miércoles, 23 de noviembre de 2011

Democracia y Mercado: tensiones irreductibles



Por: Jorge Duárez

En el trabajo titulado Democracia ¿Gobierno del Pueblo o gobierno de los políticos? José Nun (2002) hace referencia a un hecho que llama la atención: la historia nos muestra que ha existido capitalismo sin democracia (Hitler, Mussolini, Pinochet), más no democracia en su versión moderna sin capitalismo. Para Nun esta relación afronta una tensión inevitable que demanda un compromiso entre los diferentes sujetos involucrados en los procesos sociopolíticos y económicos, el cual haga posible el sostenimiento de la relación democracia-mercado. El contenido básico de dicho compromiso consistiría en que: los que no poseen instrumentos de producción aceptan la institución de la propiedad privada del capital social, mientras que los que poseen instrumentos de producción aceptan instituciones políticas que permitan a otros grupos exigir efectivamente sus derechos a la repartición de los recursos y a la distribución de la renta (Przeworski y Wallerstein, 1989).

Esta idea del compromiso nos sugiere una serie de interrogantes: ¿Qué rol cumple el Estado en dicho compromiso? ¿Quién define quiénes participan en el compromiso? ¿Es un compromiso limitado sólo a los intereses de los sujetos involucrados? ¿Qué pasa con aquellos que quedan fuera o subordinados al compromiso? Si bien no arriesgamos acá respuestas para cada una de estas interrogantes podemos sostener siguiendo a Nun (2002) que la consecución de dicho compromiso es el resultado de negociaciones y de luchas pasadas y presentes y requieren múltiples justificaciones políticas, ideológicas e incluso éticas, conforme a las tradiciones de la “colectividad” de que se trate, a sus marcos institucionales y a los conflictos concretos que se susciten. Nada sencillo ¿cierto?

Ahora bien, el mantenimiento de este compromiso en el contexto histórico actual, en donde el mercado asume su versión neoliberal, se vuelve más problemático. Para comprender esto hagamos explícito uno de los principales dogmas del neoliberalismo, el cual nos dice que las ventajas que se brindan a los inversionistas privados (exoneración de impuestos, flexibilización laboral, reducción estándares de cuidado ambiental, etc.) son costos necesarios que la sociedad en su conjunto debe asumir si desea crecimiento económico y progreso. Si los derechos laborales, el cuidado al medio ambiente y el pago de impuestos son asumidos como “sobre costos” para la inversión y, por ende, como frenos para el progreso ¿qué espacio queda para la redistribución de la riqueza? El neoliberalismo al convertirse en la negación del Estado de Bienestar europeo o de los Estados populares latinoamericanos termina asfixiando a la propia democracia.

Dicho lo anterior vale enfatizar que la tensa relación entre democracia y mercado no se reduce al marco de los intereses económicos de los sujetos. Las justificaciones que demanda dicha relación necesariamente involucran al mundo simbólico, es decir, normas y valores. Esto se evidencia por ejemplo si al reflexionar en torno al neoliberalismo superamos aquella concepción que la reduce a una política económica, pasando a concebirla como una forma particular de organizar lo social.

Las normas y valores que justifiquen el compromiso pactado entre democracia y mercado buscarán dominar los antagonismos que puedan acabar con aquél. Este intento de dominio siempre será precario, lo cual será evidenciado por los conflictos sociales que surjan y las regiones marginadas del compromiso. Todo esto podemos identificarlo como aquellas apariciones espectrales a las que Zizek (2003) hace referencia: La realidad no es la “cosa en sí”, sino que está ya-desde siempre simbolizada, constituida, estructurada por mecanismos simbólicos, y el problema reside en el hecho de que esa simbolización, en definitiva, siempre fracasa, que nunca logra “cubrir” por completo lo real, que siempre supone alguna deuda simbólica pendiente, irredenta. Este real (la parte de la realidad que permanece sin simbolizar) [En nuestros términos aquello que queda fuera del compromiso] vuelve bajo la forma de apariciones espectrales.

El compromiso que defina la relación entre democracia y mercado estará constituido por tensiones irreductibles, no superables, ya que su propia constitución supone la exclusión de ciertos sujetos. Ejemplos de esto son los “indignados” frente a la crisis global o algo más cercano a nosotros, el conflicto alrededor del proyecto minero Conga en Cajamarca.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo no diría que el compromiso de la relación democracia mercado sea irreductible, ya que ésta no tiene necesariamente que suponer la exclusión de actores del problema victimizándolos. Sin embargo, es una realidad que se ha venido dando de esta forma debido a que no hay autoridades que asuman todas las acciones que deben llevarse a cabo para que los proyectos económicos tengan una mirada decente hacia la justicia social y que en lugar de beneficiar sólo a una parte (o a las partes con más poder... adquisitivo)estas autoridades se encarguen de redistribuir los beneficios a partir de un criterio claro de gestión en sus posiciones de mando que permitan hacer tangibles, si se quiere, los frutos de estos proyectos para que no hayan promesas inconclusas a merced de gestiones de mando irresponsables y poco serias.

Anónimo dijo...

No quisiera caer en la adivinación, pero deducir qué puede ocurrir en Cajamarca es poco difícil.
Por un lado, la población afectada va a endurecer su posición y va a rechazar cualquier posibilidad de diálogo; por otro, el gobierno va a querer conservar el principio de autoridad y, además, sufrirá (sufre) el acoso de la prensa y los grupos que presionan por la continuación del proyecto.
Por lo tanto, sr. Duárez, hay alguna posibilidad de llegar a concertar diferentes intereses, diferentes formas de entender el desarollo?

C.G.

Anónimo dijo...

Pienso que el fin del conflicto en Cajamarca pasará por una necesaria negociación en donde todas las partes (Yanacocha, Estado y Frentes de Defensa)deberán ceder en algo. Los contenidos de ésto habrá que verlos en las horas o días que vienen. Esto significa que no es posible concertar los intereses como estaban constituidos previamente al proceso de negociación. La negociación supondrá la re-definición de las expectativas de los sujetos involucrados, lo cual no clausurará las diferencias entre ellos. Además, las negociaciones necesariamente excluirán a determinados sujetos, por ejemplo, aquellos que no quieren de ninguna manera minería. Esto muestra la irreductibilidad de las tensiones entre democracia y mercado, es decir la imposibilidad de desterrar los antagonismos de la praxis política. Esto incluso si se tuviera una burocracia muy eficiente (como lo sugiere el primer comentario), pues no solo entra en juego la exclusión de ciertos sujetos, sino también las formas en que ciertos sectores son incluidos, ya sea en formas de explotación o sub-valoración. La gestión efectivamente debe ayudar a canalizar las demandas y evitar expresiones de violencia, pero esto dista de una clausura posible de antagonismos. Basta ver diferentes experiencias políticas de nuestro país (Leguía, Odría, Belaúnde, Velasco, Prado, etc.)o de naciones "desarrolladas" (Reagan, Bush, Obama) para convencernos de esto.

Jorge