martes, 20 de diciembre de 2011

¿Aún una promesa?



Por: Jesús Jara


Este año se ha vuelto a editar Instrucciones para atrapar a un ángel (Mesa Redonda, 2011), del escritor peruano Javier Arévalo. Luego de su libro de relatos Una trampa para comandante (1989) y de su primera novela Nocturno de ron y gatos (1994), su producción literaria nos entregó esta interesante historia aparecida en el año 1995. En tales años, y con mayor razón haciendo referencia a esta novela, diferentes escritores habían catalogado al autor como una promesa de la literatura peruana de las últimas décadas. La pregunta es sencilla: ¿Aún lo es? ¿Lo ha sido alguna vez?
Comparándola con Nocturno de ron y gatos, obra más vivencial y personal, Instrucciones para atrapar a un ángel es una novela con mayor preocupación por lo formal. Con atisbos metaliterarios, la obra nos muestra la historia de tres jóvenes con venas artísticas (dos de ellos son fotógrafos y escritores), David, Adrián y Alberto, los cuales se verán envueltos en una persecución que pondrá en riesgo sus vidas.
Cierto día, cuando David caminaba por los alrededores del Olivar, dos sujetos con ternos grises bajan de un auto y disparan contra él. A partir de este momento, Adrián, amigo y hombre que desea carnalmente a la víctima, decide averiguar quién ha sido el presunto culpable de esta acción. Para ello convence a Alberto y, entre los dos, descubrirán, poco a poco, a numerosos sospechosos, entre ellos a críticos de arte como Odorico Silva. También una larga lista de homosexuales resentidos, quienes habían posado para el lente de David que, por aquel tiempo, había realizado una muestra fotográfica titulada "Asesinos y Homicidas" que no fue del agrado de estos últimos. Además, durante la búsqueda, ellos mismos se verán implicados en el crimen, llegando al punto de tomarse, uno y otro, como otros sospechosos.
Si bien es cierto que la decisión de buscar al culpable puede resultar pueril: “Perseguir un asesino me pintaba un futuro inmediato distinto y quizá emocionante” (pág. 22), esta funciona como un elemento ficcional importante para el desarrollo de la trama, descubriendo, entonces, historias marcadas por los celos, por la pasión desenfadada, por la ira, por el despecho, por un amor casi enfermizo por no ser correspondido. Adrián es la voz narrativa homosexual en la novela, quien sufre por no conseguir la atracción de David, aportando un clima de muerte desde el inicio de la novela.
Lo que hace interesante a esta novela es la manera cómo el autor ha tratado de transmitirla, considerando que estábamos en la década del 90 –una generación donde no se optaba por la experimentación ficcional, salvo pocas excepciones-. La novela está presentada en pequeños y diferentes planos narrativos, lo que da fuerza a la trama y confusión al momento de dar credibilidad a los puntos de vista narrativos
Los narradores, alternadamente, son Adrián y Alberto. Otro punto a favor es la inclusión de entrevistas realizadas a algunos personajes sobre sus procesos de creación tanto en la escultura (Cristina es pareja sentimental de David y escultora, escultora de ángeles, por supuesto) como en la literatura (David había escrito Instrucciones para atrapar a un ángel, título sui generis del libro):
“Era bastante biográfico. Nada que no esté relacionado con mi vida tiene mucho sentido para mí. Una amiga escritora siento todo lo contrario. Incluso opina que cuando un libro le parece autobiográfico ya no le gusta. Por otra parte, un escritor es un individuo más. ¿Por qué inventar un personaje si uno mismo lo es?” (Pág. 124).
Sin embargo, los desaciertos de la novela radican, por ejemplo, en el manejo del lenguaje, que más que directo, sencillo o funcional, pecan, en varias oportunidades, de facilista, con uso de metáforas o comparaciones infantiles:
 “Mis sueños cambiaron radicalmente después de ver a Bruce Willis en Duro de Matar. Cualquier de mis amigos psicoanalistas, adoradores del inconsciente […]” (Pág. 18).
“-No, hombre, pasa. Ponle nomás las alarmas a tu ostentación con ruedas” (Pág. 20).
El cuento que escribió David –Instrucciones para atrapar a un ángel-, y reproducido a través de un comentario que se hizo a raíz de la publicación del libro, tuvo que haber sido transcrito tal cual para que el lector tuviera una imagen más personal del escritor, cuento que, por otra parte, nos da las pistas no solo para conocer el mensaje final del cuento, sino del mismo libro, ya que la novela trata sobre personajes que se buscan a sí mismos, que tienen que mirar su interior para saber que dentro de ellos está aquel ángel que toda persona, según el libro, posee.
“Solo ve oscuridad en la profundidad de sus ojos, donde distingue una fantasmagoría azul, un destello que no desaparece fugazmente como el estallido de un flash, sino que permanece allí, nítida, en el interior de sus pupilas veladas. Esa juguetona luminosidad es de un color impreciso, es azul y también blanca, y a veces roja, y ondula, se comprime y se expande, y parece volar con alas propias” (Pág. 102).
En cuanto al tema de la homosexualidad de algunos personajes, sobre todo la de Adrián, en varias ocasiones linda con lo patético. Acaso, y como muchos también han afirmado, el tema de la homosexualidad se convirtió en moda, en casi un mero plagio. No podemos afirmar que Arévalo haya tenido en su mente No se lo digas a nadie al momento de confeccionar su obra, pero el que los personajes pertenezcan a una clase acomodada, que uno de los personajes anhele ingresar a la misma, o que el tema del despecho solo pueda ser adjudicado a un homosexual para realizar actos espontáneamente brutales, tiene mucho que ver con la obra de Bayly.
Instrucciones para atrapar a un ángel, por aquel lejano año 1995, sí permitió tomar a Arévalo como una promesa, pero, con esta nueva edición, y con el pasar de los años, la novela aparentemente no ha sobrevivido. Nunca despegó.

