lunes, 28 de mayo de 2012

El fútbol peruano: un masoquismo necesario y un estilo de vida a seguir





Por: Bruno Yika Zapata

Eric Fromm mencionaba que todos tenemos, de alguna manera, algo de masoquistas y de sádicos, que ello es parte de nuestra “naturaleza humana”. Nietzsche decía también que no había algo más racional (apolíneo) que lo irracional (dionisiaco). Para el caso del fútbol peruano, ello cae como anillo al dedo. Nos permite comprender por qué algunos seguimos siendo hinchas de equipos de fútbol fracasados, en quiebra y con pocas posibilidades de ganar algo realmente importante. Es más, mientras más hundidos se encuentren nuestros equipos y estén más fregados, más sentimos la necesidad de estar con ellos.

El caso de la selección nacional es algo racionalmente más patético. Los que no hemos tenido la oportunidad de verlos en un mundial, tenemos la esperanza (“todos somos parte de la selección”, dice el comercial de la Cristal) y el anhelo de verlos jugar frente a los astros brasileros, ingleses o argentinos. En ese sentido, las grandes campañas publicitarias y mediáticas alimentan constantemente nuestro imaginario colectivo.

A ello debemos agregarle otro factor, fruto de la globalización consumista: la proliferación en nuestro país de academias de fútbol para menores. Los chicos ya no quieren estudiar, todos quieren ser como Neymar o como Jefferson Farfán. No importa si no termino el colegio, la idea es ganar lo que Manco en su nuevo equipo de fútbol.

Aquí se mezclan dos factores (o más bien se entrecruzan): por un lado, la necesidad de sentirse parte de algo, en este caso de un equipo del fútbol nacional; por otro lado, el estilo de vida a seguir por parte de las generaciones más jóvenes de los futuros “jotitas”. El primer caso responde a la necesidad de sentirse identificado con una comunidad imaginada con experiencias compartidas. El reconocimiento que surge de ello tiene estrecha relación con los viejos laureles obtenidos por estos equipos de fútbol. Muchos de dichos equipos son representantes de una localidad, de un puerto o de una ya inexistente clase social.

Soy hincha de fútbol de un equipo de puerto, un club que está quebrado, endeudado y sin sostenibilidad financiera para terminar el campeonato, pero ¿por qué sigo lo sigo alentando? La respuesta es simple: porque representa a una comunidad que quizás sólo existe en mi mente, pero de la cual me siento parte. Es más, cuando estuvo en segunda división, no solo yo, sino también mucha gente lo iba a ver al estadio más que nunca. Bajo esta perspectiva, el fútbol sirve como elemento de integración, el cual dudo deje de existir. Sino pregúntenles a los hinchas del Deportivo Municipal que aún lo siguen en la Liga de Breña.

El segundo caso si es un poco alarmante pues lleva a creer a muchos niños, adolescentes y jóvenes que lo importante del fútbol es ganar fácilmente mucho dinero. La idea del fútbol como medio de integración queda en un segundo plano y lo que prioriza es ser un futbolista “exitoso”, vestir ropa Nike, Adidas o Reebok, manejar autos último modelo o poseer a todas las mujeres posibles, teniendo en este caso como tótem a Cristiano Ronaldo.

Esta tendencia tiene como raíz la vieja idea del fútbol como pasión de multitudes y medio de integración. Las industrias ligadas a este rubro lo saben muy bien y la utilizan de la mejor manera: vendiendo sueños que, en el mayor de los casos, nunca se van a cumplir. Como diría Bauman ya no sería un fetichismo de la mercancía lo que se estaría impulsando, sino más bien sería un fetichismo del consumo. Detrás de ello están nuestras subjetividades, las cuales se dejan llevar fácilmente por el falso placer que ocasionan estos patrones culturales.

El llegar al mundial es lo de menos. Lo que ahora importa es juntarnos en casa de alguien con parrilla y chelas de por medio, Cristal obviamente, para ver masoquistamente los fracasos eternos de nuestra selección.

lunes, 21 de mayo de 2012

IZQUIERDAS PERUANAS Y RENOVACIÓN DOCTRINAL. Notas para una lectura crítica de la obra de José Carlos Mariátegui en clave postestructuralista.




Por: Jorge Luis Duárez Mendoza


Introducción

“¿Dónde encontrar el  mito capaz de reanimar espiritualmente el orden que tramonta?”
José Carlos Mariátegui, El hombre y el mito.

Tras veinte años del autogolpe del 5 de abril una de las principales dolencias de la democracia peruana continúa siendo la precariedad de su sistema de partidos. Los diferentes partidos nacionales han sido incapaces de renovarse e insertarse en la sociedad peruana. Dentro de este campo las izquierdas peruanas no han sido la excepción, han demostrado serias limitaciones para renovarse orgánica, programática y doctrinalmente, lo cual en estos últimos meses les costó una dura derrota dentro de la actual coalición de gobierno.   
El presente post inicia una reflexión en torno al marco doctrinal de las izquierdas peruanas, centrándonos en la obra de José Carlos Mariátegui. Para ello proponemos una relectura crítica de su obra a partir de los aportes del llamado postestructuralismo sobre la cuestión del sujeto político y el problema de la universalidad.[1] Nos planteamos este objetivo por dos razones: 1) porque son aún escasos los análisis postestructuralistas de la obra de Mariátegui, cuestión que consideramos relevante teniendo en cuenta la importancia que tiene el Amauta en la izquierda peruana; y 2) porque consideramos importante que la renovación de las izquierdas peruanas tomen en cuenta su aspecto doctrinal.[2] Vale aclarar que reconocemos estas reflexiones como el inicio de un trabajo a largo plazo.      

