El siguiente artículo fue escrito "en caliente", inmediatamente después de los resultados oficiales que proporcionó la ONPE. La lectura que se haga de él debe ser enmarcado en ese contexto.
Por: Álvaro Campana
Las coyunturas históricas son esos momentos en que diversos procesos sociales, económicos, culturales y políticos se condensan y se anudan. Evidencian los elementos que constituyen a una sociedad en un momento histórico. El proceso electoral por el que estamos atravesando nos puede dar claves sobre nuestra realidad, sobre cómo está estructurado el poder y la sociedad, sobre cómo nos miramos y relacionamos entre nosotros y de las perspectivas que pueden abrirse hacia el futuro y cuáles pueden ser dilemas de los que están en el poder.
Aquí planteamos algunas reflexiones en torno al contexto, la situación y los dilemas de los que pretenden la construcción de un proyecto popular para el país y los de la derecha, especialmente de aquella que pretende ser liberal y democrática.
Los desafíos en el campo popular
Cuando Lula ganó las elecciones presidenciales en 2003, lo hizo con un 61% de los sufragios, una de las votaciones más altas de la historia del Brasil. Sin embargo, un movimiento campesino importante, El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra MST, que lucha por la reforma agraria, un proyecto popular para el Brasil y el Socialismo, y que tuvo una gran cercanía con el Partido de Lula –el Partido de los Trabajadores-, declaró en un pronunciamiento acerca de las elecciones, que el triunfo de Lula se producía en un contexto de “reflujo del movimiento popular” y que no sólo el Gobierno, sino el programa de la Reforma Agraria, estaban lejos de conquistarse fácilmente.
A pesar del retiro en popularidad de Lula de la presidencia, al final de su segundo mandato, los Sin Tierra no se equivocaron. Lula gobernó pragmáticamente el Brasil, impulsó una serie de políticas sociales para amenguar las brutales diferencias sociales de su país, se alió a la burguesía “nacional brasileña”, y junto a ella gobernó en una perspectiva de ubicar al Brasil como una potencia emergente en un mundo multipolar, pero sin afrontar esos “cambios estructurales” que realmente transformen la sociedad brasileña.
En el Perú, después de 19 años de implementación del modelo neoliberal, Ollanta Humala y Gana Perú han ganado la primera vuelta electoral con aproximadamente 31% de los sufragios, y tendrán una bancada que no logrará la mayoría en el Congreso y en esa situación deberá afrontar la segunda vuelta. Esto en un contexto en el que los gremios, movimientos y las organizaciones sociales continúan en una grave crisis; en el que el sentido común neoliberal sigue siendo hegemónico, implicando racismo, fascinación con el “progreso” y autoritarismo en una de por sí democracia bastante limitada y marcada por la herencia que le impregnó el Fujimorismo. Los poderes fácticos están ahí, controlando los aparatos de “reproducción ideológica”, y en los hechos con el control del Estado limitando su soberanía en nombre de la mano invisible del mercado. Será necesario pues aliarse con un sector de la centro-derecha (¿Perú Posible?) que si es inteligente sabrá abrir las posibilidades para la existencia de una derecha realmente liberal en el país, dispuesta a derrotar a la ultraderecha que representa el Fujimorismo.
Bajo esta correlación de fuerzas, las cosas están bastante difíciles para impulsar las grandes transformaciones que exige el país. Un eventual gobierno nacionalista se debatiría en torno a dos perspectivas: por una parte, constituirse en una forma “superior” de gobernabilidad neoliberal en la que la política y la democracia se restringen a las “instituciones representativas”, en la que se garantiza la reproducción del proceso de “acumulación por desposesión”, la extracción de materias primas y recursos energéticos en función de los intereses de las grandes transnacionales y grupos de poder económico, a cambio de algunos niveles de redistribución del “crecimiento”: es decir un neoliberalismo de segundo piso.
O, se logrará impulsar la conformación de un gobierno popular, que deberá saber moverse en un terreno muy desfavorable, construir acuerdos políticos y alianzas para gobernar, pero sobre todo deberá saber ayudar a desatar las energías populares, apoyarse en la profundización y promoción del protagonismo popular a través de una auténtica democracia participativa y la construcción de un estado plurinacional, e ir más allá de la política social que redistribuye socialmente el “crecimiento”, siendo capaz de plantearse otro modelo de desarrollo distinto al extractivo primario exportador.