jueves, 15 de diciembre de 2011

EXPOSICIÓN DE FRANK GAUDLITZ - LA RUTA DEL SOL



Por: Naná Lavalle E.

“Una fotografía no es una pintura, un poema, una sinfonía, una danza. No es un cuadro bonito. Es, o debe ser, un documento significativo, una declaración penetrante”
Berenice Abbott

Hemos podido conocer a los largo de la historia de la humanidad miles de caminos históricos: la Ruta Maya centroamericana,  El Cápac Ñam incaico, el camino de Santiago en la península ibérica; todos ya en la actualidad recorridos por armadas turísticas, cuya reproducción fotográfica supera con facilidad algunos cientos de terabytes. Para muchos es adrenalínico pensar en recorrer kilómetros de caminos cargados de energía, de vida, de muerte, de luchas, de esfuerzos, de purificación; lo catártico de observar cómo va cambiando la ruta a cada paso cansado pero maravillado y al lograr acercar lo ajeno gracias al don de mirar.


Hace más de 200 años, el investigador alemán Alexander von Humboldt recorrió, durante su travesía americana, más de 1500 km del antiguo camino inca conocido como “La Ruta del Sol” que conoció desde el punto más alto de la expansión del Tahuantinsuyo por el norte, en Pasto, Colombia, hasta llegar, un año después, a la ciudad de Lima. Su viaje fue lento y siempre atento a observar todas las realidades que encontraba a su paso. Con cada poblado, accidente natural y recopilación histórica superó largamente los motivos primarios de su investigación – que, se afirma, fue apoyada por Inglaterra como una suerte de espionaje para la recopilación de información sobre nuestras riquezas para, posteriormente, financiar las campañas independentistas, tanto la de San Martín como la de Bolívar, y que marcó el inicio de la expansión del capital británico en los primeros años de la República– brindándonos datos importantísimos para el conocimiento natural y social de nuestra nación.


Es otro alemán, inmerso en la contemporaneidad, el que nos propone un repaso para generar nuevas visiones sobre la ruta. Frank Gaudlitz tiene su sendero propio como un reconocido fotógrafo y su obra se ha expuesto en galerías a nivel mundial. ¿Por qué escoger esta ruta para su nuevo proyecto? Tal vez por la fascinación confesa que le genera la figura de Humboldt y su personalidad inagotable en el descubrimiento de espacios y seres únicos. Es así que vuelve a Sudamérica para recoger un tramo de la Ruta del Sol que conecta Colombia, Ecuador y Perú. Empieza en el poblado de Remontina, en Colombia, agotando el recorrido en Campiña de Moche, en la costa norte peruana.