José Carlos Mariátegui: un marxista “hereje”

La obra del Amauta estuvo caracterizada por una concepción heterodoxa del marxismo. En los escritos de Mariátegui posteriores a su experiencia europea (1919-1923) es visible la influencia que en ellos tuvieron los debates marxistas en torno al cuestionamiento a la idea del surgimiento del socialismo como necesidad histórica, idea promovida por la segunda internacional. Mariátegui rechazó el postulado de que el marxismo supone una filosofía de la historia: “Marx, en primer lugar, no se propuso nunca la elaboración de un sistema filosófico de interpretación histórica, destinado a servir de instrumento a la actuación de su idea política y revolucionaria” […]. Y continúa: “El materialismo histórico no es, precisamente, el materialismo metafísico o filosófico, ni es una filosofía de la historia, dejada atrás por el progreso científico. Marx no tenía por qué crear más que un método de interpretación histórica de la sociedad actual”.[3] Mariátegui reivindica al marxismo no como una doctrina teleológica, sino como un método de interpretación histórica, método que podemos ver aplicado en sus “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”.
Por otra parte, Mariátegui no asumió al marxismo como teoría autosuficiente. Para él no era “…posible aprehender en una teoría el entero panorama del mundo contemporáneo. Que no es posible, sobre todo, fijar en una teoría su movimiento. Tenemos que explorarlo y conocerlo, episodio por episodio, faceta por faceta. Nuestro juicio y nuestra imaginación se sentirán siempre en retardo respecto de la totalidad del fenómeno”.[4] Por ello rechazó una concepción del marxismo como ciencia capaz de explicar la totalidad de lo social, por lo cual era necesario su diálogo con otras corrientes filosóficas y teóricas. Debido a esta apertura teórica es que en Mariátegui no encontramos una concepción antiliberal del socialismo, todo lo contrario, encontramos un socialismo capaz de rescatar lo más valioso del mismo: la libertad. Por ello sostendrá que el socialismo surge del desarrollo del liberalismo. Además, como sostiene Flores Galindo, en Mariátegui existe una indispensable confluencia entre el marxismo y el pensamiento crítico, mas el primero no agotaba al segundo. Incluso, el propio marxismo de Mariátegui no se reduce a los estrechos límites de una sola tradición socialista.[5]  
Este carácter heterodoxo del marxismo de Mariátegui no siempre fue bien valorado. Aníbal Quijano en su texto “Introducción a Mariátegui” plantea que la formación marxista del Amauta estuvo marcada por insuficiencias e incongruencias, expresadas básicamente en una doble tensión: entre el marxismo y otras corrientes teórico-filosóficas; y entre el estructuralismo y el voluntarismo. Para Quijano la obra de Mariátegui habría perdido de vista los planteamientos epistemológicos-metodológicos que definen al marxismo como ciencia que explica las leyes de la sociedad. Por ello se habría filtrado en el pensamiento del Amauta una filosofía metafísica de la historia, expresada en la influencia soreliana.[6] Sin embargo, consideramos que esta crítica pierde de vista gran parte de la riqueza de la obra de Mariátegui por los argumentos antes referidos. ¿Qué lugar ocupa actualmente la teoría marxista dentro de las izquierdas peruanas? Si tienen algún lugar, ¿vienen apropiándose creativamente de ella para pensar al Perú contemporáneo? Continuaremos con estas reflexiones en un siguiente post.







[1] Reconociendo su vaguedad, el término postestructuralismo refiere a la obra de diferentes autores que comparten la preocupación por el lenguaje y la cultura. Si bien el término evoca a un momento posterior al estructuralismo, ambas corrientes teóricas comparten una misma matriz conceptual. Sobre la relación entre el estructuralismo y el postestructuralismo ver: Giddens, A. “El estructuralismo, el postestructuralismo y la producción de cultura”, en Giddens, A., Turner, J. La Teoría Social Hoy. Madrid: Alianza, 1990. Para una aproximación a los aportes de la teoría postestructuralista dentro del marxismo ver: Butler, J., E. Laclau y S. Zizek Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda. Buenos Aires, FCE, 2011.
[2] En la academia peruana solo tenemos conocimiento de un artículo que se plantea un objetivo similar al nuestro. Ver: Castillo, M. “Convivencias provocativas: mito, ciencia y postestructuralismo en el debate teórico social peruano” en Scientia. Revista del centro de investigación de la Universidad Ricardo Palma. Año XII nº 12, pp. 59-69.  Lima, diciembre, 2010.
[3] Mariátegui, J.C. “La filosofía moderna y el marxismo” en Defensa del Marxismo. Lima, Minerva, 1976.
[4] Mariátegui, J.C. La escena contemporánea. Lima, Minerva, 1988.
[5] Flores Galindo, A. La agonía de Mariátegui, la polémica con la Komintern. Lima, DESCO, 1980.
[6] Quijano, A. Introducción a Mariátegui. México, Serie Popular Era, 1981.  




miércoles, 16 de mayo de 2012

¿Novela introspectiva o ensayo travestido? Los enamoramientos, de Javier Marías





Por: Carlos Zambrano Pérez


Hasta hace unos meses las referencias que tenía de Javier Marías (Madrid, 1951) se limitaban a algunas entrevistas y conferencias en las que el autor hablaba, entre otras cosas, de su temprano debut en el género de la novela (publicó por primera vez a los 19 años) y de cómo su experiencia traduciendo a autores como Lawrence Sterne o Joseph Conrad fueron fundamentales para su aprendizaje en el arte de novelar. En una conversación con Manuel Rodríguez Rivero para la Fundación Juan March, también hablaba de un aspecto que, por lo menos a mí, me suele interesar en los escritores: su método de trabajo. En la entrevista, Marías se calificaba, por un lado, como un escritor sin mapa y más bien de brújula, quería decir con esto que su planificación de una novela no partía de un esquema más o menos claro, sino de un constante descubrimiento ya sobre la marcha; lo segundo tenía más bien un carácter ético: consistía en “pechar” lo ya escrito, es decir no retroceder en la escritura. Así, si se abría un nudo en la pagina 3, en algún momento este debía solucionarse y no anularse incluso si perdía relevancia en el transcurso de la historia. “Es que así es la vida, uno no puede retroceder, tachar lo ya hecho”, decía Marías. Ambos aspectos me parecieron de una dificultad innecesaria, pero además peculiar, de modo que tomé nota del autor y lo dejé como pendiente.