El movimiento popular, en sus diversas expresiones sociales y políticas, se debatirá entre la cooptación o autonomía, entre continuar con el fetichismo de lo estatal-institucional y dejarse tragar por su dinámica, o ser capaz de revertir la debilidad de las organizaciones populares, afirmarse en una autonomía que permita desde la izquierda acompañar al gobierno y a la vez presionar y multiplicar el protagonismo popular. Es decir desde una perspectiva de “alianza y lucha”, tomando como escenarios tanto los espacios institucionales como no institucionales, tendrá la importante tarea de construir otra correlación de fuerzas que haga posible la implementación del programa de cambio y refundación que el país necesita.
La(s) derecha(s) y sus dilemas
Hablar en el Perú de la(s) derecha(s) es algo difícil porque a la vez que muchos de sus miembros se quieren mostrar al “centro”, que se identifican como “demócratas” y tratan de distinguirse del fujimorismo, tienen entre sí demasiados parecidos y algunos matices. En el marco de esta complejidad es que nos atrevemos a hacer algunas reflexiones sobre ella(s), haciendo algunas generalizaciones y también planteando algunas especificidades.
La primera vuelta ha sido ganada por el candidato “antisistema”, cercano a una propuesta de izquierda, Ollanta Humala y su agrupación “Gana Perú”, el más resistido por esta(s) derecha(s) que desde hace dos décadas controlan el gobierno y ejercen el poder. Quien pasará a la segunda ronda electoral es Keiko Fujimori, heredera del “fujimorismo”, expresión de la ultraderecha, la negación total de un liberalismo político. La derecha “democrática”, ha sido la gran derrotada. A pesar de estar ligada a los poderes fácticos, que controlan y monopolizan los medios de comunicación masivos que construyen y reproducen fácilmente un sentido común y un imaginario favorable a su proyecto; que exhibe sus grandes logros económicos y la disminución de la pobreza; que se llena la boca y afirma ser defensora y adalid de la democracia, de la libertad de expresión; que ha utilizado todo su poder para cerrar cualquier posibilidad a una alternativa a su proyecto apelando a todos los medios posibles incluyendo campañas de miedo (ligando a Humala al satanizado Hugo Chávez, a la influencia de la moderada izquierda brasileña en el gobierno e incluso como concesivo con Sendero Luminoso), ha quedado sin opciones directas de llegar a la segunda ronda electoral, y su peor pesadilla parece estar haciéndose realidad.
¿Cómo explicarse esto que parece inexplicable? La derecha no quiere ver el país e incluso el mundo que tienen delante de sus ojos, o es cínica frente a ellos. Es la derecha que hace loas al “progreso”, a la explotación de los "recursos naturales" y la “mano de obra barata” como nuestra mejor “ventaja comparativa” en un contexto en el que nuestro país y el planeta entero se debaten en una fuerte crisis financiera, ecológica y social, a las que hemos sabido capear gracias a los temporales precios altos de nuestros recursos.
Es la derecha que ningunea o trata al “otro”, al diferente como si no existiera. Racista, sólo preocupada en sus negocios y sus privilegios, incapaz de ver las brechas sociales que se generan, y la corrupción que nos ahoga, no observa la situación difícil en que se están poniendo ellos y a la que nos están llevando a todos. Por ello es una derecha soberbia e intransigente, que ha dividido sus opciones hasta en tres candidaturas diferentes. Muchas veces autoritaria y dispuesta a justificar las rupturas de la democracia, patear el tablero y frenar cualquier atisbo de cambio se muestra sorprendida cuando se producen los desembalses, que terminan siendo violentos y muchas veces también autoritarios, empujando muchas veces al país a debatirse entre el “todo o nada”.
Tenemos una derecha, qué duda cabe, cavernaria, reaccionaria y fascistoide en su mayoría, con algunas excepciones, que se ha hecho dueña del poder y del gobierno a través de “estados de excepción”, de “golpes de estado”, de represión y a la que la democracia en realidad le es demasiado ajena y vulgar. Y cabe preguntarse ¿es posible construir una democracia con esa derecha en el poder y en el gobierno, con una derecha que no ve y que no es capaz de conceder nada? ¿Son sinceros sus llamados al respeto de las instituciones y el estado de derecho? ¿Puede hablarse de institucionalidad con un “contrato social” espurio forjado sobre la base de la imposición? ¿O sólo es la defensa de un modelo económico que no está resolviendo los problemas de las mayorías?
El continuismo de esta derecha es, sin duda, un salto al vacío para el país. Esta derecha hija del “estado de excepción” puede terminar aniquilándose a sí misma y al país con ella. La segunda vuelta plantea la oportunidad de abrir un proceso de refundación del país, de dar un salto a una democracia más sustantiva y otra forma de convivir como peruanos, de asumir los retos que nos está planteando la historia. Tal vez sea la oportunidad para la aparición de una “derecha verdaderamente liberal y democrática” que le gane espacio a la derecha fascista y sea capaz de entender que el país necesita cambios de verdad.