lunes, 10 de octubre de 2011

Una novela sin remilgos


Por: Jesús Jara

La ciudad de los culpables (2007) es una de esas novelas que, con una fuerza desacostumbrada, ubican al lector en un contexto que varios escritores han intentado narrar no del todo convincentemente. De un tiempo a esta parte, varios narradores han tomado a la guerra interna como un tópico literario más, hasta el punto de convertirlo casi en un subgénero. Si bien es cierto que no se puede obligar al autor a tener una postura de compromiso social, creemos que a nuestro país, a nuestra literatura, le urge, hace mucho tiempo, una actitud diferente. Pues bien, Rafael Inocente no hace uso de un discurso que eluda o teorice el conflicto para darnos a conocer sus ideas. Y con esta novela, se ubica como uno de los referentes de la literatura de la violencia política.
Un personaje afirma que “No deseo crear una leyenda en torno a mí, ni sobre lo que pasé en las mazmorras del fascismo fujimontesinista (…)”. Por supuesto, no lo hace explícitamente, pero en la ficción, sí. La ciudad se nos presenta, a través de las cuatro historias estructuradas fragmentariamente, como un lugar que impone sus propias leyes, leyes que no obedecen al bien común, sino que reflejan la sectorización de un país controlado por un gobierno de terror, intolerante y represivo. Por si esto fuera poco, la sociedad es caracterizada –a través, sobre todo, de la mirada de Orlando Zapata, uno de los personajes centrales de la obra –, como alienada, con esas caricaturas humanas que viven de la moda, del lujo, del engaño, de lo material, de las caretas. De todo lo típicamente inservible que busca llenar las zonas vacías en la vida de estos personajes. Y esto lo vemos, en la novela, en la música que unos escuchan, en las tocadas, en la vida universitaria, en los espacios laborales y demás actividades.
La historia es narrada desde la ubicación de cuatro jóvenes: Orlando Zapata, que acaso sea el alter ego del autor, es, como ya se dijo anteriormente, la mirada crítica de la sociedad; Sebastián Estoico, personaje que junto con Lucía Goicochea –madre viuda que, debido a su anterior pareja, inicia una larga filiación política-, nos permiten conocer las reuniones clandestinas que se llevan a cabo en su lugar de trabajo (una fábrica), las cuales darán origen a manifiestos redactados bajo un punto de vista femenino- En éstos, se insta a las mujeres a tomar su papel en el cambio político que el pueblo, ellos/ellas, reclaman. Sus vidas, por tanto, no les pertenecerá a ellos mismos, por más que el amor se vea reflejado en sus ojos, sino que saben perfectamente que el amor, comparado con lo que significan nuestros ideales, es un impedimento para seguir avanzando. Como una presencia que los desvía. Lucía y Sebastián pertenecen al “pueblo”, a toda esa masa de gente que como sus padres, trabaja más de ocho horas diarias, aquella gente sin beneficios laborales y que viven como si tuvieran que cargar con la responsabilidad de un Estado ineficaz y autoritario. Julia Tudela, quien es económicamente la más acomodada en la novela, descubrirá que su realidad es otra, que su propia descendencia es otra. Ni el placer, ni mucho menos el amor, conseguirán cobijarla. El viaje que realiza junto con Orlando a la selva para buscar a su tío Matías es muy importante porque a través de la narración que realiza, descubrimos cómo se desenvuelve, socialmente, esta parte de nuestro país. Prácticamente es un pequeño reflejo de lo que se vive en la ciudad.
Casi al final del relato, Orlando descubre unas cartas que un amigo suyo, "el arótico Fuentes", le escribiese durante su estadía en la cárcel. Cartas que por muy afectivas que nos parezcan, dejan en las páginas finales de la novela un aura de desilusión, de oscuridad, un testimonio de vidas truncas, de vidas que nunca se pertenecieron a sí mismas. La historia que contiene las cartas es la de cuatro jóvenes que tuvieron que sobrevivir el período más complicado de la historia de nuestro país. Por lo tanto, creemos que Rafael Inocente ha escrito una novela necesaria, una novela que solo puede estar emparentada con esos pocos libros que tienen al verdadero personaje peruano, al verdadero personaje nuestro, como eje principal.
Novela de inmigrantes. Novela de mestizos. Novela clasista, si quieren llamarla así. Novela fragmentaria, como la vida misma. Novela de denuncia. El libro de Inocente nos da una mirada interesante porque es distinta. No cae en lugares comunes, ni en apologías innecesarias. Aun cuando Javier Ágreda afirme que se acerca al panfleto político. Se centra, más bien, en personajes que están al margen, aunque por esa misma razón sean centrales. Solo el tiempo ubicará a las novelas que intentaron narrarnos la guerra civil desde una perspectiva más auténtica. Sin los remilgos de algunos, ni las explicaciones antropológicas de otros.

Rafael Inocente. La ciudad de los culpables. Lima, Editorial Zignos, 2007

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero gente, el libro es del 2007.
Además, por qué el libro es bueno? Por qué el libro da una mirada diferente? Diferente de qué? El autor del pos no lo dice.

Anónimo dijo...

Porque si la comparamos con las novelas que trataron este tema en determinado momento -La hora azul, Abril rojo, Un lugar llamado Oreja de perro (no estoy tocando otras novelas, como por ejemplo, Rosa Cuchillo o Retablo y por ahí podríamos mencionar Blanco y negro de Carlos Herrera -sobre todo en la parte final de tal libro)-, los personajes de Rafael Inocente pertenecen al mundo de los inmigrantes, lo que implica un modo de vida muy diferente. Considerando, además, que esta novela puede funcionar como un testimonio o documental verosímil, diferenciándolos del tipo de "ficción" que proponen los escritores arriba mencionados. Puedo imaginar por dónde va tu comentario. Y cuando la caracterizo de "diferente", me refiero con relación a esas tres novelas arriba mencionadas.