Gaudlitz recorre más de 45 puntos, entre los que se cuentan ciudades, poblados y caseríos. Su fotografía de tipo documental nos permite ahondar en cuestiones sociales y etnográficas, mostrando la multiplicidad del entorno natural de la ruta y la diversidad cultural de los asentamientos humanos que se orillan en ella. Un viaje de descubrimiento para los propios latinoamericanos, ajenos de las realidades que se proyectan desde áreas rurales de nuestros países; un viaje que paradójicamente realizamos bajo una perspectiva totalmente occidental, pero no por ello ajena a una sensibilidad universal y la exquisita forma compositiva que caracteriza el trabajo fotográfico de Gaudlitz.



 

         El autor ha concedido a este proyecto características que articulan su producción fotográfica. Trabaja los géneros del retrato y el paisaje; los retratos, en color, fueron evidentemente producidos con la intencionalidad de mostrar el entorno particular del retratado, dándoles la oportunidad de presentarse libremente, sin hacer diferencias al momento de captar su imagen, pero sí mostrando las diferencias que existen entre ellos, y los paisajes, en blanco y negro, donde se presentan planos abiertos, panorámicos y también tomas cerradas, de avance por el camino que va dibujando, sobre el terreno árido o tropical, su propia proyección.


Observar la obra de Gaudlitz, actualmente exhibida en la Galería Municipal de Arte Pancho Fierro, es una total invitación a reconocernos en su obra. Existe un sublime sentido de identidad que nos va invadiendo poco a poco al recorrer la galería y puede parecer inverosímil que esta producción haya sido lograda por un alemán. Pero su peculiar espontaneidad, la firmeza de ideas y la fina sensibilidad que alcanza en la representación de cada una de sus piezas, es lo que refuerza la sensación de estar ante la esencia de sus retratados.


Visitar la exposición es una verdadera experiencia, más aún porque la distribución museográfica ha sido preparada y supervisada por el propio artista. El recorrido es ligero, intercalándose los retratos en color con los paisajes en blanco y negro, sin saturar visualmente al espectador, con un recorrido pautado por la agrupación por países de las fotografías, haciéndose evidentemente más amplia la zona peruana.  Existe al entrar en la galería una serie de 15 retratos, como muestra de la diversidad americana, como reflejo de las diferencias propias de nuestra identidad.


Es además una invitación a visitar este espacio de galería de arte, instalado en el centro histórico de nuestra ciudad, que entrará en un proceso de remodelación total tras el cierre de esta muestra y se reinaugurará con exposiciones dentro del marco de la Bienal de Fotografía de Lima, en marzo del siguiente año.

 



DATOS SOBRE LA MUESTRA

Nombre: La Ruta del Sol. Un recorrido actual por un camino histórico.

ARTISTA: Frank Gaudlitz (1958).

FECHAS: del 9 de diciembre de 2011 al 08 de enero de 2012.

LUGAR: Galería Municipal de Arte Pancho Fierro. Pasaje Santa Rosa 114, Centro Histórico de Lima.

HORARIOS: lunes a viernes de 10:00 a.m. a 8:00 p.m. / sábados y domingos de 1:00 p.m. a 8:00 p.m.

viernes, 9 de diciembre de 2011

¿Por qué hacer Historia Urbana?



Por: Juan José Torre

La historia urbana se hace necesaria en la medida en que la ciudad es el escenario natural de los cambios sociales y el lugar donde se canaliza, y toman rumbo, las demandas de grupos sociales que pretenden hacer realidad las utopías. En ese sentido, explorar las inquietudes de la población urbana nos permite conocer la dinámica popular, los poderes que se van tejiendo tras el poder formal. Es la ciudad el espacio disciplinante, pero también donde  surgen iniciativas de grupos sociales que recrean su subalternidad y la superan; definen estrategias dentro y fuera de lo legal para reedificar su espacio y mundo.

La ciudad es el espacio de reproducción, de creación y de control. Es el lugar donde el Estado se empeña a dirigir a sus miembros mediante la  construcción del perfil del ciudadano ideal, con valores y  comportamientos funcionales al poder. Se vale para ello de todos los medios posibles, siendo la educación la que incide en la formación de valores como disciplina y orden, que serán reforzadas en otros aspectos de la vida social. 

La organización de la ciudad no fue ajena a la preocupación de los griegos. Aristóteles describe en La Política la ciudad ideal en sus dimensiones, emplazamiento y cantidad de población.  Desde el punto de vista militar estas urbes debían permitir una defensa rápida ante la eventualidad de un ataque y, en lo político, el número de habitantes debía facilitar la participación de los  ciudadanos.  Ya en ese momento es posible identificar la relación entre régimen político y organización urbana que de algún modo se deja traslucir en los planteamientos urbanísticos y arquitectónicos modernos.