Por esa época, precisamente, revisé algunas listas que colocaban a Marías como uno de los escritores -junto a Juan José Millas, Enrique Vila Matas o Javier Cercas- imprescindibles para comprender la Novela española contemporánea. Un grupo de importantes críticos, por otra parte, han colocado a Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí en un listado de las diez mejores novelas en español de los últimos veinticinco años, compartiendo lugar con La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa, El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez o Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Más razones que colocaban a Marías como un autor ‘necesario’. A finales del año pasado, ‘Papeles perdidos’ (blog que a su vez pertenece a la revista Babelia, que a su vez pertenece al diario El País, que a su vez, y esto solo dicho de paso, comparte propietario con Alfaguara) publicó un ranking con, a partir de una encuesta a cincuenta y siete críticos y periodistas, las mejores novelas del 2011 (y esta vez ya no sólo en español). La sorpresa fue que, una vez más, el nombre de Javier Marías figuraba en el ranking, esta vez con Los enamoramientos (Alfaguara), la primera novela escrita después de, en voz de casi toda la crema y nata cultural española, la colosal “Tu rostro mañana”, de más de mil quinientas páginas, tres tomos nada más y nada menos.

La novela ocupaba el primer lugar. 

Así dadas las cosas, había que leer a Marías. Tu rostro mañana, con sus tres tomos y mil y tantas páginas, me parecía demasiado extensa como para hacer de carta de presentación, y en lo que respecta a Corazón tan blanco o Mañana en la batalla, mi lectura habría estado algo condicionada por los excelentes comentarios que había recibido, así es que, aprovechando la enorme campaña publicitaria a la que los señores de Alfaguara nos tienen acostumbrados cuando de sus dinosaurios se trata –que Marías lo es, como lo son Vargas Llosa y Pérez Reverte- me animé por Los enamoramientos.

Con esta novela me ha ocurrido algo curioso. No es que sea mala. La novela me parece medianamente recomendable; sin embargo, colocarla como lo mejor (y la lista no habla de lo más vendido, sino de lo mejor del 2011) me parece –salvo que el año pasado haya sido de vacas flacas, y vacas flacas apellidadas Franzen, McEwan, Houellebecq y Rothde una sobrevaloración que, más que ingenua, parece sospechosa.

Pero bueno, aquí mis conclusiones:
La historia es bastante sencilla. Esta es de esas novelas (a diferencia de lo que pasaría, por ejemplo, con Doctor Pasavento, de Vila Matas; o Solar, de Ian McEwan) que uno las puede contar a un amigo sin temor de perderse buena parte de la historia. Esto puede deberse a que, en líneas generales, la novela se sirve de la historia para trasladarse a otro ámbito, el de lo subjetivo. La novela es en gran parte un conjunto de reflexiones que a su vez colindan con citas de Balzac, alusiones al cine y juicios del pasado desde un presente (lamentablemente no tan lejano, ya aclararé por qué más adelante) por parte de María Dolz, la editora y protagonista de la novela.
Pero de momento, centrémonos en la historia:

1. María Dolz, editora, protagonista y voz a través de la cual se narra la novela, ve todos los días a Luisa y Miguel Deverne compartir un matrimonio feliz. Le atrae verlos, acaso porque ese matrimonio le hace pensar que, en efecto, es posible congeniar incluso después de tantos años juntos.

2. Un día se entera de que un extraño ha asesinado a Deverne de varias puñaladas. Lo peor es que el extraño a confundido a Deverne con otra persona.

3. María reflexiona en torno a su actividad como editora y entabla una crítica al egocentrismo de los escritores que, bajo el pretexto de escribir una novela, hacen excéntricos requerimientos a sus editores.

4. María se presenta ante Luisa, la esposa de Deverne, y ambas charlan un momento. Al final del diálogo aparece un personaje que será determinante en la novela, Javier Díaz-Varela, amigo del difunto Miguel Deverne.

5. Pronto María se enamora de Díaz-Varela y entablan un vínculo limitado al plano de la intimidad. Con todo, sospecha o sabe que Díaz- Varela quiere algo con Luisa, que a través del consuelo irá acercándose a ella poco a poco y que, llegado el momento, ella tendrá que alejarse. No le importa. Vive el momento.

6. Una noche, mientras espera en la cama a Díaz-Varela, María escucha una conversación entre él y otro hombre, Ruyberris. En la conversación se habla de un asesinato. María tiene suficientes motivos para pensar que Díaz Varela tiene algo que ver con la muerte de Deverne.

7. Pasan los días y Díaz-Varela sospecha que María los ha escuchado, y entonces decide contarle la verdad. Es cierto que ha tenido participación en el asesinato de Deverne, pero las cosas no son como ella piensa. Fue Deverne quien le dio un plazo para terminar con su vida.

8. Y aquí nos enteramos, después de la página trescientos, que Deverne tenía una enfermedad ocular que, a la larga, iba a traerle deformaciones físicas irremediables y, para Deverne, insoportables. Pero hay más: ante ello, Deverne le pide a Díaz-Varela que termine con su vida en un plazo de meses y sin que él sepa cuándo. Y es que Deverne no tendría el valor para suicidarse.

