Por: Lenin Pantoja Torres
La piel que habito (2011), la última entrega de Pedro Almodóvar, es una película que contiene todos los ingredientes que caracterizan las obras del cineasta español, sin embargo, ahora algunos elementos son tratados de una forma distinta, pero no del todo novedosa, siendo el resultado algo impredecible. Y es que a la presencia de la música colorida y melosa, la predilección por algunos colores chillones, las historias de amores fatídicos y el protagonismo marcado de las mujeres, se suman actuaciones perversas, que se acercan al policial más macabro y al cine noir, personalidades obsesivas, ambientes siniestros y terroríficos, la ciencia ficción y el cuerpo de la mujer como objeto de observación pasional y científica. Por todo esto, esta película parece inaugurar una nueva variante dentro de todo lo que nos ha ofrecido Almodóvar, para bien o para mal, a lo largo de toda su carrera.
La película cuenta la historia de Robert Ledgard (Antonio Banderas), uno de los mejores cirujanos de la piel en el mundo. Él vive una desgracia familiar luego de perder a su esposa e hija en accidentes distintos pero similares. Su esposa Gal quedó completamente quemada luego de que se salvara, de milagro, de un accidente en auto cuando intentaba huir con Zeca, su amante. Por este motivo, Robert decide dejar todos sus compromisos con sus pacientes y centrarse en desarrollar la tecnología necesaria para reconstruir la piel que su mujer ha perdido. Sin embargo, ella morirá al lanzarse desde su habitación hasta el vacío luego de ver su rostro reflejado en una ventana. Norma, su hija, presenciará esto. Años después, Norma sufre un intento de violación, pero al despertar encuentra a Robert auxiliándola, lo cual la lleva a pensar que él fue el que intentó ultrajarla. La niña será internada en un hospital psiquiátrico pero se suicidará de la misma forma como lo hizo su madre. La venganza y redención de Robert caerá en el culpable del estado de su hija, en Vicente. Destruirá científicamente el físico de Vicente y creará al amor que se le fue, a Gal, pero como envoltura plástica de Vicente. El resultado será Vera Cruz.
La historia personal de Robert entra en tensión con el tema del aprovechamiento colectivo de la ciencia. Robert transmite información genética de una célula de un cerdo a la de un humano para crear una piel más fuerte. Su intención es personal, quiere cambiar de piel a Vicente, pero argumenta un uso colectivo de su ciencia para hacer pública su investigación, lo cual no impide que le prohíban seguir profundizando en el tema ya que la bioética no tolera la terapia transgénica en humanos. Enfrentar el tema de la bioética desde un punto de vista personal genera un buen resultado en la película. No estamos ante esas causas filantrópicas desmesuradas donde un hombre trata de cambiar algo para el bien de la humanidad. La motivación de Robert es estrictamente personal, podríamos decir que poco le importa lo que le ocurra a la humanidad, él quiere construirse un mundo mejor con todo lo que tiene a la mano: su destreza científica. Por otro lado, la historia está organizada en tres partes con subtítulos, lo cual le brinda un carácter fragmentario a la trama, más aún si tomamos en cuenta las licencias temporales en cada una de las partes. El resultado es positivo ya que las historias que se van desarrollando se enriquecen paulatina y mutuamente, nunca se vuelven confusas ni caen en un experimentalismo vacío.
Los temas en que profundiza la película están ligados, sobre todo, a la vida de Robert. El espectador advierte que todo lo que crea o desarrolla repercutirá en su vida privada, más no en la pública. Lo importante son los conflictos de habitación. En este sentido, la pregunta que desencadena las acciones no es: ¿qué motiva que Robert construya eso que no tiene, que ha perdido?; la pregunta es: ¿qué es eso que estimula las razones que tiene Robert para construir, desarrollar y crear lo que ha perdido? Está claro que Robert ama todo lo que ha perdido, por eso, el amor es el alimento de su obsesión científica y es, precisamente, esta obsesión el punto de arranque de toda la película. Todo lo que vemos tiene su origen en esta característica del protagonista. Si bien su obsesión es alimentada por el amor y el deseo que siente por la imagen de Gal, su esposa, es importante tener en cuenta que su falta de escrúpulos hace posible que sus alcances no tengan límites. Robert no se detiene ante nada ni nadie, puede asesinar sin desparpajo a Zeca o puede mentir con mucho tino a sus ex socios médicos con tal de continuar con sus proyectos.
Una de las cosas que, a veces, resulta desconcertante en algunos de los personajes de Almodóvar, es la sobreactuación. Esto que no puede gustar, es una característica del español, pero el problema se produce cuando lo sobreactuado condiciona a que las acciones resulten inverosímiles. Sin embargo, en La piel que habito no hay un exceso de este aspecto, pero hay una presencia importante y relevante que influye en el resultado final. Zeca es el hermanastro de Robert, ambos son hijos de Marilia, la fiel sirvienta de Robert, pero de padres distintos. Así, Zeca es el fracasado delincuente y Robert es el exitoso médico, pero ambos están locos como demuestran sus actuaciones. “Llevo la locura en las entrañas”, dice Marilia en algún momento. Precisamente, Zeca es el problema de la película, es el típico personaje de Almodóvar, el que se deja llevar por su bajo vientre, el que desborda pasión y deseo, el que actúa por impulsos y el que aparece con colores fuertes (su traje de tigre lo camufla en el carnaval, que celebra la ciudad, para no ser aprehendido por la policía ya que ha cometido un delito). Por otro lado, la actuación de Antonio Banderas, como “Robert”, es de lo mejor en la película. Ser un tipo sin escrúpulos, perversamente inteligente, pasional e instintivo no le impide actuar en sociedad, es decir, su personalidad es maleable ante lo inmediato, se adapta con facilidad a las circunstancias.
