miércoles, 23 de marzo de 2011

Quilca

Por: Juan José Torre

El Jr. Quilca es parte del antiguo camino Inca que unía la costa central con los Andes. Cuando Lima fue fundada, esa antigua vía no lograba ajustarse al modelo urbano de la nueva ciudad; era ya entonces, una calle anómala a los ojos del conquistador. No obstante se mantuvo como camino, pues permitía el desplazamiento hacia los Andes, función que iría dejando de lado y pasando a ser, al cabo de los años, en una calle delgada y vana.

Quilca no tendría mayor trascendencia hasta la etapa republicana, en la década del 20 del último siglo cuando sirve de referencia para ubicar el aristocrático Teatro Colon en una esquina de la flamante Plaza San Martín, que era a su vez la máxima expresión del proyecto urbano copiado del plan parisino de Haussmann. Curiosamente pese a que la aristocracia limeña se ubicó simbólicamente próxima a Quilca, jamás se posicionó de ella. Cerca estaba el ya mencionado Teatro Colon, el exclusivo Club Nacional, (de donde saldrían una noche de 1935 Antonio Miró Quesada y esposa para ser fulminados en la esquina de Quilca precisamente), pero nuestra callecita se mantuvo ajena a los avatares de la ciudad. Así transcurrió su vida hasta hace un poco más de 20 años, cuando la vieja calle tomo nueva vida; ya no como el antiguo camino indio, tampoco como la calle criolla, fueron esa vez extraños habitantes de una ciudad paralela, que en búsqueda de un lugar de encuentro y reconocimiento inventaron un espacio para ellos. No conquistaron nada, solo tomaron lo marginado, lo reedificaron y le dieron nueva vida. A semejanza de las viejas ciudades burguesas, fomentaron el intercambio de ideas que, entre lúcidas y absurdas, fueron configurando un nuevo espíritu, rebelde, inconforme y subversivo. Entonces el espacio se torno en área libre, la anarquía ganó terreno y se volvió en un lugar común. No área perdida sino zona liberada (en una sociedad autoritaria como la peruana la libertad extrema no se puede entender sino como desorden). Entonces la aristocracia del club vecino -espantada- la proscribió y espero la ocasión para dar muerte al lugar donde cholos, negros y blancos, transformados en una maravillosa masa móvil, compartían sus fantasías.

Quilca no la inventó Pizarro, ni Leguía ni la Municipalidad de Lima, menos el Club Nacional, la creó un grupo de intelectuales rebeldes, gente de barbas crecidas y de aliento macerado, (consecuencia segura del “Queirolo” o “Don Lucho”). Sus libros en venta no los trae El Virrey; ni Crisol, los trae el triciclo y el pobre; al igual que sus discos y fanzines, así como las plaquetas llegan de las manos de sus autores marginales. En síntesis, Quilca tiene vida propia y es tan insondable como auténtica.

Sus extraños habitantes han sido amenazados por la intolerancia del grupo de espantados de siempre, guiados por quien fungía, hasta hace poco, ( y quien ahora se quiere adueñar del sillón presidencial) de autoridad de una ciudad que desconoce. Y pretendió apoderarse cual conquistador de la calle liberada, mientras se asoman con tolditos rojos a la calle adoquinada.

Quilca es el pedazo de una ciudad nueva por muchos despreciada, es la señal de una ciudad paralela viviente, desgraciadamente próxima a las fauces del homogenizador.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Juan, hay alguna forma de demostrar que Quilca era, como usted dice, una antiguo camino inca?

Germinal dijo...

Siento la demora en responder. Ese dato lo extraje de las siguientes referencias bibliográficas:

BROMLEY, Juan. Las viejas calles de Lima. Lima: Municipalidad de Lima. 2005

GÜNTHER DOERING, Juan y Guillermo LOHMANN VILLENA. Lima. Madrid: Mapfre. 1992

LOHMANN VILLENA, Guillermo. “El testamento del curaca de Lima don Gonzalo Taulichusco (1562)”. Revista del Archivo General de la Nación, 7: 267-275. 1984

Juan José Torre

Anónimo dijo...

Quilca es el espacio de resistencia. Pero la cultura de resistencia también es parte de la nuestra cultura, es un sistema que dialoga con nosotros, pero quen o necesariamente nos desafía. Me parece interesante este artículo, pero qué valor (real o simbólico) tiene este jirón en la crítica al sistema?

Juan Jose Torre dijo...

Creo que se podría hacer un paralelo entre Quilca y el sentido democratizador de la cultura que conlleva la piratería por ejemplo. Quiero decir que la contracultura y su sentido de resistencia no se genera deshaciendose de la expresiones de la cultura hegemónica, sino por el contrario, es el afán por hacerlo suyo y transformarlo en función a necesidades concretas lo que le hace creativo. Quilca (o sus pobladores eventuales, debería decir) proyecta ese carácter. Conociendo -y asumiendo- las reglas del "otro" es que las podemos transgredir.