San Agustín en el siglo X planteaba la “Ciudad de Dios” en contraposición a la ciudad de los hombres. Esa búsqueda de orden y disciplina, regulada en función de los ideales cristianos, sirvió de base para el desarrollo de la Iglesia y su alianza con el Estado. La Ciudad de Dios debía ser controlada por la asociación Estado-Iglesia que garantizara la pureza de la fe y  la salvación de las almas que solo una vida recatada y ascética podía lograr, valores que debían ser severamente controlados por el aparato estatal.

La Edad Media supondría la ruralización de la sociedad: las ciudades pasan a segundo plano, generando consigo la estabilidad social que el feudalismo requeriría para su desarrollo. Estabilidad solo alterada por aisladas rebeliones campesinas, las Cruzadas y la Reforma protestante. Por el contrario, la Baja Edad Media traería el  resurgimiento de las ciudades esta vez controladas por una nueva clase social: la burguesía, que iría cuestionando el poder de la nobleza. Sería la ciudad el escenario de las transformaciones económicas, sociales y políticas que darían paso a la modernidad.

No obstante el proceso urbanizador desde el siglo XVIII, la población mundial sigue siendo mayoritariamente rural, aunque la diferencia sea menos estrecha que hace cuarenta años  y la tendencia sea la urbanización de las sociedades. Son  América y Europa los continentes con mayor población urbana en el mundo, lo que no puede causar sino curiosidad si tomamos nota de los disímiles procesos sociales a los que se han visto sometidos ambos espacios.

En el caso preciso de Latinoamérica, la urbanización es consecuencia de la expansión del capitalismo en el subcontinente. La irrupción de pequeñas industrias nativas y la instalación de conglomerados industriales de origen norteamericano y europeo, a mediados de los años 50, como parte de la Industrialización para la sustitución de importaciones, aceleró ese proceso.  En el Perú, la adopción del ISI fue un ingrediente importante, sin desdeñar el rol que tuvieron industrias como la harina de pescado en el crecimiento de ciudades como Chimbote.
 
Durante los años 60 y 70 los primeros en acercarse a los nuevos sectores urbanos, dentro de las ciencias sociales fueron los antropólogos y sociólogos, sorprendidos de los recursos que encontraban estos sectores para obtener el reconocimiento del Estado. Estos nuevos sectores (conformado en su mayoría por migrantes andinos) fueron protagonistas activos de un periodo de nuestra historia, marcando el nuevo aspecto de una ciudad que  se ha convertido en un crisol de etnias y culturas.  

miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL RONSOCO ILUSTRADO - Columna

¿Extractivismo o morir?


Por: Javier Garvich
Extractivismo es una palabra que empieza a tomar cuerpo desde algunos años en América Latina, ha sido prohijada por los movimientos indigenistas contemporáneos y, dentro de nada, estará poniéndose de moda en el Perú.
Cuando hablamos de extractivismo hablamos de un proceso económico basado en la extracción pura y dura (con 0 valor agregado) de materias primas a cambio de valiosas divisas que, con una distribución eficiente, puedan financiar planes sociales y mitigar sustancialmente la extrema pobreza. La forma como se está extrayendo el petróleo, el gas y los minerales en Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia  es el ejemplo y base del discurso: Extracción de hidrocarburos a cambio de dólares frescos con que mantener subvenciones a productos de la canasta familiar, transferencias directas de dinero a los más necesitados, programas sociales de salud y educación. Ojo que estamos hablando de repúblicas con gobiernos que presumen de izquierdismo e incluso hablan de “socialismo del siglo XXI”. Además, el extractivismo que profesan es una fórmula donde todos ganan: El gobierno, legitimado por sus programas sociales ante los electores; las transnacionales extranjeras, porque hacen negocio vendiendo combustibles en un mercado global necesitado de recursos energéticos; el sector privado nacional que puede seguir creciendo al más puro estilo capitalista al saber que el Estado no se ve a meter con ellos como se temía. Y, claro está, amplios sectores sociales que cobran cheques del Estado, se benefician de un sistema de salud más generoso o que ve mejores oportunidades educativas para sus hijos  Ese extractivismo tiene una variante agrícola que se está consolidando peligrosamente en Argentina y Uruguay con el auge de los monocultivos de exportación, con pingues beneficios ¿Por qué quejarse entonces?
Pero el extractivismo tiene su lado oscuro: Seguimos alimentando una estructura productiva invertebrada, subdesarrollada y débil, muy dependiente del exterior en varios aspectos y con poca capacidad competitiva en el mercado global. La pregunta obvia es: ¿Qué pasará si caen los precios de los minerales y combustibles? ¿Y qué pasará si se acaban los recursos? ¿Vale la pena destruir todo un ecosistema para montar un proyecto gasífero que no tendrá más de 40 años de vida?
Porque aquí viene el segundo pero más importante: ¿Vale la pena destruir nuestro país por una renta equis de divisas durante un tiempo muy determinado? ¿La destrucción de ecosistemas, la inevitable contaminación de nuestros ríos, la extinción de nuestras cuencas acuíferas, el erosionamiento y la desertificación de valles y quebradas es el impuesto inexorable para que podamos tener mejor calidad de vida?
Estas reflexiones son necesarias ahora que se ventila la viabilidad de un nuevo megaproyecto minero en Cajamarca. El precio por una cuota sustancial de teóricos recursos para el desarrollo pasa por la desaparición de varias lagunas naturales y el consumo de agua tratada por parte de los cajamarquinos (en el campo y en la ciudad) durante décadas y, posiblemente, sine die.  ¿Vale la pena?

