utilizan de la mejor manera: vendiendo sueños que, en el mayor de los casos, nunca se van a cumplir. Como diría Bauman ya no sería un fetichismo de la mercancía lo que se estaría impulsando, sino más bien sería un fetichismo del consumo. Detrás de ello están nuestras subjetividades, las cuales se dejan llevar fácilmente por el falso placer que ocasionan estos patrones culturales.

El llegar al mundial es lo de menos. Lo que ahora importa es juntarnos en casa de alguien con parrilla y chelas de por medio, Cristal obviamente, para ver masoquistamente los fracasos eternos de nuestra selección.

lunes, 6 de febrero de 2012

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

El APRA y el MOVADEF, caminos paralelos

Por Javier Garvich


Para entender la ola de intolerancia, fanatismo y revancha permanente que se ha desatado a partir de la iniciativa de inscripción del MOVADEF en el registro electoral; tenemos que hacer un poco de historia y recordar que en el Perú el consenso y el sentido común no son acciones habituales en nuestras clases dirigentes. Ellas siempre han sido más propensas al conservadurismo más cerril.
En 1932 un antiguo líder estudiantil encabeza un frente progresista llamado APRA que, en sus orígenes, tenía un ideario reformista, antiimperialista y latinoamericanista (hoy diríamos: bolivariano). Victor Raúl Haya de la Torre postula a las elecciones levantando las banderas de la reforma agraria y la nacionalización de tierras e industrias. Haya de la Torre ya había roto puentes con el comunismo y sus tesis no pasaban de ser un programa socialdemócrata, muy ligado al México posrevolucionario, con ciertos guiños a la estética fascista y con un discurso atractivo a las clases medias y a nuestra intelectualidad criolla. Incluso el embajador norteamericano, al entrevistarse con el joven político, quedó encantado con las maneras políticas de este “pichón de cóndor” como lo motejó Vallejo una década antes.
Pero para la oligarquía peruana y sus perros guardianes (léase, nuestras fuerzas armadas) el aprismo resultaba un demonio político al que se debía exorcizar y enterrar. No solamente terminaron apoyando la candidatura de Sánchez Cerro sino que colaboraron con operaciones de fraude electoral en algunas provincias para que el militar ganara las primeras elecciones masivas del siglo XX. Como si fuera poco, Sánchez Cerro aplica un “autogolpe” (sí, Fujimori no fue el primero en perpetrar ese estilo) para gobernar derogando garantías y libertades políticas.
Haya de la Torre, que se alucinaba un Lenin tercermundista, propició la vía insurreccional como respuesta a las mañas de la clase dominante. La revolución estalló en Trujillo, se capturó un cuartel militar  y  se asesinaron casi 30 personas entre policías y oficiales del ejército. La represión no se hizo esperar: bombardeo aéreo, tropas desembarcadas que se desplegaron como si el enemigo fuera Chile o Ecuador, fusilamientos en descampado, tiros en la nuca y fosas comunes en los aledaños de las ruinas de Chan-Chan. Luego, la persecución y el martirologio de militantes apristas en todo el país. Éstos, no se quedaron atrás y respondieron con alzamientos, ocupaciones de pueblos, atentados terroristas y asesinatos selectivos (liquidaron al director de El Comercio y al propio Sánchez Cerro). Para mediados de los años cuarenta, posiblemente más de cinco mil peruanos (la mayoría, afiliados al aprismo) fueron fusilados extraoficialmente y otros miles languidecían en las cárceles del Estado. Ciro Alegría fue uno de ellos, hasta su deportación a Chile.
Haya de la Torre –quien no tenía precisamente alma de mártir- se dio cuenta que con la lucha armada no llegaba a ningún sitio y empezó a abandonar sus antiguos principios al tiempo que consolidaba contactos con sectores de la clase política para formar frentes y nuevos consensos. Se alió a personalidades de pensamiento liberal, de ideologías centristas y que creían en un reformismo democrático.
Pero ni la oligarquía dominante ni mucho menos las Fuerzas Armadas quisieron aceptar este nuevo discurso. Los militares tenían una deuda de sangre con el aprismo que duró casi medio siglo. Así, de nada sirvió que los apristas se parapetaran en la candidatura de un socialdemócrata humanista (Luis Antonio Eguiguren). La pituquería no quería ver al aprismo ni en pintura y el general parafascista Oscar R. Benavides anuló la victoria electoral de Eguiguren sin asco ni pena. Tiempo después Haya de la Torre negoció con su perseguidor (sí, el mismo Benavides) para que un jurista liberal (José Luis Bustamante y Rivero) encabezara un frente común. Esta vez ganaron, pero los apristas abusaron demasiado de ese espacio legal y su pésima conducta (asesinatos por venganza, corrupción en la distribución de alimentos, chantaje político al gobierno) terminó por propiciar el golpe del general Odría y un nuevo periodo de persecución y clandestinaje.
Pero, haciendo de tripas corazón, el aprismo negocia nuevamente con sus perseguidores para poder obtener su legalización. Primero coquetea con el candidato odriísta (Lavalle, un abogado corrupto) hasta que el oligarca Manuel Prado regresa de Miami con un cheque en blanco –literalmente- a Haya de la Torre para que apoye su candidatura. Haya atraca y, cuando es elegido Prado, el Apra es legalizado de forma  definitiva. Veinticinco años después, el Apra ya formaba parte del stablishment político peruano.
Pero eso no le sirvió de mucho. En 1962 Haya de la Torre gana por los pelos las elecciones. Pero un golpe militar se pone de por medio. Para ese entonces, Haya ya había pactado una serie de concesiones ideológicas y programáticas, se había vuelto rabiosamente anticomunista y se ufanaba de sus nuevas amistades pitucas. No sirvió de nada, las fuerzas armadas no querían ver en el gobierno a un asesino de oficiales.
El socialcristiano Belaúnde gana las siguientes elecciones y Haya le hace oposición aliándose, una vez más,  con sus antiguos perseguidores (los odriístas) para impedir que Belaúnde haga realidad los antiguos programas apristas (la reforma agraria, por ejemplo). El anticomunismo fanático del aprismo tampoco termina de convencer a los militares y más bien causa desconfianza (la desconfianza de alguien que cambia sus principios y posiciones una y otra vez). El golpe de Velasco de 1968 fue también un golpe para evitar que Haya de la Torre se saliera con su gusto de ser presidente aunque sea amancebado por conservadores,  terratenientes y oligarcas.
Los apristas vuelven al ruedo participando en las intrigas por derrocar a Velasco (quien hizo realidad buena parte de las demandas apristas de los años treinta). Lo consiguen. Y cuando la dictadura de Morales Bermúdez se agota ante la presión popular, se apoya en el aprismo para iniciar un ordenado recambio civil. Haya de la Torre se convierte en el presidente de la Asamblea Constituyente de 1979: es su primer y único cargo legal. Muere antes de la campaña electoral de 1980.
El aprismo llega al poder, finalmente, en 1985 con la candidatura carismática de Alan García, carisma que se derretiría ante uno de los peores gobiernos que tuvimos en toda nuestra historia republicana. La oposición al aprismo por parte de nuestra clase dominante y de las fuerzas armadas duró casi cincuenta años. Y eso que hablábamos de una socialdemocracia criolla que, con el tiempo, no tuvo complejos en cambiarse sucesivamente de chaqueta. El Sistema quería que, por lo menos, Haya de la Torre no solamente abjurara públicamente de sus principios (lo hizo a medias y con la boca chiquita en sus ensayos) sino que además declarara un arrepentimiento por los usos violentos que su partido hizo en los años treinta y cuarenta. Esto último Haya no lo hizo. Y pagó por no darles el gusto a nuestros empresarios y generalitos.