9. Ante la petición de Deverne, Díaz-Varela habla con un amigo (el que oyó María la otra noche) y le dice que ponga en manos de un hombre un cuchillo y que a su vez, junto a otros sujetos, le digan que Deverne tiene algo que ver con cierto aspecto humillante relacionado con sus hijas, azuzando su ira y deseo de venganza.

10. Y entonces volvemos al principio. El hombre asesina a Deverne.

11. María no sabe si creer o no la versión de Díaz-Varela, aunque no le parece que, incluso así, cambien mucho las cosas. En todo caso, prefiere mantenerse al margen de la historia y alejarse.

12. Algunos años después, en una cena de gala para un escritor y ya comprometida, María ve a Deverne y Luisa juntos. Ya son pareja. Entonces reflexiona en torno a la historia que Díaz-Varela le contó años atrás y llega a una conclusión: Díaz-Varela le ha mentido. La historia de la muerte de Deverne, después de atar y desatar cabos, es muy poco verosímil. Se acerca a la mesa de ambos y, en el último instante, decide no contarle nada a Luisa.

Desde luego, la narradora no se limita a enumerar estos sucesos (la historia, más que todo, parece un pretexto para otro fin) sino que a partir de estos giros en la trama, va reflexionando en torno al acto mismo de enamorarse y los cambios que atraviesa en cada una de sus etapas. Es precisamente este aspecto, el de la deliberada manipulación de una trama para un fin distinto (en este caso, para “decir”) el primero que habría que observar en la novela. Hay giros que son excesivamente elaborados, en los que el artificio es tan claro que –salvo una complicidad más o menos rigurosa por parte del lector- los mecanismos de verosimilitud se deterioran notablemente. Una cosa es el punto ocho en el decálogo de Quiroga, según el cual hay que llevar a los personajes de la mano derecho hacia donde uno quiere y sin preocuparse por todas las posibilidades que el lector “podría ver”; y otra, muy distinta,  forzar giros en la trama. El mecanismo de verosimilitud funciona en tanto lo que ocurra sea, aunque sorprendente o inesperado, perfectamente comprensible y aceptable por el lector, y aquí Marías, con toda su experiencia, parece obviar este punto. El que nos enteremos pasados los tres cuartos del libro que, ¡sorpresa!, Deverne tenía una enfermedad (y ojo, en ningún momento se nos da ni el menor indicio de que algo así puede venir y más que sorpresa aclaratoria, sabe a tarea hecha a última hora), o que Deverne por temor a suicidarse le pidiera a Díaz-Varela que se ocupara de él sin que se diera cuenta; que (sutil procedimiento de Díaz-Varela, amigo de Deverne) se le entregara un cuchillo a un hombre (Díaz-Varela le dice a otro que a su vez le de el cuchillo a otro…) para matarlo del modo más salvaje, la verdad, hace pensar que Marías, una vez bien colocado el efecto del asesinato a cuchillazos (impactante, con fuerza, muy bien) al inicio de la novela, no supo cómo pagar las deudas asumidas.

Otro aspecto a observar (y aquí cabe el riesgo de la subjetividad) es que uno descubre que María Dolz es editora por dos motivos: porque nos dice que es editora al inicio y critica a los escritores que hacen requerimientos excéntricos a sus casas editoriales, y porque nos repite que es editora al final de la historia y lleva a un escritor a una cena de gala. Lo cierto es que no tengo muy claro si Marías hizo que su personaje fuese editora para insertar una crítica al banalizado mundillo editorial actual (tan de moda esta literatura que habla de sí misma) o porque consideraba que, siendo editora, el recurso de colocar a lo largo de la trama diversos fragmentos de Balzac, o un regular conocimiento de Celine, se validarían. Si fue lo primero, el recurso no es del todo efectivo, porque solo habla una vez y al inicio de este tipo de escritores y de forma aislada, es decir que nada en la historia, salvo un interés en hablar de sí misma para, digamos, forjar un vínculo más fuerte entre lector-narrador, demanda un fragmento de este tipo. No quiero decir con esto que estos fragmentos estuviesen de más (de hecho, son partes memorables de la novela y de la que de seguro Marías bien podría dar testimonio) sino que, una vez asumida esta dirección, resultaba mucho más conveniente mantener una continuidad en este tipo de fragmentos y no desvanecerlos pasada la página cincuenta. Colocado así el fragmento, queda demasiado aparte del cuerpo. No todas las novelas, por supuesto, deben apuntar a ser compactas; pero la manera en que Marías plantea su novela sí apunta, por género y por perspectiva (narrador testigo, primera persona, tiempo pasado fundado en la memoria) a este grado de cohesión.


Hasta la página cien, tuve la inquietud de no saber muy bien si es que estaba ante una novela, por así decirlo, con abundante carga subjetiva o si estaba ante un ensayo novelado (y para el primer caso pienso en dos direcciones: una, la novela al estilo Proust, en donde un narrador, ya muy distante, es capaz de emitir juicios sumamente -y válidamente- lúcidos respecto de un pasado); o un narrador omnisciente que, por su naturaleza misma, es capaz de verlo y juzgarlo todo (y aquí pienso en autores desde un Balzac o un Tolstoi, por ejemplo, hasta un Saramago) sin que el efecto de verosimilitud se vea mellado. Ambos mecanismos se validan por la distancia, en el primer caso temporal y en el segundo por la perspectiva, de modo que cuando se nos ofrece una opinión sobre la vida o sobre la condición humana paralelamente a la narración de la historia, sabemos que la voz que nos habla tiene toda la autoridad de brindarnos juicios. Pero el caso de Los enamoramientos, sin duda, se acerca más al de un ensayo novelado y, lamentablemente, incluso más que acercarse al campo de la novela con pretensiones de decir, se acerca al de un ensayo que no sabe muy bien como travestirse de novela. En primer lugar María Dolz  narra la historia solo algunos años después y de eso nos enteramos en el último cuarto del libro,. Entonces percibimos que más que hablar María Dolz, habla Marías, quien pretende elaborar un ensayo sobre el amor (por cierto y sin afán de robar méritos, porque las ideas del libro al respecto resaltan por su lucidez) usando como estrategia una mujer que (tal vez vuelva a ser subjetivo aquí) no puede disponer de las herramientas para tamañas reflexiones acerca no sólo de sí misma, sino de la condición humana en diversas dimensiones. Tal vez convenga, llegado este punto, citar algunos fragmentos:

