Por: Mateo Díaz
Aunque su
participación en el campo literario local solamente pueda circunscribirse a la
última década, Alejandro Susti ha legado en escasos diez años una producción
variada y fructífera. Desde su regreso al Perú, después de estudiar un
doctorado de literatura en Baltimore, ha publicado cuatro poemarios —Corte de amarras (2001), Casa de citas (2004), Cadáveres (2009) y Escombros de los días (2011)—, además de diversos trabajos
académicos, principalmente bajo el sello de la Universidad de Lima. Susti es
asimismo músico y compositor, lo que puede dar una idea del amplio espectro de
intereses que posee.
Su último libro se publicó el año pasado como parte de la Colección
Premio Libro de Poesía Breve 2010 organizado por Hipocampo Editores. En el
poemario confluyen y se integran dos estilos disímiles: uno marcado por la
oralidad y otro con tendencia al lirismo, este último con algunos ecos de la
estética surrealista. El texto se divide en cuatro secciones: Tu cuerpo lentamente, Fósiles de plata, Fuego que nunca se olvida y Rieles
del tiempo. En la primera, la voz poética se dirige al padre que se halla
en su lecho de muerte, que se configura como el centro absoluto de la sección
(los mismos títulos de los poemas aludirían esto: Cuerpo de mi padre o La
sangre de mi padre). En la segunda, las referencias al otro casi
desaparecen, pero los textos mantienen un tono reflexivo en torno al mismo tema
central, la muerte. La tercera sección representaría el cambio más marcado,
tanto desde el punto de vista temático como del estilístico. En esta aparece
nuevamente un interlocutor, pero esta vez transformado en la amada. Pareciera que
el erotismo de los poemas se presenta como una posibilidad de trascendencia, de
abolición de la muerte. Sin embargo, en la última sección el otro vuelve a
estar casi ausente. Se configura como un retorno al individuo y su soledad, ya
que en estos, el hombre se enfrenta ante aquellas realidades que superan su
efímera condición y consiguen pervivir en el tiempo: el arte y la naturaleza.
El poema final, Cenizas, cierra el
trayecto de todo el poemario; el yo poético se vuelve a encontrar con el cuerpo
paterno, a quien dirige sus últimos versos.
El libro está atravesado por el tema de la pérdida. Esta se conforma como
una condición inherente al hombre, ya que en su cotidianeidad —“los días”— se encuentra
obligado a vivir entre “escombros”. Ello se ejemplifica en ciertos símbolos,
como el heraldo, que en la tradición simbolizan la muerte: “Los he visto llegar
desde la noche / trayendo sus bultos miserias / conciertos de hueso /
instalarse en el jardín de mi casa / indiferentes a la ausencia de los padres /
a la seca llaga del silencio (…) ellos / los que gimen / los que acompañan el
invierno / los heraldos de la muerte” (de Heraldos,
texto en el que se mezcla un tema vallejiano con una técnica egureniana). El
dramatismo de estos poemas se modifica, en gran parte, en la última sección del
poemario. Una actitud de resignación y serena aceptación es la actitud
privilegiada en Rieles del tiempo. La
clara cadencia de un piano, la majestuosidad de David o la melancólica
permanencia de un daguerrotipo representan, con su perfección artística, la efímera
condición del ser humano; quien sería arrojado por ese otro escultor, el tiempo,
al “hueco de la nada”. Por otro lado, en Orilla,
Nieve, Niebla y Piedra repetida
se desarrollan los temas de la naturaleza. Mientras en los tres primeros se
construye una determinada atmósfera que podría relacionarse con el tema central
del poemario (la violencia de las olas o la frialdad de la nieve y la niebla),
con el último se está quizás ante el mejor poema del conjunto. El breve poema
sintetiza con precisión la discontinuidad entre el hombre y la naturaleza: “En
esa piedra labrada por el río / rodante y caída desde el lomo de otras piedras
y otro tiempo / mi hermano y yo jugamos a treparnos sin saber entonces que la
piedra / ella sola / seguiría por otros miles de años anclada a esa orilla /
dejando pasar el agua repetida / y el gesto de los que nunca más regresaron”.
Susti utiliza dos registros poéticos en Escombros de los días: el verso libre y el poema en prosa. En el
primero, el autor subvierte la normativa al prescindir casi completamente de
signos de puntuación: tan solo utiliza, aunque de forma muy esporádica, los dos
puntos y el guión largo. Este hecho otorga al verso una serie de cualidades,
flexibilidad y musicalidad entre otras, que caracterizan la estética lírica (más
frecuente en la tercera sección del poemario). No obstante, en algunos de estos
poemas, se puede observar que la palabra pierde importancia por sus
connotaciones semánticas y las adquiere por sus características fónicas. Ese sería
el caso de Despertar: “Tu carne con
el tiempo retrocede hacia la luz // Tu carne es el destiempo perfumado del alba
/ y cuando sueñas se atolondran los rebaños de las horas / entonces la media
luna de tus uñas se sonroja / como una lisura enjaulada en el silencio // Tu
carne son espumas retornando hacia la noche” (nótese la presencia de versos
alejandrinos que sugeriría ciertas afinidades con la musicalidad del modernismo
y de otros autores como Neruda y Calvo). Si bien este tipo de textura puede ser
poco utilizada por autores contemporáneos y frisa la cursilería, imprime una
sensualidad que no deja de ser coherente con las representaciones eróticas. Por
su parte, el ejercicio del poema en prosa tendría resultados más discretos, ya
que abusa del recurso de la anécdota con poca trascendencia. Quizás sea más
interesante su empleo en David, texto
similar a una parábola, en el que las figuras del creador y de la obra se
desplazan del binomio inicial escultor-escultura, al final de tiempo-escultor.
Es clara la voluntad de
Alejandro Susti de mostrar una voz que se aleje del discurso hegemónico de la
poesía peruana de las últimas décadas, el conversacional. A través de sus citas
se inserta en una tradición de escritores recientes que también buscaron otros
caminos (López Degregori, Chirinos, Watanabe) y que representaron un contrapeso
a la producción de influencia horazeriana. En sus versos, las marcas de la
oralidad (principalmente las apelaciones a los interlocutores) se difuminarían
en una poética de símbolos e imágenes. Sin embargo, dicha voz aún no habría
adquirido el suficiente vigor para distinguirse. A pesar de sus aciertos, hay
en el poemario una monotonía que le impide trascender: el registro es bastante
plano y la longitud de los poemas casi siempre la misma. De todas formas, la
poesía de Susti es un referente interesante del medio local, del que ya se
podría esperar mayores riesgos.
1 comentario:
Buena reseña!
Dina
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