¿A dónde quiero ir? Pues que el MOVADEF, heredero político de la guerrilla maoísta de los años ochenta, tragará obligatoriamente lo mismo que tragaron los apristas durante años. El MOVADEF podrá ahora defender el sistema democrático liberal, podrá buscar líderes carismáticos que lo cobijen, podrá buscar alianzas contra natura -¿el MOVADEF apoyará alguna vez al fujimorismo para liberar al antiguo dictador como moneda de cambio de excarcelar a su líder?- podrá cambiar su ideario explícito y perpetrar pactos con lo más tóxico del panorama político nacional. Y aún así, la aprobación del Sistema tardará mucho, muchísimo tiempo. Y eso de que las fuerzas armadas toleren a un ex guerrillero congresista (algo que ha sucedido sin problemas en Brasil y Uruguay) acá significará un período de muchos más años. Nuestras deudas de sangre son bastante más terribles. La cerrilidad del Sistema, acá tiene más apoyos y bendiciones que nunca.
Lo mejor que le puede pasar al Sistema es que el MOVADEF entre al circuito de partidos políticos, se contamine en sus maniobras y cubileteos y tácitamente señale que la vía violenta haya desaparecido en este nuevo siglo. Pero eso es sentido común: Algo inexistente entre nuestra fauna política,  nuestros medios vendidos y la excéntrica vanidad de nuestra regia clase dominante.
Bienvenidos todos a nuestra democracia. Todos, excepto el MOVADEF.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

¿Extractivismo o morir?