La pregunta es más abierta y compleja: ¿Qué Perú queremos para el futuro? Y en eso entra el tema cultural, porque el extractivismo también atenta contra una manera de ser y hacer durante siglos. El extractivismo choca con las formas andinas de trabajar y querer el suelo y el ambiente (de esas formas nacen nuestras danzas, canciones, fiestas, tradiciones, arte e idioma). Atenta contra nuestras raíces más legítimas. Las minas, necesariamente, terminan desperuanizándonos.
Un Perú minero puede darnos ingentes recursos y modernizar el país. Pero temo que dentro de 50 años terminaremos siendo una Somalía sudamericana, un país desertizado, sin glaciares, con los ríos envenenados, viviendo en ciudades tan contaminadas como La Oroya, con millones de bocas que exijan una sangría de divisas para importar alimentos. Alimentos que bien podríamos producir nosotros. Dentro de 50 años, los pocos valles andinos existentes serán monopolizados por transnacionales turísticas, la Amazonía será un escenario a la Mad Max,  un espacio sin ley degradado por la desforestación formal y la minerías informales. El cuy y la papa amarilla serán artículos de lujo para el consumo extranjero. Nuestros egresados y mejores cerebros seguirán yéndose en masa fuera del país y Lima será un sumidero caótico, sediento y envuelto en smog.
El extractivismo del guano terminó consolidando una clase dominante corrupta cuyos descendientes todavía hoy nos gobiernan, el extractivismo del caucho generó el más grande genocidio de nuestros pueblos amazónicos, el extractivismo pesquero depredó (¿por siempre?) nuestros recursos ictiológicos en el Pacífico. ¿Es que no aprendemos? ¿No hay otras, mejores formas, de generar valor y recursos en el Perú?

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Un cínico francés: Michel Houellebecq



Por: Rómulo Torre Toro

Opinión unánime: Michel Houellebecq (1958) es uno de los narradores franceses más importantes en las dos últimas décadas. La acidez de sus comentarios, la crítica descarnada que tira por los suelos toda esperanza romántica y la actitud abiertamente hostil a todo cuanto signifique "progreso humano", lo ubican como una figura polémica y, por supuesto, central para entender la sociedad posmoderna. Según el escritor francés, estamos en un período donde la vida tiende a la estandarización, donde todo debe ingresar en el sistema y alimentarlo. Su novela Ampliación del campo de batalla (2001) nos propone dos alternativas: o entrar en la Norma o alejarse de ella para ingresar en el Campo de batalla donde se organiza la resistencia. Pero esto suena demasiado utópico. Houellebecq parece preguntarnos: ¿resistencia a qué? ¿No nos damos cuenta de que resistir al sistema es consagrarlo? Es imposible salir de la Norma porque ella supone todo: incluso la probabilidad de algo que la niegue. Resistir, por lo tanto, es un sinsentido: queriendo escapar del vacío de la existencia normalizada, caemos justo en ella.