En la página 257, dice María Dolz:

“ La mayoría de la gente está dispuesta, a la mayoría le encanta señalar con el dedo a escondidas y acusar y denunciar, chivarse a sus amistades, a los vecinos, a sus superiores y jefes, a la policía, a las autoridades, descubrir y exponer a culpables de cualquier cosa, aunque lo sean solo en su imaginación; hundirles la vida si pueden o por lo menos dificultársela, procurar que haya apestados, crear desechos, desprendidos, causar bajas a su alrededor y expulsar de su sociedad, como si la reconfortara decirse tras cada víctima o pieza cobrada: ‘ese ha sido desgajado, apartado, ese ha caído y yo no’. Entre toda esa gente hay unos pocos –a diario vamos menguando– que sentimos, por el contrario, una indecible aversión a asumir ese papel, el papel del delator. Y tan al extremo llevamos esa antipatía que ni siquiera nos es fácil vencerla cuando conviene”.

En la página 260:

“La espera nutre y potencia ese deseo, la espera es acumulativa para con lo esperado, lo solidifica y lo vuelve pétreo, y entonces nos resistimos a reconocer que hemos malgastado años aguardando una señal que cuando por fin se produce ya no nos tienta, o nos da infinita pereza acudir a su llamada tardía, de la que ahora desconfiamos, quizá porque no nos conviene movernos. Uno se acostumbra a vivir pendiente de la oportunidad que no llega, en el fondo tranquilo, a salvo y pasivo, en el fondo incrédulo de que nunca vaya a presentarse”


En la página 299, dice, a propósito de no saber si Díaz- Varela le decía o no la verdad:

“Aún cabía la posibilidad de que no lo fuera, según él, eso siempre (nunca sabría más de lo que él me dijera, luego nunca más sabría nada con seguridad absoluta; sí, es ridículo que tras tantos siglos de práctica, y de increíbles avances e inventos, todavía no haya forma de saber cuándo alguien miente; claro que eso nos beneficia y nos perjudica por igual a todos, quizá sea el único reducto de libertad que nos queda)”.

Esta estrategia narrativa, apartada de las estructuras que mencionamos líneas arriba, se invalida por pretenciosa y más bien, con sus juicios y su gran voz que ahora todo lo sabe y todo lo juzga, entorpece, interrumpe la lectura. El lector –más aún, de seguro, el lector contemporáneo- siente su rol como pasivo y, por momentos, llega a aburrirse o a sentirse llevado de la mano por un narrador que, al no poder cuajar ideas a través de hechos, necesita de una voz que le diga: ojo, esto te debe llevar a reflexionar en esto, mira cómo esto que ocurre aquí nos demuestra cómo la sociedad se ha degradado, aquí se ve cómo somos las personas en este tipo de situaciones, etc. Cuando uno decide usar el narrador testigo, claro, existe esa frontera que (lo sabemos por el Bolaño de Una novelita lumpen o por el Salinguer de El guardián entre el Centeno) solo puede ser aterrizada a través de la perspectiva dada por el tiempo, y esto es, en lo que respecta a cierta claridad al juzgar lo evocado. La otra opción, la asumida por Marías (y asumida por el mismo Bolaño para La pista de hielo o por Sábato en El túnel) es la de la enumeración de sucesos donde tan soberbia lucidez para juzgar lo ocurrido es mínima; y claro, los juicios sobre “la humanidad” ausentes.

Un último aspecto, y aquí habría que preguntarse si es una cuestión de estilo propiamente; pero que, por lo menos a mi juicio, resta a los mecanismos de verosimilitud de la novela, es el de los diálogos. Los personajes de Marías hablan todos igual, y con esto no me refiero al modo –al fin y al cabo lo mismo ocurre en algunas novelas de Auster o de Vila Matas, sin invalidarlas, sino a que todos los personajes, sean hombres o mujeres, emplean construcciones verbales excesivamente literarias (en el sentido de artificiosas, de construidas). Quiero decir que al leer los diálogos de Los enamoramientos, más que presenciar un acto de comunicación cercana, uno tiene la impresión de estar leyendo una confrontación de discursos (y hasta discursos filosóficos). Los personajes hablan durante tres, cuatro páginas seguidas sin detenerse, viajan en el tiempo, se hacen y responden preguntas, citan párrafos en inglés y arrojan, como la narradora, juicios sobre la condición humana. Los receptores escuchan callados mientras sus interlocutores reflexionan en voz alta (por cierto, los personajes no hablan, no dicen; para Marías, o mejor dicho, para María Dolz…, los personajes peroran. He encontrado la palabra, por lo menos, unas cinco veces a lo largo de toda la novela. Lamentablemente, no tengo cómo citar esos fragmentos). Hay quien hablará de un diálogo propio del estilo Marías, yo tengo mis dudas...