Por: Javier Garvich
Extractivismo es una palabra que empieza a tomar cuerpo desde algunos años en América Latina, ha sido prohijada por los movimientos indigenistas contemporáneos y, dentro de nada, estará poniéndose de moda en el Perú.
Cuando hablamos de extractivismo hablamos de un proceso económico basado en la extracción pura y dura (con 0 valor agregado) de materias primas a cambio de valiosas divisas que, con una distribución eficiente, puedan financiar planes sociales y mitigar sustancialmente la extrema pobreza. La forma como se está extrayendo el petróleo, el gas y los minerales en Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia  es el ejemplo y base del discurso: Extracción de hidrocarburos a cambio de dólares frescos con que mantener subvenciones a productos de la canasta familiar, transferencias directas de dinero a los más necesitados, programas sociales de salud y educación. Ojo que estamos hablando de repúblicas con gobiernos que presumen de izquierdismo e incluso hablan de “socialismo del siglo XXI”. Además, el extractivismo que profesan es una fórmula donde todos ganan: El gobierno, legitimado por sus programas sociales ante los electores; las transnacionales extranjeras, porque hacen negocio vendiendo combustibles en un mercado global necesitado de recursos energéticos; el sector privado nacional que puede seguir creciendo al más puro estilo capitalista al saber que el Estado no se ve a meter con ellos como se temía. Y, claro está, amplios sectores sociales que cobran cheques del Estado, se benefician de un sistema de salud más generoso o que ve mejores oportunidades educativas para sus hijos  Ese extractivismo tiene una variante agrícola que se está consolidando peligrosamente en Argentina y Uruguay con el auge de los monocultivos de exportación, con pingues beneficios ¿Por qué quejarse entonces?
Pero el extractivismo tiene su lado oscuro: Seguimos alimentando una estructura productiva invertebrada, subdesarrollada y débil, muy dependiente del exterior en varios aspectos y con poca capacidad competitiva en el mercado global. La pregunta obvia es: ¿Qué pasará si caen los precios de los minerales y combustibles? ¿Y qué pasará si se acaban los recursos? ¿Vale la pena destruir todo un ecosistema para montar un proyecto gasífero que no tendrá más de 40 años de vida?
Porque aquí viene el segundo pero más importante: ¿Vale la pena destruir nuestro país por una renta equis de divisas durante un tiempo muy determinado? ¿La destrucción de ecosistemas, la inevitable contaminación de nuestros ríos, la extinción de nuestras cuencas acuíferas, el erosionamiento y la desertificación de valles y quebradas es el impuesto inexorable para que podamos tener mejor calidad de vida?
Estas reflexiones son necesarias ahora que se ventila la viabilidad de un nuevo megaproyecto minero en Cajamarca. El precio por una cuota sustancial de teóricos recursos para el desarrollo pasa por la desaparición de varias lagunas naturales y el consumo de agua tratada por parte de los cajamarquinos (en el campo y en la ciudad) durante décadas y, posiblemente, sine die.  ¿Vale la pena?

