El APRA y el MOVADEF, caminos paralelos
Por Javier Garvich
Para entender la ola de intolerancia, fanatismo y revancha permanente que se ha desatado a partir de la iniciativa de inscripción del MOVADEF en el registro electoral; tenemos que hacer un poco de historia y recordar que en el Perú el consenso y el sentido común no son acciones habituales en nuestras clases dirigentes. Ellas siempre han sido más propensas al conservadurismo más cerril.
En 1932 un antiguo líder estudiantil encabeza un frente progresista llamado APRA que, en sus orígenes, tenía un ideario reformista, antiimperialista y latinoamericanista (hoy diríamos: bolivariano). Victor Raúl Haya de la Torre postula a las elecciones levantando las banderas de la reforma agraria y la nacionalización de tierras e industrias. Haya de la Torre ya había roto puentes con el comunismo y sus tesis no pasaban de ser un programa socialdemócrata, muy ligado al México posrevolucionario, con ciertos guiños a la estética fascista y con un discurso atractivo a las clases medias y a nuestra intelectualidad criolla. Incluso el embajador norteamericano, al entrevistarse con el joven político, quedó encantado con las maneras políticas de este “pichón de cóndor” como lo motejó Vallejo una década antes.
Pero para la oligarquía peruana y sus perros guardianes (léase, nuestras fuerzas armadas) el aprismo resultaba un demonio político al que se debía exorcizar y enterrar. No solamente terminaron apoyando la candidatura de Sánchez Cerro sino que colaboraron con operaciones de fraude electoral en algunas provincias para que el militar ganara las primeras elecciones masivas del siglo XX. Como si fuera poco, Sánchez Cerro aplica un “autogolpe” (sí, Fujimori no fue el primero en perpetrar ese estilo) para gobernar derogando garantías y libertades políticas.
Haya de la Torre, que se alucinaba un Lenin tercermundista, propició la vía insurreccional como respuesta a las mañas de la clase dominante. La revolución estalló en Trujillo, se capturó un cuartel militar y se asesinaron casi 30 personas entre policías y oficiales del ejército. La represión no se hizo esperar: bombardeo aéreo, tropas desembarcadas que se desplegaron como si el enemigo fuera Chile o Ecuador, fusilamientos en descampado, tiros en la nuca y fosas comunes en los aledaños de las ruinas de Chan-Chan. Luego, la persecución y el martirologio de militantes apristas en todo el país. Éstos, no se quedaron atrás y respondieron con alzamientos, ocupaciones de pueblos, atentados terroristas y asesinatos selectivos (liquidaron al director de El Comercio y al propio Sánchez Cerro). Para mediados de los años cuarenta, posiblemente más de cinco mil peruanos (la mayoría, afiliados al aprismo) fueron fusilados extraoficialmente y otros miles languidecían en las cárceles del Estado. Ciro Alegría fue uno de ellos, hasta su deportación a Chile.
Haya de la Torre –quien no tenía precisamente alma de mártir- se dio cuenta que con la lucha armada no llegaba a ningún sitio y empezó a abandonar sus antiguos principios al tiempo que consolidaba contactos con sectores de la clase política para formar frentes y nuevos consensos. Se alió a personalidades de pensamiento liberal, de ideologías centristas y que creían en un reformismo democrático.
Pero ni la oligarquía dominante ni mucho menos las Fuerzas Armadas quisieron aceptar este nuevo discurso. Los militares tenían una deuda de sangre con el aprismo que duró casi medio siglo. Así, de nada sirvió que los apristas se parapetaran en la candidatura de un socialdemócrata humanista (Luis Antonio Eguiguren). La pituquería no quería ver al aprismo ni en pintura y el general parafascista Oscar R. Benavides anuló la victoria electoral de Eguiguren sin asco ni pena. Tiempo después Haya de la Torre negoció con su perseguidor (sí, el mismo Benavides) para que un jurista liberal (José Luis Bustamante y Rivero) encabezara un frente común. Esta vez ganaron, pero los apristas abusaron demasiado de ese espacio legal y su pésima conducta (asesinatos por venganza, corrupción en la distribución de alimentos, chantaje político al gobierno) terminó por propiciar el golpe del general Odría y un nuevo periodo de persecución y clandestinaje.
Pero, haciendo de tripas corazón, el aprismo negocia nuevamente con sus perseguidores para poder obtener su legalización. Primero coquetea con el candidato odriísta (Lavalle, un abogado corrupto) hasta que el oligarca Manuel Prado regresa de Miami con un cheque en blanco –literalmente- a Haya de la Torre para que apoye su candidatura. Haya atraca y, cuando es elegido Prado, el Apra es legalizado de forma definitiva. Veinticinco años después, el Apra ya formaba parte del stablishment político peruano.
Pero eso no le sirvió de mucho. En 1962 Haya de la Torre gana por los pelos las elecciones. Pero un golpe militar se pone de por medio. Para ese entonces, Haya ya había pactado una serie de concesiones ideológicas y programáticas, se había vuelto rabiosamente anticomunista y se ufanaba de sus nuevas amistades pitucas. No sirvió de nada, las fuerzas armadas no querían ver en el gobierno a un asesino de oficiales.