Los personajes femeninos siempre merecen una mención aparte en las películas de Almodóvar. La transformación de Vicente en Vera exige a la actriz Elena Anaya actuar con un toque de rudeza pero sin perder cierta fragilidad femenina. Pero su rudeza no es la más vulgar, su rudeza se muestra en las cosas que dice y en las que hace. Al verse encerrada por tiempo indefinido, no llora o lamenta su situación. Ella trata de aprender cosas, de adquirir algunos conocimientos y de poseer ciertas aptitudes que le puedan servir para afrontar con firmeza su nueva situación. Todo lo confirmamos al final de la película cuando vemos en qué desencadena la tensión Vicente/Vera. En esta probable tensión cuerpo/alma, el cuerpo no es la manifestación concreta de lo que realmente es el alma. En un sentido clásico, la película propone al cuerpo como la cárcel del alma. Por eso, la tensión no es cuerpo/alma, es materia/esencia. La envoltura corporal es la apariencia de algo que permanece oculto, de algo agazapado que no ha cambiado, que se ha solidificado, que ha adquirido nuevos patrones para afrontar eso que intenta desnaturalizarlo. En otras palabras, Vicente sigue existiendo, la “envoltura Vera” no lo ha destruido ni cambiado, él ha aprendido a vivir con todo lo que implica ser Vera. Este es otro de los aciertos de la película, el tratamiento dramático que le confiere a un tema técnico, intelectual y frío como la ciencia ficción.
La relación entre Vera y Robert está marcada por la venganza. Lo masoquista es que Robert logra amar al objeto de su venganza, aunque quizá la pregunta es: ¿se enamora de Vera/Vicente o de la simulación que crea, de lo que sustituye a Gal, su esposa? Hay algo de ambas cosas. Robert no llama Gal a su creación, le pone un nuevo nombre, crea una nueva persona al llamarla Vera Cruz, pero sabe que con ella recupera algo perdido, recupera a Gal. Por eso, la transformación de Vicente es la venganza de Robert y, también, la redención y el sosiego de sus culpas y tristezas. Consigue destruir al tipo que le quitó a su hija y logra recuperar a su esposa fallecida. Robert es un personaje que sintetiza muchos sentimientos contradictorios lo que genera un tipo complejo, un hombre marcado por la convivencia de aptitudes en constante tensión, pero con un solo combustible para llevar a cabo sus objetivos: su obsesión.
La película se desenvuelve en pocos lugares, pero el más importante es la hacienda El Cigarral, hogar de Robert y espacio donde gesta todos sus proyectos científicos de carácter personal. En este sentido, destaca la dirección de arte en cuanto al diseño de interiores de los espacios donde se producen las acciones. Pero no podemos aludir al diseño de interiores sin mencionar una dirección de fotografía que resalta, positivamente, los colores oscuros y bajos en ciertos momentos de la película. Lo importante es la relación del espacio, la luz y la acción que se produce. Hay una relación muy marcada entre estos tres elementos. Por ejemplo, cuando Vera aparece en su cuarto/prisión haciendo piruetas o flexiones corporales, el enfoque de la cámara establece una armonía visual entre los objetos presentes en el lugar y la luz clara del espacio. También cuando Vera practica yoga, el espectador casi siente lo mismo que Vera al entrar en cierto estado de tranquilidad espiritual. En contraste a este momento sosegado y meditativo, podemos citar la escena de Robert bajando las escaleras, con pistola en mano, para capturar a una Vera que intentó escapar, momentos donde entra el protagonismo de todo lo noir, macabro y terrorífico que tiene la película. Asimismo, la música cumple un papel importante con el sonido dramático que imprime esa suerte de violines, todo suma a hacer más tensa la escena.
Finalmente, lo más resaltante de La piel que habito es lo que no tiene de Almodóvar. Y que no se entienda mal, la combinación de eso que mencionamos como resaltante junto a lo que caracteriza al mundo cinematográfico del director español, genera un resultado inesperado, una buena película que impacta por el toque personal a un drama humano y científico. Por otro lado, la forma de entrar en el tema de la ciencia ficción, colocando en tensión los postulados de la bioética respecto a los deseos personales de un hombre, produce un resultado positivo para la historia. Hay que sumar, también, el trabajo de Antonio Banderas y Elena Anaya al protagonizar los dramas que viven sus personajes, así como a las formas de padecer, enfrentar y vencer los obstáculos que les tocó sortear. Por todo esto, hay que ver La piel que habito porque no es una película que trata de darle un mensaje a la humanidad sobre el uso de la terapia transgénica, sino porque se inmiscuye por las coordenadas insoslayables por donde puede transitar el hombre cuando el amor hacia lo perdido se convierte en obsesión.
Ficha técnica:
Título: La piel que habito
Director: Pedro Almodóvar
Reparto: Antonio Banderas, Elena Anaya, Melisa Paredes, Jan Cornet
2 comentarios:
Excelente el post!!!
buena lectura, lenin!
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