La pregunta es más abierta y compleja: ¿Qué Perú queremos para el futuro? Y en eso entra el tema cultural, porque el extractivismo también atenta contra una manera de ser y hacer durante siglos. El extractivismo choca con las formas andinas de trabajar y querer el suelo y el ambiente (de esas formas nacen nuestras danzas, canciones, fiestas, tradiciones, arte e idioma). Atenta contra nuestras raíces más legítimas. Las minas, necesariamente, terminan desperuanizándonos.
Un Perú minero puede darnos ingentes recursos y modernizar el país. Pero temo que dentro de 50 años terminaremos siendo una Somalía sudamericana, un país desertizado, sin glaciares, con los ríos envenenados, viviendo en ciudades tan contaminadas como La Oroya, con millones de bocas que exijan una sangría de divisas para importar alimentos. Alimentos que bien podríamos producir nosotros. Dentro de 50 años, los pocos valles andinos existentes serán monopolizados por transnacionales turísticas, la Amazonía será un escenario a la Mad Max,  un espacio sin ley degradado por la desforestación formal y la minerías informales. El cuy y la papa amarilla serán artículos de lujo para el consumo extranjero. Nuestros egresados y mejores cerebros seguirán yéndose en masa fuera del país y Lima será un sumidero caótico, sediento y envuelto en smog.
El extractivismo del guano terminó consolidando una clase dominante corrupta cuyos descendientes todavía hoy nos gobiernan, el extractivismo del caucho generó el más grande genocidio de nuestros pueblos amazónicos, el extractivismo pesquero depredó (¿por siempre?) nuestros recursos ictiológicos en el Pacífico. ¿Es que no aprendemos? ¿No hay otras, mejores formas, de generar valor y recursos en el Perú?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Un cínico francés: Michel Houellebecq



Por: Rómulo Torre Toro

Opinión unánime: Michel Houellebecq (1958) es uno de los narradores franceses más importantes en las dos últimas décadas. La acidez de sus comentarios, la crítica descarnada que tira por los suelos toda esperanza romántica y la actitud abiertamente hostil a todo cuanto signifique "progreso humano", lo ubican como una figura polémica y, por supuesto, central para entender la sociedad posmoderna. Según el escritor francés, estamos en un período donde la vida tiende a la estandarización, donde todo debe ingresar en el sistema y alimentarlo. Su novela Ampliación del campo de batalla (2001) nos propone dos alternativas: o entrar en la Norma o alejarse de ella para ingresar en el Campo de batalla donde se organiza la resistencia. Pero esto suena demasiado utópico. Houellebecq parece preguntarnos: ¿resistencia a qué? ¿No nos damos cuenta de que resistir al sistema es consagrarlo? Es imposible salir de la Norma porque ella supone todo: incluso la probabilidad de algo que la niegue. Resistir, por lo tanto, es un sinsentido: queriendo escapar del vacío de la existencia normalizada, caemos justo en ella.

Ya que no podemos escapar a la Norma, ¿por qué entonces nos aferramos a momentos simbólicos de la historia, como Mayo del 68? La opción del cambio queda ridiculizada por las consecuencias que trajo consigo. En efecto, la sociedad post 68 está marcada por el consumismo, la pérdida de toda ilusión, el fracaso. Marcada por la soledad. La falta de objetivos de los sujetos es característica de los hermanastros que protagonizan Las partículas elementales (1999). Michel y Bruno van de tumbo en tumbo, tratando de evitar la descomposición de sus vidas, pero sin plantear alternativas viables, concretas. Al final, se dejan arrastrar por distintos estilos de vida que los condenan al abatimiento, al anonimato, al deterioro de las relaciones humanas. Pero la novela puede entenderse, también, como la historia de una familia disfuncional, cuyos hijos son los más afectados por las "libertades" alcanzadas en el Mayo francés. Así: una novela sobre "los secretos de familia del occidente posmoderno". O, más ampliamente: "el ocaso del pensamiento burgués [y] la ridiculez de los sistemas que se le han planteado y plantean todavía como alternativa".

Para ejemplificar mejor lo que se intenta decir, dos citas extraídas de La posibilidad de una isla (2005) servirán de forma más contundente:  

"El espectáculo Mejor con libertinas palestinas fue la cumbre de mi carrera; mediáticamente hablando, se entiende. Salí unos días de las páginas de Espectáculos de los periódicos para entrar en las páginas de Justicia/Sociedad. Hubo quejas de asociaciones musulmanas, amenazas de bomba, en fin, un poco de acción" (pg. 42).

Y, mucho más reflexiva:

"Se ha demostrado que [...] el dolor físico que acompañaba la vida de los humanos les era consustancial, que era consecuencia directa de una organización inadecuada de sus sistema nervioso, de igual modo que su incapacidad para establecer relaciones interindividuales que no fuesen de enfrentamiento resultaba de una relativa insuficiencia de sus instintos sociales con relación a la complejidad de las sociedades que sus medios intelectuales les permitían fundar" (pg. 150).