Ya que no podemos escapar a la Norma, ¿por qué entonces nos aferramos a momentos simbólicos de la historia, como Mayo del 68? La opción del cambio queda ridiculizada por las consecuencias que trajo consigo. En efecto, la sociedad post 68 está marcada por el consumismo, la pérdida de toda ilusión, el fracaso. Marcada por la soledad. La falta de objetivos de los sujetos es característica de los hermanastros que protagonizan Las partículas elementales (1999). Michel y Bruno van de tumbo en tumbo, tratando de evitar la descomposición de sus vidas, pero sin plantear alternativas viables, concretas. Al final, se dejan arrastrar por distintos estilos de vida que los condenan al abatimiento, al anonimato, al deterioro de las relaciones humanas. Pero la novela puede entenderse, también, como la historia de una familia disfuncional, cuyos hijos son los más afectados por las "libertades" alcanzadas en el Mayo francés. Así: una novela sobre "los secretos de familia del occidente posmoderno". O, más ampliamente: "el ocaso del pensamiento burgués [y] la ridiculez de los sistemas que se le han planteado y plantean todavía como alternativa".

Para ejemplificar mejor lo que se intenta decir, dos citas extraídas de La posibilidad de una isla (2005) servirán de forma más contundente:  

"El espectáculo Mejor con libertinas palestinas fue la cumbre de mi carrera; mediáticamente hablando, se entiende. Salí unos días de las páginas de Espectáculos de los periódicos para entrar en las páginas de Justicia/Sociedad. Hubo quejas de asociaciones musulmanas, amenazas de bomba, en fin, un poco de acción" (pg. 42).

Y, mucho más reflexiva:

"Se ha demostrado que [...] el dolor físico que acompañaba la vida de los humanos les era consustancial, que era consecuencia directa de una organización inadecuada de sus sistema nervioso, de igual modo que su incapacidad para establecer relaciones interindividuales que no fuesen de enfrentamiento resultaba de una relativa insuficiencia de sus instintos sociales con relación a la complejidad de las sociedades que sus medios intelectuales les permitían fundar" (pg. 150).

De esta manera, lo que afirma es que nada vale la pena, que todo lo que se intente será peor, que no perdamos el tiempo. La coyuntura política que atravesamos parece darle la razón. Por más intentos que haga la humanidad por redimirse, por explotar esa subterránea bondad que cree poseer, la Norma terminará por imponerse. Los románticos, los ingenuos, los reformadores: terminarán siendo los mejores (es decir, los peores) defensores del sistema. Insertados perfectamente en el mundo.

No escandalizarse: el cinismo es el estilo de Houellebecq. Plantear opiniones no como propuestas a discutir ni mucho menos con reservas. Todo lo contrario, el autor de Las partículas elementales escribe como si la historia fuera lo último que le importara y lo primero, las ideas. De hecho, pretende defender, con argumentos hábilmente desplegados, sus teorías y en torno a ellas estructurar sus historias. Teorías que van desde posturas misóginas y antislámicas, hasta la defensa más cerrada de la derecha. Es necesario reiterar: no escandalizarse. Aquí está lo más valioso de Houellebecq: menospreciar la opinión indiscutible, lo políticamente correcto, la fútil intención de quedar bien con todos. Esa actitud que trasmite en sus novelas y que corrobora en su vida cotidiana, como lo prueba su tan sonada desaparición, justo cuando tenía que dar una gira de entrevistas y conferencias por motivo de la publicación de su última novela El mapa y el territorio (Alfaguara, 2011). Houellebecq no es una estrella, como muchos quieren calificarlo. Mucho menos es un sobrevalorado. Es un hombre que quiere salvarse. Del mundo, de la literatura, de sí mismo. 





La de arriba es una entrevista del año 2008, en España. Aquí podemos obtener un excelente perfil del narrador francés.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Democracia y Mercado: tensiones irreductibles



Por: Jorge Duárez

En el trabajo titulado Democracia ¿Gobierno del Pueblo o gobierno de los políticos? José Nun (2002) hace referencia a un hecho que llama la atención: la historia nos muestra que ha existido capitalismo sin democracia (Hitler, Mussolini, Pinochet), más no democracia en su versión moderna sin capitalismo. Para Nun esta relación afronta una tensión inevitable que demanda un compromiso entre los diferentes sujetos involucrados en los procesos sociopolíticos y económicos, el cual haga posible el sostenimiento de la relación democracia-mercado. El contenido básico de dicho compromiso consistiría en que: los que no poseen instrumentos de producción aceptan la institución de la propiedad privada del capital social, mientras que los que poseen instrumentos de producción aceptan instituciones políticas que permitan a otros grupos exigir efectivamente sus derechos a la repartición de los recursos y a la distribución de la renta (Przeworski y Wallerstein, 1989).