Cito algunos pasajes:

Página 135. A propósito del estado de Luisa ante la muerte de su esposo, María le pregunta a Díaz- Varela si esta ya se está recuperando:

“-Pues no bien- respondió por fin-, y ya me voy preocupando. No es que haya pasado demasiado tiempo, desde luego, pero no acaba de reaccionar, no avanza un milímetro, no es capaz de alzar la cabeza ni siquiera fugazmente y mirar a su alrededor y ver cuánto le queda. Después de la muerte de un marido aún quedan muchas cosas; a su edad, de hecho, queda otra vida entera. La mayoría de las viudas salen adelante pronto, sobre todo si son más o menos jóvenes y además tienen hijos de los que ocuparse. Pero no son sólo los niños, que en seguida dejan de serlo. Si ella pudiera verse dentro de unos pocos años, de un año incluso, comprobaría que la imagen de Miguel que ahora la ronda incesantemente se le difumina cada día que pasa y cuánto se le ha adelgazado, y que sus nuevos afectos no le permiten acordarse de él más que de tarde en tarde, con una quietud hoy sorprendente, con invariable pena pero sin desasosiego…”   

Página 238. María responde la pregunta de Díaz Varela acerca de qué la despertó:

“-Pero qué preguntas son esas- le dije con desenfado-. Yo qué sé lo que me despertó, un mal sueño, una mala postura, saber que me estaba perdiendo un rato contigo, no sé, qué más da… Si me he puesto el sostén es porque no es lo mismo que me ves echada y a poca distancia, o a ráfagas, que de pie y caminando por la casa como si me creyera una modelo de Victoria`s Secret o aún mejor, al fin y al cabo ellas siempre llevan lencería…”


Página 290. Díaz-Varela le cuenta a María por qué no contrató un sicario para matar a Deverne:

“La muerte de Miguel quedó como un terrible accidente, como un caso de pésima suerte. ¿Por qué no recurrí ni siquiera a un sicario, más seguro y más sencillo en apariencia? Hoy en día se los hace venir a propósito de cualquier sitio, de la Europa del Este o de América, y no son muy caros: el pasaje de ida y vuelta, unas dietas y tres mil euros o menos, o algo más,  según, digamos tres mil si uno no quiere un chapuzas o alguien demasiado bisoño… Algunos individuos que se han valido de ellos luego son muy descuidados, a veces no se les ocurre otra cosa que recomendarles a un amigo o colega (eso sí, muy sotto voce) al mismo fulano que les prestó un servicio, o al mismo intermediario, que a su vez, perezoso, llama y trae al mismo fulano”.


Con todo, y sin afán de ironía, Los enamoramientos es una buena novela en tanto entretenida, en tanto amable y con la que, hasta cierto punto, por los temas que aborda, un lector podría llegar a identificarse. Eso sí, no más.  Marías sabe, se percibe a leguas, apuntar a un público y de qué estrategias servirse para ser, como ha sido, un best seller en España; más aún si quien narra la novela lo hace en primera persona, desde la perspectiva del testigo y siendo una mujer. Si a ello añadimos un título como Los enamoramientos, que además ha contado con una campaña publicitaria arrolladora como las de Alfaguara, el éxito está garantizado; y está bien, porque no nos venden gato por liebre y porque, al fin y al cabo, Marías es un escritor bastante válido. Tengo, eso sí, la impresión de que el material empleado (y con esto me refiero a las acertadas reflexiones que Marías vierte en su novela sobre el proceso del enamoramiento) daba más para un ensayo. Lo demás es especulación. Lo último que uno podría esperar es que, como se hacen en tantos casos, los escritores obedezcan a estudios de mercado y públicos concretos. “Haz novela de amor, que tus lectores son esencialmente mujeres”, “Haz novela histórica, que es lo que los lectores esperan según encuestas”. En el fondo, creo, esperaba más de este Javier Marías y me queda la duda de si, en parte, fue toda esta expectativa, la de leer al escritor que lleva publicando desde los diecinueve años, imprescindible para entender la nueva novela española y cuyas novelas están entre las diez mejores de los últimos veinticinco años para La crítica (dos palabras cada vez menos de fiar para estas cosas). Esperaba más, la verdad, de Marías, a quien Bolaño colocó dentro de aquel grupo (junto a Juan Villoro, Enrique Vila- Matas, César Aira) de escritores a los que había que leer, los que estaban abriendo los caminos de la nueva novela en español. Habrá que leer Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí para entender a qué se refería Bolaño. De momento, Marías queda en el limbo de los escritores buenos. Nada más.


Javier Marías
Los enamoramientos
Madrid, Alfaguara, 2011, 401 pp.


lunes, 14 de mayo de 2012

Convocatoria Ese puerto existe



Los recitales Ese puerto existe se iniciaron como un espacio de incentivo y difusión de la creación poética en San Marcos. El proyecto se lanzó el 2010 y continuó durante el 2011, siempre manteniendo su interés por acercar la producción estudiantil a la de poetas con una trayectoria importante. De ese modo, participaron Carlos López Degregori, Rossella di Paolo, Roció Silva Santisteban y poetas más jóvenes como Cecilia Podestá y Miguel Ildefonso. 

 Durante estos dos años los organizadores apuntaron, básicamente, a concentrar los recitales al ámbito sanmarquino, con el objetivo de captar un público y ganar un lugar dentro de su agenda. Para este año, sin embargo, pretenden ampliar su oferta y su radio de acción. Por eso, nos enviaron el aviso que dejamos a continuación, para que los interesados se comuniquen al correo electrónico señalado. 


Si alguien no logra verlo, el mail es: recitalesesepuertoexiste@gmail.com




miércoles, 9 de mayo de 2012

Los falsos nombres de la muerte



Por: Jose Carlos Benavides



No había escuchado hablar de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) hasta unos tres años atrás, cuando un amigo me comentó que en Argentina, a fines del siglo XX, se había escrito una novela monumental de casi mil páginas, La historia (1999). Desde aquel día no perdí el rastro de aquel personaje de bigotes extraños y divertidos. A finales del año pasado su nombre volvió a ser nombrado, y esta vez mucho más fuerte que antes: Caparrós había ganado el Premio Herralde con una novela que, a mi gusto, huele a muerto.

