Por: Rómulo Torre Toro y Mateo Díaz Choza (Entrevistadores)
Era la mañana del último lunes de noviembre. Treinta exactamente. Desde hacía dos meses habíamos estado planeando este momento. Llamando por teléfono, pidiendo favores, preguntando entre nuestros conocidos si lo conocían o, en su defecto, quién podía conocerlo. Todo para llegar a ese lunes treinta y estar en donde estábamos, a punto de tomar el micro que nos llevaría a Tablada de Lurín. Por fin habíamos conseguido comunicarnos con Leoncio Bueno y acordar una entrevista.
Las noticias sobre él eran múltiples. El de Leoncio Bueno es el caso recurrente de quienes se retiran de la escena literaria o pública: se crean leyendas. Y la suya estaba sazonada con un millón de historias y secretos. Nosotros nunca sabríamos la verdad (no la buscábamos), pero sí tendríamos una versión más sobre su vida.
Y ahí estábamos.
Después de encontrarnos en la Plaza Bolognesi, Mateo y yo esperamos el micro, subimos a uno lleno y esperamos a que durante el viaje se libere algún asiento. Sobre todo para Mateo, porque en su mochila llevaba un par de artefactos necesarios para la entrevista, pero que no eran nuestros. Es decir, estábamos un poco paranoicos. La ruta del viaje tampoco ayudaba mucho a relajarnos. Pero al fin se desocupó un asiento, Mateo se sentó, yo conseguí otro después y, finalmente, pudimos sentarnos juntos y conversar. No olvidamos pedirle al cobrador que nos avise cuando lleguemos a la calle Sucre. Conversamos durante más de una hora mientras veíamos cómo el paisaje iba transformándose: al cruzar un puente o una avenida o simplemente al pasar de un cerro a otro, todo cambiaba. Sin darnos cuenta pasamos el tren eléctrico, Villa el Salvador e ingresamos a Tablada de Lurín. El cobrador nos dijo que faltaban dos cuadras para llegar a la calle que buscábamos y el chofer lo corrigió: es acá. Se detuvo, bajamos del micro y buscamos la casa que nos indicara el mismo Leoncio Bueno por teléfono.
Tuvimos suerte.
Había una anciana de pie en un portón. Le preguntamos si sabía en dónde vivía nuestro entrevistado y nos dijo, aliviada, que ahí era. Nos dijo que pasáramos. Cruzamos un jardín que en algún momento había estado lleno de árboles y llegamos a una casita de un piso que tenía un corredor con muebles. La anciana nos pidió que nos sentáramos ahí, que Leoncio estaba esperándonos. Nos acomodamos. Mateo sacó la cámara, la ubicamos estratégicamente, dejamos a un costado nuestras mochilas, nos sonreímos. Vimos dentro de la casa desde donde estábamos: una casa sencilla, muebles viejos, falso piso.
Entonces apareció el hombre.
Tenía una cinta amarrada a la cabeza y las manos grandes. Nos pusimos de pie, presentaciones, apretones de mano, felicitaciones y a conversar. Leoncio Bueno, o simplemente Leoncio, por fin nos recibía en su casa. Un hombre de carne y hueso y ochenta y nueve años que, aunque recién salía de una enfermedad, parecía más fuerte que una piedra.
Los dejamos ahora con él.
Inicios y poesía
E: ¿Cómo empezó su deseo de escribir? ¿En qué momento de su vida?
LB: Yo tuve esta locura desde mi niñez. Porque a mí me gustaba mucho la palabra. Y después descubrí -leyendo, el trato con los amigos anarcos, los maestros que eran obreros, allá pues en Casagrande, en el campo- descubrí que para poder expresarse con elegancia, con claridad, con belleza había que leer mucho. Entonces me puse a leer.
E: ¿Qué cosas leía?
