viernes, 11 de noviembre de 2011

Un intento fallido



Por: Jesús Jara

Si  esta novela es la que más le ha costado escribir a Fernando Ampuero, pues tendría que preocupar a sus lectores y, sobre todo, a sí mismo. Con su más reciente libro, El peruano imperfecto (Alfaguara, 2011), podemos intuir cómo funciona el mundo literario limeño, o cómo funciona el medio de las críticas y reseñas de los diversos diarios capitalinos. La novela empieza con una advertencia que creemos extraña, porque la ficción está en todo y todo es ficción. La literatura, actualmente, juega en el límite entre la realidad y la ficción. Sin embargo, deja constancia que “Esta es una obra de ficción. Sus personajes principales, Pedro José de Arancibia y Amanda MnNeil, quizá parecen verdaderos, o parcialmente verdaderos, pero no lo son”.
El libro se construye en tres planos diferentes. El primero está compuesto por fragmentos del diario del protagonista:
“No es así. No somos una nación, sino varias naciones. Y en lo que concierne a mi nación, la mestiza, fruto accesorio de la Conquista, somos una nación perdida [...]. Si unos siglos atrás se mencionaba esta palabra, Pirú o Perú, el habitante de otros mundos pensaba en los incas, El Dorado o el Cusco, o bien imaginaba la Lima vista por los viajeros, europeos y decimonónicos, y por Ricardo Palma, las tapadas y algunas leyendas pintorescas. Ahora, para nativos y extranjeros, la traducimos en imágenes: pisco sour, cebiche, papa a la huancaína, Titicaca, Vargas Llosa, Machu Picchu, líneas de Nazca, líneas de cocaína” (Diario).
Frases como estas se relacionan, aparentemente, con las palabras que el mismo autor brindó en diversas entrevistas. En la realizada por Carlos Sotomayor, para La República, Ampuero señala lo siguiente: “Entonces, quería poner un personaje de la clase media alta, digamos, que está en conflicto con sus medios y con estos cambios. Algunos consideran que son cambios buenos, pero la mayoría los ve como cambios malos. Por ejemplo, está el hecho de que esta ciudad, que de un millón de habitantes saltó a los 9 millones, se ha llenado de una cantidad de lacras, problemas,  microbuses, humo, contaminación, violencia y, sobre todo, malos modales: la gente haciendo la pila en la calle. Esta fue la premisa original: hay un estado de ánimo frente a las grandes transformaciones sociales que ha vivido mi personaje, el peruano imperfecto. Y él siente que ya no encaja en los nuevos códigos de conducta de la ciudad”.
Al acabar de leer la novela nos quedamos con la sensación de que aquellas palabras nunca son atendidas totalmente por Pedro José, el cual presta –por mecanismos del autor- más atención al segundo y tercer plano de la historia. El primero de estos nos da a conocer la vida actual del protagonista, jefe de la unidad de investigación de El Comercio, así como también escritor en su fuero interno. Entre periodista y escritor, al personaje se lo toma en consideración por sus logros informativos, como el haber destapado el problema de las firmas falsas para la campaña presidencial de Alberto Fujimori en el 2000, o develar a los infinitos corruptos que se encuentran en el mundo militar y político. Pedro José, personaje más del siglo pasado que del actual, presenta una ética de oficio que linda con lo acartonado y conservador: “No confíen en nadie. Ni siquiera en el ciudadano honrado y de ufano espíritu ético que se empeña en realizar buenas acciones. Él también persigue un interés: sanear a la comunidad. Supuestamente un interés plausible, pero un interés como cualquier otro. Las buenas intenciones son otra de forma de la codicia y, como dice bien el refrán, de ellas está sembrado el camino que nos lleva al infierno”. O más adelante: “¡Cuidado, las coimas están picando en el área!, los instruía. ¡Hay que  luchar contra esa gente que piensa que todos tenemos un precio! Y complementaba: un caso bien investigado puede tumbarse a un gabinete ministerial y hasta a un presidente, como sucedió en Watergate. ¡Miren ustedes si esta vaina que hacemos no es importante!”.
El segundo plano actual queda detenido, un 16 de febrero de2003, para dar paso al tercero: la infancia, juventud, adolescencia, adultez y madurez de Pedro José. Presentada como una novela de aprendizaje por la crítica, el lector se introduce en el pasado familiar del protagonista. De sangre española (del conquistador Pedro José de Arancibia) e indígena (descendiente de Isabel Huaylas Yupanqui, hija de Huayna Cápac), el narrador de la historia trata de vincular el problema social actual del país con el mestizaje colonial. Creemos que esta es la parte más ambiciosa que se propuso llevar a cabo el autor del libro y, acaso, lo más complicado para él en cuanto a su narrativa. Sin embargo, y esto algo que la novela adolece, todos estos planos dan la sensación de que no están bien hilvanados estructuralmente.
En cuanto a las certeras críticas sociales y culturales que el protagonista presenta en sus diarios, es más la voz del narrador externo quien se vincula con ellas y no tanto la del propio Pedro José, ya que –este es un factor esencial en el personaje debido a la conservadora educación que recibió en su infancia en el siglo XX– este transitará en una larga retahíla de encuentros sexuales clandestinos. Más de diez nombres femeninos desfilan por el cuerpo de este considerado hedonista. En la entrevista citada anteriormente, Ampuero afirma: “Y por el otro lado, a lo largo de más de cuarenta años hubo, otros cambios de orden espiritual, anímico y sexual. Yo me concentré más en lo que es una sexualidad de entre siglos. En los años 60, había unas represiones medio virginales. Todos estábamos educados en colegios religiosos; entonces, lograr que una aventura romántica terminara en el sexo era una hazaña, una proeza. Sin embargo, cinco o seis años después, ya era otra cosa: se llegó a la liberación, porque simultáneamente en el mundo había estallado la revolución sexual, la revolución tecnológica, aparecen las píldoras anticonceptivas”. En esto, y en nada más, se concentra la novela. Los problemas sociales citados a lo largo de la obra son, por lo tanto, tomados tangencialmente, como meras circunstancias. La novela termina siendo el acontecer de un periodista y escritor que busca placer en  el por entonces alicaído Hotel Bolívar.
Para culminar, la narrativa de Ampuero entretiene. Y más por un tema marketero –no olvidemos el apelativo fastuoso de su “trilogía callejera” (Caramelo verde, Puta linda, Hasta que me orinen los perros)– es que lo tenemos aquí, en diversas entrevistas y reseñas ciegas, las cuales tratan de vender algo que ni por asomo es. Lo único que se mantiene de Ampuero es su gran capacidad de humor que envuelven a los personajes, grandes cuotas de humor. Y, siendo condescendiente, no hay por qué negar ese intento suyo por estructurar formalmente la novela. Lo malo está en que ese intento termina siendo fallido, así como personajes secundarios que poco aportan en la configuración de la trama. Hasta cierta cantidad de páginas el lector no tiene idea de qué va la novela. Y creemos que esto se mantiene hasta la última página de su libro.

No hay comentarios: