Por: Rómulo Torre Toro
En una entrevista, Georges Duby sugirió la idea de que un libro privilegiado es aquel que establece relaciones amplias, fecundas, con el mundo que le dio origen. Aunque esa pueda ser una forma unilateral de verla, la última novela de Ricardo Piglia (Adrogué, 1941) confirma la idea del historiador francés. Pues, aunque el texto soporta diferentes perspectivas de lectura, Blanco nocturno (Anagrama, 2010) juega desde la ficción con la historia argentina. Esta es una característica que es casi una constante en la obra del escritor rioplatense. Su primera novela, Respiración artificial (1980), problematiza la Historia como disciplina desde algunos postulados teóricos y metodológicos. Además, se hace presente en ambas novelas el resquebrajamiento de las estructuras: en Respiración artificial se renueva la forma de la novela epistolar; en este caso, la novela ensaya una ampliación de la novela policial. Una ampliación porque le añade elementos que hacen del texto uno de los más ambiciosos de Piglia y, también, el que apuntala (si es que era posible hacerlo más) su figura como la más importante en la narrativa latinoamericana contemporánea.
Blanco nocturno se inaugura con un crimen que dará pie al despliegue del relato y todas sus aristas. Tony Durán es un mulato norteamericano, de origen portorriqueño, que llega a un pueblo en la provincia de Buenos Aires. Está vinculado a las hermanas Ada y Sofía Belladona y, por extensión, al padre de ambas. Lleva dinero, dicen todos. Inesperadamente es asesinado y así tenemos el primer acontecimiento. El acontecimiento. Porque a partir del crimen se revelarán una serie de conexiones con diferentes esferas, desde la más íntima, la familiar; hasta la pública, la política. El asesinato de Tony Durán conduce a que el fiscal Cueto actúe, veladamente, en favor de la solución más ventajosa: considerarlo como “un crimen privado, nadie está implicado. Caso resuelto” (pg. 141), donde se acusa a un japonés, Yoshio, de ser el autor del homicidio por razones pasionales. Pero se encontrará con el comisario Croce que, por el contrario, está empeñado en “mostrar que las cosas que parecen lo mismo son en realidad diferentes” (pg. 142). Descubrir: “ver de otro modo lo que nadie ha percibido” (pg. 143). Del conflicto que inevitablemente se entabla, surgen dos personajes centrales: Emilio Renzi, periodista de El Mundo de Buenos Aires; y Luca Belladona, segundo hijo de la familia y dueño de una fábrica de autos que opera, entre escombros, en el pueblo. De la relación entre ambos se irá tejiendo tanto el relato de la familia Belladona, fundadora del pueblo y la más poderosa del mismo, como el relato de la fábrica y su posterior quiebra producto de la crisis económica.
Como ya hemos dicho, el asesinato de Durán es el acontecimiento. En términos de Duby el acontecimiento es “como un adoquín que se lanza a un charco y que hace salir de sus profundidades una especie de fondo un tanto cenagoso, que hace aparecer lo que bulle en el basamento de la vida”. Pocas ideas son tan certeras como esta: en la novela de Piglia es a partir de ahí que la estructura de la novela policial se ensancha, se amplía. Porque se supera la intriga unidireccional que nos conduce al descubrimiento del homicidio. Nos conduce por otras vías, por vías que reconstruyen la historia del pueblo. En ella, el actor principal es la familia Belladona. Fundadora del pueblo, es la principal impulsora de la construcción del ferrocarril y, una vez formada e instalada la familia, obtendrá un enorme poder a partir de la acumulación de tierras. La familia se hará dueña y, por lo tanto, establecerá un modo muy particular de velar por sus intereses y ver el progreso del pueblo. Posteriormente, uno de los hijos, Luca Belladona, junto a su hermano Lucio, hará un taller que crecerá hasta convertirse en una fábrica de automóviles que funcione en el mismo pueblo. Una fábrica que genere suspicacias entre los poderosos del pueblo, incluyendo al padre, y que afecte los intereses de otros. Un conflicto que se agudizará con una crisis económica que afecte a la fábrica y tengan que dejar de producir.
Entonces surge el conflicto. Y se hacen válidas las reflexiones de Renzi: “Los que hablan de conciliación y de diálogo son siempre los que ya tienen la sartén por el mango y el asunto cocinado, ésa es la verdad” (pg. 274. Resaltado mío). Porque se quiere, en un primer momento, vender la fábrica y estuvieron a punto de lograrlo. Luca Belladona se opone enérgicamente a todos, incluido a su hermano, con tal de no venderla. En un segundo momento, que constituye el presente de la novela, la intención es presionar para que la fábrica quiebre totalmente, comprar el terreno y levantar un centro comercial techado en el lugar. Nótese el paso. La estrategia. Todo confluye hacia un único punto: los intereses. El dinero que traía Tony Durán, se descubre, fue encargado por el viejo Belladona para reflotar la fábrica de Luca, su hijo. Se entabla un juicio para recuperarlo. Aparece, en esa situación, la habilidad del fiscal Cueto, pues le propone a Luca dos opciones: o aceptar que el crimen fue pasional y el autor Yoshio, que es en verdad inocente, y recuperar su dinero; o negar ese hecho fundamental y tener que extender el caso hasta su resolución y, recién en ese momento, reclamar lo que le corresponde por derecho.