De esta manera, lo que afirma es que nada vale la pena, que todo lo que se intente será peor, que no perdamos el tiempo. La coyuntura política que atravesamos parece darle la razón. Por más intentos que haga la humanidad por redimirse, por explotar esa subterránea bondad que cree poseer, la Norma terminará por imponerse. Los románticos, los ingenuos, los reformadores: terminarán siendo los mejores (es decir, los peores) defensores del sistema. Insertados perfectamente en el mundo.

No escandalizarse: el cinismo es el estilo de Houellebecq. Plantear opiniones no como propuestas a discutir ni mucho menos con reservas. Todo lo contrario, el autor de Las partículas elementales escribe como si la historia fuera lo último que le importara y lo primero, las ideas. De hecho, pretende defender, con argumentos hábilmente desplegados, sus teorías y en torno a ellas estructurar sus historias. Teorías que van desde posturas misóginas y antislámicas, hasta la defensa más cerrada de la derecha. Es necesario reiterar: no escandalizarse. Aquí está lo más valioso de Houellebecq: menospreciar la opinión indiscutible, lo políticamente correcto, la fútil intención de quedar bien con todos. Esa actitud que trasmite en sus novelas y que corrobora en su vida cotidiana, como lo prueba su tan sonada desaparición, justo cuando tenía que dar una gira de entrevistas y conferencias por motivo de la publicación de su última novela El mapa y el territorio (Alfaguara, 2011). Houellebecq no es una estrella, como muchos quieren calificarlo. Mucho menos es un sobrevalorado. Es un hombre que quiere salvarse. Del mundo, de la literatura, de sí mismo. 





La de arriba es una entrevista del año 2008, en España. Aquí podemos obtener un excelente perfil del narrador francés.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El Beat y sus fenómenos retóricos



Por: Diana Lavalle Espinoza

“es más fácil vivir con los ojos cerrados”
John Lennon

Hablar del beat. Tanta vida en datos imprescindibles y tan poco orden personal para referirme a ellos. Es este un intento por seguir ciertos lineamientos generales que me permitan alcanzar el entendimiento del lector. Tengo una preocupación impropia del asunto, digamos que nada beat.
Como fenómeno de post-guerra, nace con el relajamiento de costumbres frente a la descontrolada forma en la que los industriales, junto al modelo capitalista, crecieron luego de su victoria sobre las Potencias del Eje. Como generación, vive afectada por los modelos que muestran la perfección humana tras el consumo, la deficiencia en la libertad de acción: sólo existes si consumes.
En su primera generación, el beat expresó su rechazo ante el fenómeno industrial y consumista con un aislamiento total, con un vómito sangriento en cada respuesta y en cada definición de lo que podía ser el motor de las masas. La segunda generación formó prototipos, no sólo les interesaba crear un pensamiento propio y compacto que los inmunizara frente a los medios de comunicación masiva - cuyo afán era embutir la idea de consumo por cualquier orificio del cuerpo -, sino que además se interesaron en proyectar un espectáculo romántico de cómo deberían ser las cosas. Con sus actitudes amorfas constituyeron la retórica del bando en contra. Dieron lugar a la aparición de estilos de vida como el hippy y los punk, contrarios entre sí, pero ligadas en las circunstancias de su origen.
Lo que nos llega del beat deja de ser fenómeno creciente y tiene ya todos los lineamientos de un movimiento. Puede que en su primera edad no tuviera la intención de generar un mensaje y no aspirara a ser portador del cambio social; pero, finalmente, algo sucedió, algo engancho a la gente e hizo crítica ese rechazo, hecho que no significaba que trazaran un campo de combate. Actualmente, ¿qué es lo beat?, ¿qué reconocemos como tal? Se puede identificar como beat toda forma contracultural, todo grito que resulte revolucionario entre las formas comunes. Por lo tanto, debemos entenderlo como todo nuevo fenómeno de rechazo ante una realidad imperante.