Esta idea del compromiso nos sugiere una serie de interrogantes: ¿Qué rol cumple el Estado en dicho compromiso? ¿Quién define quiénes participan en el compromiso? ¿Es un compromiso limitado sólo a los intereses de los sujetos involucrados? ¿Qué pasa con aquellos que quedan fuera o subordinados al compromiso? Si bien no arriesgamos acá respuestas para cada una de estas interrogantes podemos sostener siguiendo a Nun (2002) que la consecución de dicho compromiso es el resultado de negociaciones y de luchas pasadas y presentes y requieren múltiples justificaciones políticas, ideológicas e incluso éticas, conforme a las tradiciones de la “colectividad” de que se trate, a sus marcos institucionales y a los conflictos concretos que se susciten. Nada sencillo ¿cierto?

Ahora bien, el mantenimiento de este compromiso en el contexto histórico actual, en donde el mercado asume su versión neoliberal, se vuelve más problemático. Para comprender esto hagamos explícito uno de los principales dogmas del neoliberalismo, el cual nos dice que las ventajas que se brindan a los inversionistas privados (exoneración de impuestos, flexibilización laboral, reducción estándares de cuidado ambiental, etc.) son costos necesarios que la sociedad en su conjunto debe asumir si desea crecimiento económico y progreso. Si los derechos laborales, el cuidado al medio ambiente y el pago de impuestos son asumidos como “sobre costos” para la inversión y, por ende, como frenos para el progreso ¿qué espacio queda para la redistribución de la riqueza? El neoliberalismo al convertirse en la negación del Estado de Bienestar europeo o de los Estados populares latinoamericanos termina asfixiando a la propia democracia.

Dicho lo anterior vale enfatizar que la tensa relación entre democracia y mercado no se reduce al marco de los intereses económicos de los sujetos. Las justificaciones que demanda dicha relación necesariamente involucran al mundo simbólico, es decir, normas y valores. Esto se evidencia por ejemplo si al reflexionar en torno al neoliberalismo superamos aquella concepción que la reduce a una política económica, pasando a concebirla como una forma particular de organizar lo social.

Las normas y valores que justifiquen el compromiso pactado entre democracia y mercado buscarán dominar los antagonismos que puedan acabar con aquél. Este intento de dominio siempre será precario, lo cual será evidenciado por los conflictos sociales que surjan y las regiones marginadas del compromiso. Todo esto podemos identificarlo como aquellas apariciones espectrales a las que Zizek (2003) hace referencia: La realidad no es la “cosa en sí”, sino que está ya-desde siempre simbolizada, constituida, estructurada por mecanismos simbólicos, y el problema reside en el hecho de que esa simbolización, en definitiva, siempre fracasa, que nunca logra “cubrir” por completo lo real, que siempre supone alguna deuda simbólica pendiente, irredenta. Este real (la parte de la realidad que permanece sin simbolizar) [En nuestros términos aquello que queda fuera del compromiso] vuelve bajo la forma de apariciones espectrales.

El compromiso que defina la relación entre democracia y mercado estará constituido por tensiones irreductibles, no superables, ya que su propia constitución supone la exclusión de ciertos sujetos. Ejemplos de esto son los “indignados” frente a la crisis global o algo más cercano a nosotros, el conflicto alrededor del proyecto minero Conga en Cajamarca.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El Beat y sus fenómenos retóricos