El socialcristiano Belaúnde gana las siguientes elecciones y Haya le hace oposición aliándose, una vez más, con sus antiguos perseguidores (los odriístas) para impedir que Belaúnde haga realidad los antiguos programas apristas (la reforma agraria, por ejemplo). El anticomunismo fanático del aprismo tampoco termina de convencer a los militares y más bien causa desconfianza (la desconfianza de alguien que cambia sus principios y posiciones una y otra vez). El golpe de Velasco de 1968 fue también un golpe para evitar que Haya de la Torre se saliera con su gusto de ser presidente aunque sea amancebado por conservadores, terratenientes y oligarcas.
Los apristas vuelven al ruedo participando en las intrigas por derrocar a Velasco (quien hizo realidad buena parte de las demandas apristas de los años treinta). Lo consiguen. Y cuando la dictadura de Morales Bermúdez se agota ante la presión popular, se apoya en el aprismo para iniciar un ordenado recambio civil. Haya de la Torre se convierte en el presidente de la Asamblea Constituyente de 1979: es su primer y único cargo legal. Muere antes de la campaña electoral de 1980.
El aprismo llega al poder, finalmente, en 1985 con la candidatura carismática de Alan García, carisma que se derretiría ante uno de los peores gobiernos que tuvimos en toda nuestra historia republicana. La oposición al aprismo por parte de nuestra clase dominante y de las fuerzas armadas duró casi cincuenta años. Y eso que hablábamos de una socialdemocracia criolla que, con el tiempo, no tuvo complejos en cambiarse sucesivamente de chaqueta. El Sistema quería que, por lo menos, Haya de la Torre no solamente abjurara públicamente de sus principios (lo hizo a medias y con la boca chiquita en sus ensayos) sino que además declarara un arrepentimiento por los usos violentos que su partido hizo en los años treinta y cuarenta. Esto último Haya no lo hizo. Y pagó por no darles el gusto a nuestros empresarios y generalitos.
¿A dónde quiero ir? Pues que el MOVADEF, heredero político de la guerrilla maoísta de los años ochenta, tragará obligatoriamente lo mismo que tragaron los apristas durante años. El MOVADEF podrá ahora defender el sistema democrático liberal, podrá buscar líderes carismáticos que lo cobijen, podrá buscar alianzas contra natura -¿el MOVADEF apoyará alguna vez al fujimorismo para liberar al antiguo dictador como moneda de cambio de excarcelar a su líder?- podrá cambiar su ideario explícito y perpetrar pactos con lo más tóxico del panorama político nacional. Y aún así, la aprobación del Sistema tardará mucho, muchísimo tiempo. Y eso de que las fuerzas armadas toleren a un ex guerrillero congresista (algo que ha sucedido sin problemas en Brasil y Uruguay) acá significará un período de muchos más años. Nuestras deudas de sangre son bastante más terribles. La cerrilidad del Sistema, acá tiene más apoyos y bendiciones que nunca.
Lo mejor que le puede pasar al Sistema es que el MOVADEF entre al circuito de partidos políticos, se contamine en sus maniobras y cubileteos y tácitamente señale que la vía violenta haya desaparecido en este nuevo siglo. Pero eso es sentido común: Algo inexistente entre nuestra fauna política, nuestros medios vendidos y la excéntrica vanidad de nuestra regia clase dominante.
Bienvenidos todos a nuestra democracia. Todos, excepto el MOVADEF.
4 comentarios:
Bueno, creo que la intención de relativizar el clima social que el APRA representó en su momento, y el MOVADEF lo está haciendo ahora, es interesante, sólo como idea, astucia intelectual, o por último, una lógica deducción, pero definitivamente no trasciende a ello.
Relativizar las muertes que dejó el APRA como movimiento revolucionario, y las que dejó Sendero Luminoso (nueva cara de MODAVEF) se podría aceptar si lo pensamos fría y objetivamente, revoluciones, muertos, etc., pero creo que con lo que el MOVADEF juega en contra es con la herida abierta y trauma que despertaron en el imaginario peruano. Por eso digo que sería algo descabellado (al menos para mi, porque por respeto a este blog no pongo lo que opino de Sendero y esos payasos de MO..) siquiera imaginar su presencia como partido político. Aunque, todo esto se anula, si nos ponemos a pensar en una idea que con el paso del tiempo se fortalace y define al pueblo peruano "en el Perú todo puede pasar".
Sugiero leer el siguiente artículo de Cecilia Mendez, que va en el mismo sentido del buen trabajo del señor Garvich.
Saludos,
http://hemisferionorte.lamula.pe/2012/02/05/democracia-movadef-politica/ceciliamendez
Creo que fuerzas la figura, como lo señalas, el APRA surge levantandose frente a una dictadura y participando en un movimiento democratico, cierto que perpetraron asesinatos entonces y sobre todo después como gobierno. Pero por más que deteste a Haya, él jamás pidió "cuota de sangre" ni reinterpretó a Mao de la cruenta forma en que lo hizo Guzmán. Movadef al reivindicar en sus principios el "pensamiento gonzalo" genera una paradoja pues este es contrario a la lid democrática, tanto que la primera acción de SL fue en contexto electoral, el que ahora pretendan participar en democracia es una incongruencia que han de resolver internamente despojándose del "pensamiento gonzalo". Seguir a Guzmán es la incongruencia de Movadef. Abandonar a Haya es la incongruencia del APRA. He ahí la gran diferencia y por qué estás forzando la figura.
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