Nito, protagonista de la novela, nace en julio de 1974, el mismo día que se produce la muerte del General Juan Domingo Perón, ese día era 1º de julio, de ahí que su padre decida que su nombre sea ese: Juan Domingo, «Bobby me contó que mi padre me había puesto Juan Domingo como un chiste torcido, su forma de celebrar que aquel día la Argentina se había “liberado del tirano”: como quien dice ahora Juan Domingo es otro». El guiño al lector es claro, en Nito la muerte y la vida se hacen uno en relación de continuidades. Durante su desarrollo, Nito sufrirá la muerte de dos seres queridos: su padre y su abuelo. Desde entonces se sentirá cada vez más atraído por el significado de la muerte y la función que adquieren los muertos.

 La infancia de este muchacho transcurre como una de las demás, cruda, de amores imposibles y posibles, más miedos que aprendizajes; todo ello enmarcado en los turbulentos años 70’s y 80’s de la historia Argentina. La fascinación que se desarrollará luego de la muerte de sus familiares lo llevará a sentirse acosado por  algunas preguntas como: ¿cuál es nuestra relación con los muertos? ¿Es posible mantener el contacto con ellos? ¿Están todavía entre nosotros de alguna manera?  Todas se intentarán responder a lo largo de la novela. Entrará luego en contacto con el predicador brasileño Trafalgar, quien lo convertirá en un pronosticador de muertes, entendiendo así que puede hacer el cambio de predecir la muerte como venganza por predecirla como timo para conseguir dinero, ficcionalizando a personajes reales para que eviten la muerte.

Anterior a esto, la novela nos conduce por divertidos pasajes a los que el mismo Caparrós ha denominado «picaresca contemporánea» que ayudan a conocer al protagonista desde años previos a su nacimiento, ellos nos permiten acercarnos a la vida individual de cada uno de los personajes que se relacionan con Nito. La historia de su concepción, el final del sexo placentero y el inicio del sexo por obligación y con sacrificio por parte de su padre. La educación mediante telenovelas, el duro golpe de descubrir en la escuela que es un niño y no el amorcito de mamá. Todos estos pasajes tienen algo en común: la incidencia en la muerte y cómo es que esta se perpetúa en los modos de vida de las personas.

La escritura empieza en clave de humor negro, pero poco a poco va degenerando en una extraña performance surrealista, gracias a la aparición del artista Piru Carpanta. Los diálogos sobre la muerte y el arte con este nuevo personaje van cobrando sentido a medida que la narración principal avanza, de forma que los dos textos terminan en una surte de simbiosis o retroalimentación. La pirotecnia surrealista del desenlace tiene que ver con la moda de los Living y el desarrollo de la industria del embalsamiento.

Los muertos no se ven, pero permanecen con nosotros. Nos deshacemos de ellos porque nos dan miedo, es como dar un paso hacia ninguna parte. La moda de la movida living –durante la lectura uno se dará cuenta que juega con el significado de la sala de estar y con el hecho de estar viviendo refiriéndose a los muertos a los que se le creará una historia- es la consagración del simulacro, la resurrección de los muertos. El develamiento de toda trascendencia hacia la muerte la ubicaría como parte de la llamada civilización del espectáculo.

Sin entrar en más detalles, recomendamos leer esta obra, en donde las modulaciones técnicas son las que hacen que esta propuesta sea viable: el recurso de lo grotesco y paródico afila y divierte la historia confiriéndole una gran calidad estética. No existe un modo de leer políticamente la novela más que en el desencanto del tiempo, la necesidad de crearse una ilusión. La novela huele a muerto, los muertos que están en los livings, que están en la historia, que están en nosotros como en Juan Domingo. 



Martín Caparrós
 Los living
Barcelona, Anagrama, 2011, 430 pp.





viernes, 4 de mayo de 2012

El Hablador impreso número dos




En diciembre del año pasado, salió el primer número del periódico El Hablador. Fue la expansión de una revista que se ha convertido en una marca, en un referente de la actividad literaria en estas latitudes. Fue la apuesta por el papel impreso, que tantas limitaciones tiene, de un medio que se ha desarrollado básicamente en el espacio virtual. Y fue, sobre todo, el inicio de un proyecto que prometía mantenerse.

Ahora, como para no defraudarnos, ha salido el segundo número del periódico, en una edición con más páginas, donde se incluyen los artículos de sus dos columnistas más antiguos, José Rosas Ribeyro y Alejandro Neyra, y un excelente artículo sobre el valor de la ficción en la lucha contra lo cotidiano, a cargo de Nicolás Rodríguez. Además, el cuento "Oz" de Carlos Yushimito, que apareció en la revista y fue incluido posteriormente en su último libro Lecciones para un niño que llega tarde. 

Si bien la distribución del periódico es gratuita (como dicen sus editores, pueden conseguirlo en universidades, centro culturales, librerías, etc), los lectores podrán revisarlo dando un simple click aquí.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Apuntes sobre el último libro de Alejandro Susti