Hasta aquí, notamos un aspecto notable en la novela. En palabras del historiador italiano Carlo Ginzburg, la microhistoria procede como una focalización de cerca a un aspecto específico del proceso histórico general. Puede ser, por ejemplo, la historia de un pueblo, una familia, una persona que sean representativos de la historia global. En ese sentido, Blanco nocturno puede funcionar del mismo modo: la microhistoria de una familia, los Belladona, insertada dentro de la microhistoria de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Representativos, ambos, de la historia argentina. Porque la familia Belladona es el agente modernizador que expande el ferrocarril, funda el pueblo; instalada en el campo se acomoda a la lógica feudal que impera en ese espacio:
“Una de las leyendas más difundidas en el campo dice que, luego de la campaña del desierto, el Estado repartió las tierras conquistadas a los indios entre los oficiales y soldados con un método muy acorde con las tradiciones argentinas. Había que galopar hasta donde aguantara el caballo y el jinete pasaba a ser propietario de la tierra que cubriera en su cabalgata sin pausa” (pg. 208, nota al pie N° 28).
Acomodada a la lógica feudal del campo, la familia Belladona se desarrolla y adquiere un gran poder. Pero luego, uno de sus hijos, Luca, se convierte en agente modernizador nuevamente. Construye una fábrica, instala un nuevo modo de vida, un nuevo modo de trabajo. Genera, por lo tanto, una nueva ética. Y así entra en conflicto con los intereses en el pueblo. Estos buscan, por el contrario, conservar su propia forma de vida, por un lado; por otro, tienen distintos proyectos modernizadores. Las contradicciones están por todos lados. “Los comerciantes están atrás de eso, quieren hacer ahí un centro comercial. Odio el progreso, odio ese tipo de progreso. Hay que dejar el campo en paz, ¡un lugar bajo techo!, como si estuviéramos en Siberia” (pg. 210. Resaltado mío). Lo que se define, en suma, es cómo se construye la modernidad en el pueblo del relato. Esta microhistoria del pueblo, y la definición que se plantea para su futuro, es representativa de la historia de Argentina y de cualquier país latinoamericano. La novela nos permite ver, también según una idea de Ginzburg, con más detenimiento nuestra historia. Corregir desde lo particular, las miradas generales sobre ella.
Pero el conflicto no termina ahí. Ante el dilema moral planteado por el fiscal Cueto, Luca Belladona decide inclinarse por su dinero. Quiere, ante todo, reflotar su fábrica, seguir con su sueño, no claudicar. Acepta que el asesinato de Tony Durán fue pasional y el juicio termina a su favor. La conciencia, sin embargo, no lo deja tranquilo. No se perdona, no se tiene piedad. Luca Belladona se suicida. Entonces, termina todo: la fábrica, un proyecto, una ética distinta se queda en gestación. Luca Belladona “vivió en la verdad y en la busca de la verdad, no era un hombre religioso pero fue un hombre que supo vivir religiosamente […]. La vida de Luca fue una buena vida y debemos despedirlo con la certeza de que lo iluminó la esperanza de alcanzar el sentido en sus obras […]. Su obra estaba hecha con la materia de sus sueños” (pg. 293). Una obra, finalmente, significaba cambiar la orientación del mundo. La novela de Piglia reconstruye ficcionalmente, desde una perspectiva que podemos identificar con la microhistoria, el frustrado proceso histórico de un pueblo. Un pueblo que puede estar en todos lados. El Rómulo Gallegos ha llegado, de esta manera, a las mejores manos.
Piglia, Ricardo / Blanco nocturno / Barcelona, Anagrama, 2010, 301 pp.
3 comentarios:
La relación entre la literatura y la historia siempre es fundamental, por más que muchos digan o condenen ese tema por ser posmoderno,ambas disciplinas comparten muchas cosas en especial lo narrativo, como menciona Bloch " cada ciencia tiene un propio lenguaje estético", o como también menciona el historiador que has citado: Duby. Me parece interesante que realices este tema desde la perspectiva de la microhistoria, pues es una rama de esta disciplina que puede ser más flexible para estos casos.
Me parece muy interesante la forma en como sustentas tu análisis en base a citas concretas y a referencias teóricas o críticas puntuales precisas. Sin duda alguna, los medios virtuales nos están ayudando a generar nuevas formas de desarrollo de la crítica literaria y hacerla lo adecuadamente inmediata y democrática. Las relaciones existentes entre literatura e historia son inagotables y la forma en como parecen estructurarse en la novela, pues aún no la he leído, parecen muy bien logradas, a partir de tu análisis. Espero poder leer la novela ("Dios" quiera que nos pague al fin!) para poder comentar más ampliamente.
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