LB: Comencé a leer toda clase de grandes historias. Entre ellas, por ejemplo, las Vidas paralelas de Plutarco, Las mil y una noches, todo lo que estaba al alcance de la mano y lo que nos alcanzaban los anarco-sindicalistas. También lo que a veces vendían en el suelo los vendedores. Y después, posteriormente, iba a Trujillo. De Casagrande a Trujillo, con mis amigos, que éramos ahí del mismo ambiente, la misma gallada, la misma collera. Nos íbamos a Trujillo a buscar libros. Y como nosotros éramos unos ignorantes analfabetos no sabíamos qué libros comprar. Entonces decíamos: “éste está bueno”, “oye mira, El sentido de la vida”. Después, “éste mira, El arte de hablar, éste es lo que busco, yo mismo soy, mi Biblia va a ser para mí”. El arte… es una obra del primer traductor de la Ilíada al idioma castellano, José Gómez Hermosilla. ¿Qué cosa era? Era historia de la literatura. Pero él le puso El arte… porque del verbo, de la oralidad, viene la literatura. En el principio es el verbo. La escritura es ya segundona. Es el registro de la palabra, de la palabra hablada, de la palabra oral. Entonces era pues un escritor, un profesor, un catedrático que tenía sus bemoles, sabía griego, sabía latín. Entonces en vez de ponerle Historia de la literatura, le puso El arte de hablar.
E: ¿Y usted estaba de acuerdo en eso de que la escritura es segundona? ¿A usted le parece?
LB: La escritura es segundona porque la escritura registra el verbo. Porque primero en la mente, tú tienes que hablar. Hablar mentalmente. Pero en el principio, dicen, fue el verbo. El hombre empezó primero a hablar. Aunque yo creo ahora que el hombre empezó primero a pintar y después a cantar, a bailar, a hacer música…
E: Y al final ya…
LB: Ya eso es lo más exquisito. Cuando llega a la quintaesencia es cuando viene la literatura. Es ya una conquista, como cuando el hombre descubre el fuego. Esa es ya, como quien dice, el fin, la salida del túnel.
E: ¿Por qué decidió publicar?
LB: Entré al ejército y ahí me conoció un abogado que era hermano de Federico Barreto. Mi capitán siempre decía: “yo tengo un poeta en mi cuadra. A ver, que lo traigan para que nos eche unas cuantas poesías”. Yo sabía de memoria mis poesías. Después Barreto me llama a un costado y me dice: “usted está perdiendo el tiempo acá, usted no debe quedarse. Yo te voy a sacar”. Era asesor legal del regimiento tres de caballería. Cuando yo fui a su casa a darle las gracias me dijo: “a ver échate unas poesías”. Estaba reunido con su familia que eran intelectuales, periodistas. El doctor Barreto me dijo: “te voy a mandar a Radio Nacional. Mi amigo es César Miró”. Fui y Miró me dijo “carajo, tienes porvenir, pero las palabras se las lleva el viento, hay que buscar la forma de cómo escribir, cómo publicar. Te voy a mandar con los hermanos Falcón. Ellos van a sacar una revista por estos días”. Y eran gente de izquierda, progresistas, habían sido amigos de Mariátegui. Tomé la tarjetita y me fui donde ellos. La tarjeta decía: “aquí te mando a Leoncio Bueno, es un joven provinciano que tiene aspiraciones, te recomiendo el poema tal, que parece que tiene algo”. Y me publicaron, pues, en la revista Hora del hombre. Así tomé contacto. Luego me dijeron si podía escribir artículos y yo dije cómo no. Así entré al Partido Comunista, porque esa gente lo era. Y me incorporaron al periódico del partido que se llamaba Democracia y trabajo. Fue entonces que tomé contacto con intelectuales como Manuel Moreno Jimeno, con Arguedas.
E: Y eso, ¿en qué año fue?