Por: Diana Lavalle Espinoza

“es más fácil vivir con los ojos cerrados”
John Lennon

Hablar del beat. Tanta vida en datos imprescindibles y tan poco orden personal para referirme a ellos. Es este un intento por seguir ciertos lineamientos generales que me permitan alcanzar el entendimiento del lector. Tengo una preocupación impropia del asunto, digamos que nada beat.
Como fenómeno de post-guerra, nace con el relajamiento de costumbres frente a la descontrolada forma en la que los industriales, junto al modelo capitalista, crecieron luego de su victoria sobre las Potencias del Eje. Como generación, vive afectada por los modelos que muestran la perfección humana tras el consumo, la deficiencia en la libertad de acción: sólo existes si consumes.
En su primera generación, el beat expresó su rechazo ante el fenómeno industrial y consumista con un aislamiento total, con un vómito sangriento en cada respuesta y en cada definición de lo que podía ser el motor de las masas. La segunda generación formó prototipos, no sólo les interesaba crear un pensamiento propio y compacto que los inmunizara frente a los medios de comunicación masiva - cuyo afán era embutir la idea de consumo por cualquier orificio del cuerpo -, sino que además se interesaron en proyectar un espectáculo romántico de cómo deberían ser las cosas. Con sus actitudes amorfas constituyeron la retórica del bando en contra. Dieron lugar a la aparición de estilos de vida como el hippy y los punk, contrarios entre sí, pero ligadas en las circunstancias de su origen.
Lo que nos llega del beat deja de ser fenómeno creciente y tiene ya todos los lineamientos de un movimiento. Puede que en su primera edad no tuviera la intención de generar un mensaje y no aspirara a ser portador del cambio social; pero, finalmente, algo sucedió, algo engancho a la gente e hizo crítica ese rechazo, hecho que no significaba que trazaran un campo de combate. Actualmente, ¿qué es lo beat?, ¿qué reconocemos como tal? Se puede identificar como beat toda forma contracultural, todo grito que resulte revolucionario entre las formas comunes. Por lo tanto, debemos entenderlo como todo nuevo fenómeno de rechazo ante una realidad imperante.


Entonces surge la pregunta: ¿qué sigue al beat?
Su retórica se mantiene en nuestro sistema de consumo. Hoy por hoy es lo que siempre criticó: es la moda, lo popular, lo que todos quieren ser, como todos quieren verse y actuar en el afán de ser distintos. Pero una pregunta proyectada desde la mente de Kurt Cobain persigue a los que buscan respuestas: ¿se puede ser popular sin perder la esencia? Si bien en un inicio el beat causó rechazo, pudores e indiferencia, en la década del noventa encuentra un renacimiento en el movimiento alternativo que asimila y desarrolla su retórica. Lo que diferencia a ambas etapas es la inmersión de lo alternativo en la escena de consumo, convirtiéndose en el modelo fomentado por una industria alejada del nicho contracultural. Lo que comparten es la actitud arrogante del ser diferente. Por ejemplo, el tópico de la creación apoyada en el consumo de drogas. Si el LSD fue el motor para la creación del beatnik, la heroína y el éxtasis acompañaron la imagen depresiva y la genial altivez de los personajes alternativos.
Lo que se producía casi en un acto de destrucción creadora, para las nuevas generaciones no son más que recursos técnicos para el entretenimiento. Tomemos como ejemplo a la banda Velvet Underground junto a la alemana Nico, ambas bajo la dirección de Andy Warhol, creando el primer concierto multimedios, con la proyección de videos superpuestos sobre la banda y un gran despliegue de luces. En 1992, durante su gira mundial, la banda U2, los nuevos hippies que incitan a las masas a mejorar el mundo condonando deudas a países subdesarrollados y hablando de cómo prevenir el calentamiento global, idean ZOO Tv, con escenarios enmarcados por pantallas gigantes que no sólo presentan arte audiovisual, sino también se pueden ver programas de televisión en directo y hasta enlazarse vía microondas con un enviado especial en Kósovo, zona de conflicto donde el gobierno norteamericano intervino más de lo que debió.
Creo haber logrado distinguir hasta ahora tres generaciones beat. La primera desarrolla un pensamiento en épocas de transición frente a la conformación de una sociedad consumista; la segunda, más activa, crea nuevos conceptos y formas de vida “mejores” y hace un llamado al cambio. El tercer beat, la forma alternativa instalada en la década del noventa, no le teme a la popularidad, no vive aislado, sale al mundo pero no con interés de cambio, sino de destrucción, porque sostener el peso de una sociedad aborrecida los hace ser conscientes de que el verdadero cambio está en morir. Su retórica no busca el nirvana del pensamiento, busca el fin de la vida, porque es una construcción que ya no puede idealizarse. En la muerte está el romanticismo de lo nueva vida.
En otras palabras, beat fue la reacción de los cincuentas ante la realidad de un industrialismo paternalista que guiaba y orientaba la vida de las masas. En los sesentas estalló el boom, desarrolló armas y vehículos para cambiar el mundo. El fenómeno alternativo de los noventas juega con su retórica, la asimila, pero no propone nuevas formas de vida o costumbres; lo que busca es un escape en la muerte, el desaparecer ante la saturación de un entorno degenerado. Puede que tal vez, luego de tres intentos de cambio, el último beat comprendiera el impostergable avance de la sociedad de consumo. Puede ser, tal vez, que ser tragados por la bestia definiera su identidad destructiva, donde el único paso para el bienestar reside en la extinción.