Por: Mateo Díaz 



Aunque su participación en el campo literario local solamente pueda circunscribirse a la última década, Alejandro Susti ha legado en escasos diez años una producción variada y fructífera. Desde su regreso al Perú, después de estudiar un doctorado de literatura en Baltimore, ha publicado cuatro poemarios —Corte de amarras (2001), Casa de citas (2004), Cadáveres (2009) y Escombros de los días (2011)—, además de diversos trabajos académicos, principalmente bajo el sello de la Universidad de Lima. Susti es asimismo músico y compositor, lo que puede dar una idea del amplio espectro de intereses que posee.
Su último libro se publicó el año pasado como parte de la Colección Premio Libro de Poesía Breve 2010 organizado por Hipocampo Editores. En el poemario confluyen y se integran dos estilos disímiles: uno marcado por la oralidad y otro con tendencia al lirismo, este último con algunos ecos de la estética surrealista. El texto se divide en cuatro secciones: Tu cuerpo lentamente, Fósiles de plata, Fuego que nunca se olvida y Rieles del tiempo. En la primera, la voz poética se dirige al padre que se halla en su lecho de muerte, que se configura como el centro absoluto de la sección (los mismos títulos de los poemas aludirían esto: Cuerpo de mi padre o La sangre de mi padre). En la segunda, las referencias al otro casi desaparecen, pero los textos mantienen un tono reflexivo en torno al mismo tema central, la muerte. La tercera sección representaría el cambio más marcado, tanto desde el punto de vista temático como del estilístico. En esta aparece nuevamente un interlocutor, pero esta vez transformado en la amada. Pareciera que el erotismo de los poemas se presenta como una posibilidad de trascendencia, de abolición de la muerte. Sin embargo, en la última sección el otro vuelve a estar casi ausente. Se configura como un retorno al individuo y su soledad, ya que en estos, el hombre se enfrenta ante aquellas realidades que superan su efímera condición y consiguen pervivir en el tiempo: el arte y la naturaleza. El poema final, Cenizas, cierra el trayecto de todo el poemario; el yo poético se vuelve a encontrar con el cuerpo paterno, a quien dirige sus últimos versos.
El libro está atravesado por el tema de la pérdida. Esta se conforma como una condición inherente al hombre, ya que en su cotidianeidad —“los días”— se encuentra obligado a vivir entre “escombros”. Ello se ejemplifica en ciertos símbolos, como el heraldo, que en la tradición simbolizan la muerte: “Los he visto llegar desde la noche / trayendo sus bultos miserias / conciertos de hueso / instalarse en el jardín de mi casa / indiferentes a la ausencia de los padres / a la seca llaga del silencio (…) ellos / los que gimen / los que acompañan el invierno / los heraldos de la muerte” (de Heraldos, texto en el que se mezcla un tema vallejiano con una técnica egureniana). El dramatismo de estos poemas se modifica, en gran parte, en la última sección del poemario. Una actitud de resignación y serena aceptación es la actitud privilegiada en Rieles del tiempo. La clara cadencia de un piano, la majestuosidad de David o la melancólica permanencia de un daguerrotipo representan, con su perfección artística, la efímera condición del ser humano; quien sería arrojado por ese otro escultor, el tiempo, al “hueco de la nada”. Por otro lado, en Orilla, Nieve, Niebla y Piedra repetida se desarrollan los temas de la naturaleza. Mientras en los tres primeros se construye una determinada atmósfera que podría relacionarse con el tema central del poemario (la violencia de las olas o la frialdad de la nieve y la niebla), con el último se está quizás ante el mejor poema del conjunto. El breve poema sintetiza con precisión la discontinuidad entre el hombre y la naturaleza: “En esa piedra labrada por el río / rodante y caída desde el lomo de otras piedras y otro tiempo / mi hermano y yo jugamos a treparnos sin saber entonces que la piedra / ella sola / seguiría por otros miles de años anclada a esa orilla / dejando pasar el agua repetida / y el gesto de los que nunca más regresaron”.
Susti utiliza dos registros poéticos en Escombros de los días: el verso libre y el poema en prosa. En el primero, el autor subvierte la normativa al prescindir casi completamente de signos de puntuación: tan solo utiliza, aunque de forma muy esporádica, los dos puntos y el guión largo. Este hecho otorga al verso una serie de cualidades, flexibilidad y musicalidad entre otras, que caracterizan la estética lírica (más frecuente en la tercera sección del poemario). No obstante, en algunos de estos poemas, se puede observar que la palabra pierde importancia por sus connotaciones semánticas y las adquiere por sus características fónicas. Ese sería el caso de Despertar: “Tu carne con el tiempo retrocede hacia la luz // Tu carne es el destiempo perfumado del alba / y cuando sueñas se atolondran los rebaños de las horas / entonces la media luna de tus uñas se sonroja / como una lisura enjaulada en el silencio // Tu carne son espumas retornando hacia la noche” (nótese la presencia de versos alejandrinos que sugeriría ciertas afinidades con la musicalidad del modernismo y de otros autores como Neruda y Calvo). Si bien este tipo de textura puede ser poco utilizada por autores contemporáneos y frisa la cursilería, imprime una sensualidad que no deja de ser coherente con las representaciones eróticas. Por su parte, el ejercicio del poema en prosa tendría resultados más discretos, ya que abusa del recurso de la anécdota con poca trascendencia. Quizás sea más interesante su empleo en David, texto similar a una parábola, en el que las figuras del creador y de la obra se desplazan del binomio inicial escultor-escultura, al final de tiempo-escultor.      
                Es clara la voluntad de Alejandro Susti de mostrar una voz que se aleje del discurso hegemónico de la poesía peruana de las últimas décadas, el conversacional. A través de sus citas se inserta en una tradición de escritores recientes que también buscaron otros caminos (López Degregori, Chirinos, Watanabe) y que representaron un contrapeso a la producción de influencia horazeriana. En sus versos, las marcas de la oralidad (principalmente las apelaciones a los interlocutores) se difuminarían en una poética de símbolos e imágenes. Sin embargo, dicha voz aún no habría adquirido el suficiente vigor para distinguirse. A pesar de sus aciertos, hay en el poemario una monotonía que le impide trascender: el registro es bastante plano y la longitud de los poemas casi siempre la misma. De todas formas, la poesía de Susti es un referente interesante del medio local, del que ya se podría esperar mayores riesgos.