Entonces surge la pregunta: ¿qué sigue al beat?
Su retórica se mantiene en nuestro sistema de consumo. Hoy por hoy es lo que siempre criticó: es la moda, lo popular, lo que todos quieren ser, como todos quieren verse y actuar en el afán de ser distintos. Pero una pregunta proyectada desde la mente de Kurt Cobain persigue a los que buscan respuestas: ¿se puede ser popular sin perder la esencia? Si bien en un inicio el beat causó rechazo, pudores e indiferencia, en la década del noventa encuentra un renacimiento en el movimiento alternativo que asimila y desarrolla su retórica. Lo que diferencia a ambas etapas es la inmersión de lo alternativo en la escena de consumo, convirtiéndose en el modelo fomentado por una industria alejada del nicho contracultural. Lo que comparten es la actitud arrogante del ser diferente. Por ejemplo, el tópico de la creación apoyada en el consumo de drogas. Si el LSD fue el motor para la creación del beatnik, la heroína y el éxtasis acompañaron la imagen depresiva y la genial altivez de los personajes alternativos.
Lo que se producía casi en un acto de destrucción creadora, para las nuevas generaciones no son más que recursos técnicos para el entretenimiento. Tomemos como ejemplo a la banda Velvet Underground junto a la alemana Nico, ambas bajo la dirección de Andy Warhol, creando el primer concierto multimedios, con la proyección de videos superpuestos sobre la banda y un gran despliegue de luces. En 1992, durante su gira mundial, la banda U2, los nuevos hippies que incitan a las masas a mejorar el mundo condonando deudas a países subdesarrollados y hablando de cómo prevenir el calentamiento global, idean ZOO Tv, con escenarios enmarcados por pantallas gigantes que no sólo presentan arte audiovisual, sino también se pueden ver programas de televisión en directo y hasta enlazarse vía microondas con un enviado especial en Kósovo, zona de conflicto donde el gobierno norteamericano intervino más de lo que debió.
Creo haber logrado distinguir hasta ahora tres generaciones beat. La primera desarrolla un pensamiento en épocas de transición frente a la conformación de una sociedad consumista; la segunda, más activa, crea nuevos conceptos y formas de vida “mejores” y hace un llamado al cambio. El tercer beat, la forma alternativa instalada en la década del noventa, no le teme a la popularidad, no vive aislado, sale al mundo pero no con interés de cambio, sino de destrucción, porque sostener el peso de una sociedad aborrecida los hace ser conscientes de que el verdadero cambio está en morir. Su retórica no busca el nirvana del pensamiento, busca el fin de la vida, porque es una construcción que ya no puede idealizarse. En la muerte está el romanticismo de lo nueva vida.
En otras palabras, beat fue la reacción de los cincuentas ante la realidad de un industrialismo paternalista que guiaba y orientaba la vida de las masas. En los sesentas estalló el boom, desarrolló armas y vehículos para cambiar el mundo. El fenómeno alternativo de los noventas juega con su retórica, la asimila, pero no propone nuevas formas de vida o costumbres; lo que busca es un escape en la muerte, el desaparecer ante la saturación de un entorno degenerado. Puede que tal vez, luego de tres intentos de cambio, el último beat comprendiera el impostergable avance de la sociedad de consumo. Puede ser, tal vez, que ser tragados por la bestia definiera su identidad destructiva, donde el único paso para el bienestar reside en la extinción.

lunes, 31 de octubre de 2011

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

La telenovela nacional



Por: Javier Garvich

Posiblemente se llamará “Amor y muerte en el Colca”. De hecho uno de los protagonistas ya ha prometido escribir un libro y, nos imaginamos, que la otra parte no se quedará atrás. Después de más de 200 días, la aparición del cadáver de Ciro Castillo no ha hecho más que reavivar una telenovela peruana online y nonstop que se reproduce por los medios con inaudita insaciabilidad.

¿Qué ha hecho posible que un incidente aislado en la sierra sur, cuyos protagonistas son miembros de una clase social más que desahogada, donde apenas hay un cadáver y sin ninguna relación con conflictos políticos o sociales, haya tenido la presencia mediática que tuvo?

En principio, concedamos, el caso de Ciro y Rosario fue un invento interesado de los medios que sirvió como cortina de humo en una campaña electoral cuyos resultados no gustaban nada a los despachos del poder. Primero fue el hallazgo de una estudiante moribunda y superviviente, luego la búsqueda espectacular de su pareja a la que se creía igualmente moribunda y próxima. Luego el culebrón de encontrar siquiera su cuerpo, con adivinos y telépatas de por medio, mientras la superviviente aparecía en los medios como una Mater Dolorosa. En algún momento –posiblemente previendo el aburrimiento del auditorio- brotaron las tesis conspiranoicas que enrarecieron las pesquisas y promovieron la paulatina crucifixión mediática de Rosario, “la chica cuyos novios le cargaban la mochila” como la motejó con elegancia el periodista Ricardo Uceda.

