La telenovela nacional
Por: Javier Garvich
Posiblemente se llamará “Amor y muerte en el Colca”. De hecho uno de los protagonistas ya ha prometido escribir un libro y, nos imaginamos, que la otra parte no se quedará atrás. Después de más de 200 días, la aparición del cadáver de Ciro Castillo no ha hecho más que reavivar una telenovela peruana online y nonstop que se reproduce por los medios con inaudita insaciabilidad.
¿Qué ha hecho posible que un incidente aislado en la sierra sur, cuyos protagonistas son miembros de una clase social más que desahogada, donde apenas hay un cadáver y sin ninguna relación con conflictos políticos o sociales, haya tenido la presencia mediática que tuvo?
En principio, concedamos, el caso de Ciro y Rosario fue un invento interesado de los medios que sirvió como cortina de humo en una campaña electoral cuyos resultados no gustaban nada a los despachos del poder. Primero fue el hallazgo de una estudiante moribunda y superviviente, luego la búsqueda espectacular de su pareja a la que se creía igualmente moribunda y próxima. Luego el culebrón de encontrar siquiera su cuerpo, con adivinos y telépatas de por medio, mientras la superviviente aparecía en los medios como una Mater Dolorosa. En algún momento –posiblemente previendo el aburrimiento del auditorio- brotaron las tesis conspiranoicas que enrarecieron las pesquisas y promovieron la paulatina crucifixión mediática de Rosario, “la chica cuyos novios le cargaban la mochila” como la motejó con elegancia el periodista Ricardo Uceda.
Y luego, lo que podía ser una larga y difícil pero ecuánime investigación, se convirtió en un fuego cruzado alimentado por el morbo y las ganas de vender de los medios. Porque el hecho capital de este circo es que ha demostrado –una vez más- el perverso poder de la prensa chicha y la televisión basura peruana, cuya calidad excrementicia se ha convertido en el sello de identidad del nuestro periodismo a nivel internacional.
Sin embargo, el éxito mediático de la tremebunda historia de amor y muerte de los dos tórtolos de la Universidad Agraria no solamente es resultado del pujante hozar de nuestros periodistas. También es una muestra de las furias y las penas de nuestros compatriotas. De ese imaginario popular que ha sido labrado golpe a golpe en el último cuarto de siglo. En una sociedad donde se desmontaron todas las instituciones y prácticas protectoras o cohesionadoras de comunidad, bajo un régimen corrupto y un Estado generalmente clientelar; las estrategias privadas cobraron mayor atractivo. Y eso significó una escuela peruana y popular de individualismo que no solamente dio sentido al famoso espíritu emprendedor (es decir, la capacidad de hacer empresa en el Perú, no importa los medios que se usen), sino también forjó una ética egoísta rayana en el cinismo.
Decía Chesterton que el peligro de no creer en Dios no era que uno no creyera en nada, sino que terminara creyendo en cualquier cosa. En la jungla cotidiana del capitalismo neoliberal, desacreditadas las utopías colectivas y humanistas, cada uno construye su discurso privado bajo los paradigmas de la sociedad del espectáculo. Despolitizados todos, nuestras opiniones y sensibilidades son gobernadas por construcciones folletinescas sobre el bien y el mal, donde las ideologías judeo-cristianas, militaristas y conservadoras se han sedimentado en un limus fangoso que discurre por todo tipo de instituciones y medios.
Esa ética del espectáculo -que procesa la vida dentro de los formatos del reality show, la telenovela y el noticiero de sucesos- transforma una marcha ciudadana de protesta en una horda terrorista, inventa un asesino en serie de una reyerta callejera, etiqueta gratuitamente a los maestros de violadores, sindica a los ediles de izquierda como vagos, trivializa las adiciones y los delitos de artistas y futbolistas, ignora y calumnia las violaciones a los derechos humanos mientras convierte un incidente privado en una trama criminal. Nos hace insensible ante revoluciones e injusticias al mismo tiempo que nos convoca al destripamiento público de individuos desesperados o derrotados.
La solución a esta polintoxicación nacional no está solamente en convertir a la televisión en algo parecido a la BBC ni regenerar la prensa para que todos leamos símiles de El País o The Guardian. El camino de devolvernos la ciudadanía y el espíritu crítico pasa por la calidad educativa, el acceso democrático a servicios públicos, la posibilidad de hacernos oír por los poderes fácticos, la moralización integral del Poder Judicial y el estímulo a propuestas alternativas y creativas de la sociedad civil. Que el ágora de los ciudadanos suplante finalmente a la telenovela nacional. Puede hacerse.