lunes, 28 de marzo de 2011

Ave Fénix

Por: Adriano Olivares

En su famoso Discurso en el Politeama, en el período de la post-guerra con Chile, González Prada hace un llamado directo a la juventud para convertirse en los gestores del cambio que lleve al Perú al desarrollo y a la superación de la ignominia y el espíritu de servilismo de sus antepasados. La frase bandera de esta obra, las palabras culminantes con las que nos lleva a una cumbre emotiva y que han perdurado a lo largo del tiempo son: “¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!” Este caso nos demuestra la gran responsabilidad que reside en los jóvenes de convertirse en los renovadores de su patria, de su sociedad, de su entorno, de todo aquello que está a su alrededor. Ejemplos hay muchos; Alejandro Magno conquistó todo el mundo conocido en su época cuando solo contaba veinte años, el Rey David era el hijo menor de una humilde familia de pastores, etc. En este sentido, estoy convencido de que la juventud (quiero decir, los jóvenes de espíritu, puesto que hay ancianos que tienen la vitalidad de un adolescente y a su vez, hay niños que andan por el mundo con la pesadez, el cansancio y los vicios de un viejo) es la encargada de dirigir todo cambio en cualquier esfera de la sociedad y a todo nivel, puesto que nada viejo puede llevar a un cambio y porque la impetuosidad exclusiva y propia de la juventud es, precisamente, la necesaria para consolidar una verdadera renovación.
Todo cambio implica destrucción, muerte, término, para dar paso a un nacimiento. Representa el abandono de todo lo antiguo, todo lo viejo, todo lo conocido, para darle lugar a lo nuevo, o lo que es lo mismo, a lo no conocido. Herman Hesse afirma, En Demian, que: “Todo el que quiere nacer tiene que destruir un mundo” (resaltado mío). Solo un espíritu nuevo, prístino, sin ataduras con el pasado puede guiar un verdadero cambio. Quien pretenda hacer un cambio basándose en el pasado no estará cambiando, solo promoverá una continuidad, una perpetuación de lo viejo. Como decía González Prada: “los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutos de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas!” El verdadero cambio solo puede conciliarlo el espíritu joven, aquel que es como un niño, original y puro, aquel Superhombre del que predicaba Nietzsche, quien no es más que el recién nacido quien dice sí a la vida.
Por otro lado, así como las reacciones químicas requieren de una determinada cantidad de lo que se llama la energía de activación para desencadenarse, del mismo modo las transformaciones profundas demandan en grado superlativo de una voluntad excelsa, de una auténtica capacidad de riesgo, de un atrevimiento y una osadía sin igual, de una vitalidad ilimitada y de una impetuosidad imperiosa para llevarse a cabo. ¿Quiénes si no los jóvenes cuentan con estos atributos? ¿Podrá un viejo, enraizado en el pasado y anquilosado en sus vicios y hábitos, despabilarse y desembarazarse de lo antiguo, sacudirse de las telarañas que se yerguen sobre su persona para abrazar lo nuevo? Lo más difícil de enfrentar, el enemigo más fiero, es el pasado. Contra este, el renovador debe luchar para detener su objetivo de perpetuarse. Sin esta energía y esta potencia creadora que irradia la juventud, Alejandro nunca hubiera derrotado a Darío, David nunca hubiera vencido a Goliat. La decrepitud perecedera de la vejez no está apta para el cambio, ante ella solo se divisan dos caminos, el de la continuidad ponzoñosa que asemeja a la de un pantano inerte e inmóvil, estancado en su pestilencia o la muerte necesaria y renovadora que da paso a la metamorfosis.
Como hemos visto, son únicamente aquellos espíritus jóvenes los que pueden preconizar y dirigir los verdaderos cambios que transformen y renueven a una nación, una sociedad, una generación, una época, una persona, etc. Esto se debe a que ningún cambio puede provenir de lo viejo y a que todo cambio requiere de una impetuosidad y una energía que solo es relativa a los jóvenes. Como mencione anteriormente, un anciano puede ser un joven, y cada uno de nosotros puede tener la vitalidad de un neonato a pesar de lo viejos que nos pongamos si es que estamos dispuestos a morir y renacer como el ave fénix a cada instante, si es que nos atrevemos a matar nuestros vicios, aniquilar nuestros hábitos y enterrar nuestro pasado. Joven es el Superhombre, el que descubre el mundo por primera vez con cada mirada, el que dice sí a la vida.

5 comentarios:

Germinal dijo...

Buen artículo. Un verdadero bombazo a la falsa conciencia joven, a la falta de memoria histórica del grueso de la juventud peruana, a su falta de información (o el desinterés que siente por ella).

Germinal dijo...

Como enlace anexo, tienen un programa completo sobre Manuel González Prada, el gran radical.

Anónimo dijo...

Excelente!

Anónimo dijo...

Buen artículo. Sin embargo aún queda mucho por hacer en un mundo donde la gerontocracia sigue dominando muchas esferas sociales, políticas y económicas. Por ejemplo, La calidad de la educación sería mucho mejor si es que en las universidades nacionales se dieran una mayor oportunidad a los jóvenes. Sin embargo, existe mucho temor a ello.

Qbits One dijo...

Lo duro y rígido son símbolos de la muerte, lo suave y lo flexible son símbolos de vida.

Lao Tze