Y luego, lo que podía ser una larga y difícil pero ecuánime investigación, se convirtió en un fuego cruzado alimentado por el morbo y las ganas de vender de los medios. Porque el hecho capital de este circo es que ha demostrado –una vez más- el perverso poder de la prensa chicha y la televisión basura peruana, cuya calidad excrementicia se ha convertido en el sello de identidad del nuestro periodismo a nivel internacional.

Sin embargo, el éxito mediático de la tremebunda historia de amor y muerte de los dos tórtolos de la Universidad Agraria no solamente es resultado del pujante hozar de nuestros periodistas. También es una muestra de las furias y las penas de nuestros compatriotas. De ese imaginario popular que ha sido labrado golpe a golpe en el último cuarto de siglo. En una sociedad donde se desmontaron todas las instituciones y prácticas protectoras o cohesionadoras de comunidad, bajo un régimen corrupto y un Estado generalmente clientelar; las estrategias privadas cobraron mayor atractivo. Y eso significó una escuela peruana y popular de individualismo que no solamente dio sentido al famoso espíritu emprendedor (es decir, la capacidad de hacer empresa en el Perú, no importa los medios que se usen), sino también forjó una ética egoísta rayana en el cinismo.

Decía Chesterton que el peligro de no creer en Dios no era que uno no creyera en nada, sino que terminara creyendo en cualquier cosa. En la jungla cotidiana del capitalismo neoliberal, desacreditadas las utopías colectivas y humanistas, cada uno construye su discurso privado bajo los paradigmas de la sociedad del espectáculo. Despolitizados todos, nuestras opiniones y sensibilidades son gobernadas por construcciones folletinescas sobre el bien y el mal, donde las ideologías judeo-cristianas, militaristas y conservadoras se han sedimentado en un limus fangoso que discurre por todo tipo de instituciones y medios.

Esa ética del espectáculo -que procesa la vida dentro de los formatos del reality show, la telenovela y el noticiero de sucesos- transforma una marcha ciudadana de protesta en una horda terrorista, inventa un asesino en serie de una reyerta callejera, etiqueta gratuitamente a los maestros de violadores, sindica a los ediles de izquierda como vagos, trivializa las adiciones y los delitos de artistas y futbolistas, ignora y calumnia las violaciones a los derechos humanos mientras convierte un incidente privado en una trama criminal. Nos hace insensible ante revoluciones e injusticias al mismo tiempo que nos convoca al destripamiento público de individuos desesperados o derrotados.

La solución a esta polintoxicación nacional no está solamente en convertir a la televisión en algo parecido a la BBC ni regenerar la prensa para que todos leamos símiles de El País o The Guardian. El camino de devolvernos la ciudadanía y el espíritu crítico pasa por la calidad educativa, el acceso democrático a servicios públicos, la posibilidad de hacernos oír por los poderes fácticos, la moralización integral del Poder Judicial y el estímulo a propuestas alternativas y creativas de la sociedad civil. Que el ágora de los ciudadanos suplante finalmente a la telenovela nacional. Puede hacerse.


