¿Extractivismo o morir?
Por: Javier Garvich
Extractivismo es una palabra que empieza a tomar cuerpo desde algunos años en América Latina, ha sido prohijada por los movimientos indigenistas contemporáneos y, dentro de nada, estará poniéndose de moda en el Perú.
Cuando hablamos de extractivismo hablamos de un proceso económico basado en la extracción pura y dura (con 0 valor agregado) de materias primas a cambio de valiosas divisas que, con una distribución eficiente, puedan financiar planes sociales y mitigar sustancialmente la extrema pobreza. La forma como se está extrayendo el petróleo, el gas y los minerales en Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia es el ejemplo y base del discurso: Extracción de hidrocarburos a cambio de dólares frescos con que mantener subvenciones a productos de la canasta familiar, transferencias directas de dinero a los más necesitados, programas sociales de salud y educación. Ojo que estamos hablando de repúblicas con gobiernos que presumen de izquierdismo e incluso hablan de “socialismo del siglo XXI”. Además, el extractivismo que profesan es una fórmula donde todos ganan: El gobierno, legitimado por sus programas sociales ante los electores; las transnacionales extranjeras, porque hacen negocio vendiendo combustibles en un mercado global necesitado de recursos energéticos; el sector privado nacional que puede seguir creciendo al más puro estilo capitalista al saber que el Estado no se ve a meter con ellos como se temía. Y, claro está, amplios sectores sociales que cobran cheques del Estado, se benefician de un sistema de salud más generoso o que ve mejores oportunidades educativas para sus hijos Ese extractivismo tiene una variante agrícola que se está consolidando peligrosamente en Argentina y Uruguay con el auge de los monocultivos de exportación, con pingues beneficios ¿Por qué quejarse entonces?
Pero el extractivismo tiene su lado oscuro: Seguimos alimentando una estructura productiva invertebrada, subdesarrollada y débil, muy dependiente del exterior en varios aspectos y con poca capacidad competitiva en el mercado global. La pregunta obvia es: ¿Qué pasará si caen los precios de los minerales y combustibles? ¿Y qué pasará si se acaban los recursos? ¿Vale la pena destruir todo un ecosistema para montar un proyecto gasífero que no tendrá más de 40 años de vida?
Porque aquí viene el segundo pero más importante: ¿Vale la pena destruir nuestro país por una renta equis de divisas durante un tiempo muy determinado? ¿La destrucción de ecosistemas, la inevitable contaminación de nuestros ríos, la extinción de nuestras cuencas acuíferas, el erosionamiento y la desertificación de valles y quebradas es el impuesto inexorable para que podamos tener mejor calidad de vida?
Estas reflexiones son necesarias ahora que se ventila la viabilidad de un nuevo megaproyecto minero en Cajamarca. El precio por una cuota sustancial de teóricos recursos para el desarrollo pasa por la desaparición de varias lagunas naturales y el consumo de agua tratada por parte de los cajamarquinos (en el campo y en la ciudad) durante décadas y, posiblemente, sine die. ¿Vale la pena?
La pregunta es más abierta y compleja: ¿Qué Perú queremos para el futuro? Y en eso entra el tema cultural, porque el extractivismo también atenta contra una manera de ser y hacer durante siglos. El extractivismo choca con las formas andinas de trabajar y querer el suelo y el ambiente (de esas formas nacen nuestras danzas, canciones, fiestas, tradiciones, arte e idioma). Atenta contra nuestras raíces más legítimas. Las minas, necesariamente, terminan desperuanizándonos.
Un Perú minero puede darnos ingentes recursos y modernizar el país. Pero temo que dentro de 50 años terminaremos siendo una Somalía sudamericana, un país desertizado, sin glaciares, con los ríos envenenados, viviendo en ciudades tan contaminadas como La Oroya, con millones de bocas que exijan una sangría de divisas para importar alimentos. Alimentos que bien podríamos producir nosotros. Dentro de 50 años, los pocos valles andinos existentes serán monopolizados por transnacionales turísticas, la Amazonía será un escenario a la Mad Max, un espacio sin ley degradado por la desforestación formal y la minerías informales. El cuy y la papa amarilla serán artículos de lujo para el consumo extranjero. Nuestros egresados y mejores cerebros seguirán yéndose en masa fuera del país y Lima será un sumidero caótico, sediento y envuelto en smog.
El extractivismo del guano terminó consolidando una clase dominante corrupta cuyos descendientes todavía hoy nos gobiernan, el extractivismo del caucho generó el más grande genocidio de nuestros pueblos amazónicos, el extractivismo pesquero depredó (¿por siempre?) nuestros recursos ictiológicos en el Pacífico. ¿Es que no aprendemos? ¿No hay otras, mejores formas, de generar valor y recursos en el Perú?
1 comentario:
Al parecer nuestra memoria histórica es nula en nuestro país, a pesar que nos siguen diciendo los mismos argumentos desde fundada la República aún no hemos aprendido nada.
Lo único que se espera en estos meses es que el megaproyecto Mina Conga se anule por completo y que por una vez en nuestra historia se respete la voluntad del pueblo, dejando de lado el discurso de mejores ingresos para un desarrollo para todos. Sabemos que eso no es así y que los distritos en donde se pretende llevar a cabo el proyecto viven en una extrema pobreza, así que no nos vengan a decir que la minería trae progreso. con un 70% de pobladores en extrema pobreza no se puede hablar de desarrollo. Yanacocha ya lleva muchos años en Cajamarca y lo único que ha conseguido es secar ríos y contaminar quebradas.
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