martes, 2 de agosto de 2011

Dígame usted, señor periodista


Sobre el manejo de información y el modo de informar

Por: Rómulo Torre Toro
El 28 de julio no trajo solamente las novedades del mensaje de Humala y la lamentable actuación de Martha Chávez, no solamente la expulsión de Carlos Bruce de Perú Posible y la juramentación de los nuevos ministros. Uno de los invitados a la transmisión de mando vino con cola.  Una cola que generó la airada reacción del diario Correo y una nota preocupada en la revista “Domingo” del diario La República. Rafael Correa llegó a Lima y, con él, el problema de la prensa y la libertad de expresión.
El problema, todos lo saben, no es una novedad y mucho menos exclusivo del Ecuador. Es un problema que afecta a todas las sociedades en el mundo y que está ligado a las relaciones de poder que pugnan dentro de ellas. El asunto es que en Ecuador se ha tomado ya una decisión al respecto: el juicio. Correa ha optado por demandar al diario más importante del país norteño, exigirle una reparación de ochenta mil dólares y cerrarles la boca por lo que él llama difamación y mal uso de la libertad de expresión. Podemos criticar esta posición y tildarla de autoritaria, rasgarnos las vestiduras y clamar justicia, y hasta graficar nuestra indignación como lo hizo el impresentable Aldo Mariátegui en el diario que dirige. Podemos o no criticar a Correa, pero las cosas están planteadas: ¿qué sucede con la prensa?
O mejor: ¿qué hacer con la prensa?
Para responder a la primera pregunta, es necesario recordar el papel que ha jugado en los últimos años en la formación de una corriente de opinión pública en la sociedad peruana. Un papel que ha estado marcado por aquello que Terry Eagleton llamó la “política del olvido”: hacernos creer que el mundo en que vivimos no tiene pasado ni historia, que carece de fundamentos que lo sostengan y que existe una sola manera de explicarlo. Esto lo vemos muy claramente, por ejemplo, cuando periodistas como Jaime de Althaus o Raúl Vargas “analizan” las noticias. Pensemos por un momento en la masacre de Bagua. Ninguno de los señores mencionados dijo en sus sesudos análisis que sucesos como ése se repiten en nuestro país tan seguido como las novelas de Televisa. Ambos se preocuparon más en demostrar su horror frente a la barbarie, en exigir justicia para las víctimas policiales y en condenar a los pobladores amazónicos. Nadie dijo por qué se produjo el conflicto y, si lo hicieron, fue para reafirmar la conducta irracional de los protestantes y respaldar la postura del Gobierno.
La prensa tiene como pilar de su discurso y de su derecho a la libre expresión, un principio que destaca a cada momento como prueba de su valor: la objetividad. “Panorama”, el programa periodístico más objetivo y veraz. “Cuarto poder”, el poder de la gente. “Sin medias tintas”, la palabra de Dios como garantía. La objetividad de la prensa nos indica a nosotros, los televidentes–oyentes–lectores, que la información que recibimos es tal cual sucedió, que no ha sido recortada o manipulada y, por lo tanto, estamos viendo versiones íntegras de las noticias, versiones que reproducen todo con exactitud o rigurosidad. Nada más falso. El simple hecho de editar la noticia indica que hay algo que se oculta y algo que se exhibe. Y este procedimiento responde a alguna razón que puede ser desde ideológica hasta práctica –en el sentido más acomodaticio de la palabra–: cómo representar el Perú para la gente, qué imagen brindar de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro a las capas medias y populares. De este modo, se genera una corriente de opinión que se dirige hacia un punto específico, hacia un proyecto de país. Pero, sobre todo, tiene el efecto de generar un modo de razonamiento político, histórico y cultural en los ciudadanos.
Ahí está lo que más nos preocupa.
Porque al saber que estamos a merced de la voluntad y conciencia de Aldo Mariátegui o de Juan Paredes Castro, solo podemos esperar ciudadanos que vivan en el fenómeno del momento, en el reggaetón con más flow, en la moda peruana de la gastronomía y de Machu Picchu, en la preocupación por la alteración en el modelo económico y el status de vida. Lo vimos en las elecciones, donde miles de jóvenes nuevos limeños vivían al borde de un colapso nervioso porque creían que les iban a quitar sus blackberry, sus ipod, o, en el mejor de los casos (los más conscientes), temían perder la posibilidad de decir lo que quisieran. Pero no son los únicos. Muchos adultos y jóvenes creen que la Constitución de 1979  fue la responsable del “atraso nacional” y del “autoritarismo” (¿?) cuando, en muchos casos, no saben qué dice realmente dicho documento. Y se aferran a una Constitución que sirvió de marco legal a la dictadura de Fujimori quien, además, la violó sistemáticamente.
De este modo, podemos estar seguros de que la prensa es uno de los mecanismos que se utiliza mejor para mantener el estado de cosas. Crea miedo, incertidumbre y, por efecto casi newtoniano, genera el desprecio por el otro, por aquellos que son o somos distintos. Pareciera que están empeñados en hacer de los televidentes–oyentes–lectores, una masa homogenizada que reaccione contra cualquier intento por cambiar, por mover la más mínima ficha de su sitio. Lamentablemente, les está dando resultado.
Para terminar, nos queda la segunda respuesta pendiente. En verdad, la segunda respuesta es el objetivo de esta columna: quien quiera que diga qué hacer, qué postura tomar, qué regulaciones seguir o qué garantías adicionales otorgar. Porque después de todo, como dijo Alberto Flores Galindo, la cuestión de fondo es qué país se quiere, en qué país queremos vivir.