LB: Estamos hablando del año 43, cuando empiezan a publicarse mis textos; agosto de 1943 que es cuando sale el primer número de Hora del hombre. Después, por supuesto, me peleo con el Partido Comunista y me expulsan. Formo mi grupo trotskista y sacamos el periódico Revolución. Yo conocí a los Del Prado, como Julito Del Prado y Blanca Del Prado. Les gustaba mucho escribir poemas. Y dicen que Stalin, Mao y el Duce Mussolini también escribían poemas. Entonces escribir poemas se ha convertido en un hobbie, en una especie de pendejada para jalar algo. Se ha desprestigiado totalmente, por eso cuando le decían a Martín Adán: ¡poeta!, respondía: ¿poeta? Creía que le estaban tomando el pelo. Poeta es cualquiera ahora, imprimes una plaqueta y listo.
Los poetas peruanos
E: ¿Cómo entiende usted la poesía? ¿Qué poetas peruanos rescataría?
LB: La poesía no es solamente un oficio, es un don que tienes que demostrar haciendo textos que digan algo nuevo, que muestren un manejo muy especial y singular del idioma. Algo que sea trascendente. Alcanzar eso no lo hace cualquiera, porque además de tener el don tienes que estudiar. Tienes que conocer la literatura de todos los tiempos. No es cuestión de improvisar. Debemos conocer la técnica, la gramática del idioma, para hacer un aporte. Es como encontrar una pepa. Te mandan a un río a sacar pepitas de oro, estás un mes ahí buscando y encuentras una pepita. Igual sucede con la poesía. Para que encuentres una valiosa, debes gastar resmas de papel. Por ahí sobrevive un poema. Por eso solamente digo que escribo textos, porque tengo la tendencia de querer expresar mis ideas, mis sueños, mis revelaciones, cómo veo el mundo, quiero dar una idea diferente. Y tengo que escribir con mi propio lenguaje, de acuerdo a mi persona. Si llego a ser un poeta, si alguna cosa vale, lo dirá el tiempo. Primero tengo que morirme, luego tienen que pasar unos diez años. En vida es imposible… Los poetas recordados son Vallejo, Eguren, Westphalen, Martín Adán, César Moro, Eielson, un poquito de Romualdo. Pero después de un poeta tan grande como Manuel Moreno Jimeno o como Rafael Méndez Dorich, nadie se acuerda, porque nunca pulularon por los medios.
E: Usted ha conocido a los poetas del setenta, en especial a la gente de Hora Zero. ¿Qué opinión tiene de ellos?
LB: Fue un intento propagandístico, porque siempre ha habido jóvenes con afán de llamar la atención… Como nadie les daba bola… Los de Hora Zero leyeron algo del movimiento de Tristan Tzara, del movimiento surrealista, algo de los futuristas y quisieron repetir eso para llamar la atención. Pero eso no quiere decir, pues, que eran buenos poetas. Han acertado por ahí, por ejemplo de Pimentel me gusta su poema dedicado al caballo…
E: ¿Tulio Mora?
LB: De Tulio Mora no me gusta nada. Ése es más intelectual que poeta. Sirve más para hacer estudios, es muy inteligente. Yo los conocí cuando tenían 18 o 20 años e iban a mi taller. Yo los llevé para que hagan un recital en el local del FOCEP. Yo digo que ellos quisieron repetir ese acto de rebelión para poder reivindicar la libertad y acabar con las argollas, que son terribles, hasta que ellos se convirtieron en una argolla (risas). Después Pimentel fue el Dios –hasta ahora lo sigue siendo- y su primer sacerdote, su San Pedro es…
E: ¿Verástegui…?
LB: No, es Tulio Mora. Verástegui está dedicado a los tragos, está totalmente aparte. A Verástegui le dijeron que era un genio por joderlo, demasiado temprano le dieron cabida. Si tú lanzas un libro, ven que tienes talento y te dicen: “acá está el hombre de la década” como dice Gonzáles Vigil. En lugar de hacerte un bien te joden, es mejor que te digan: está bien o, como intento, hay algo. Porque si te dicen que eres lo máximo…
E: Y uno se la cree…
LB: Generalmente uno se la cree porque se es joven. Después te das de cara con la realidad. Es como cuando uno quiere ser médico, tienes que estudiar y sacarte la mugre; peor si quieres ser violinista o pianista. La poesía es más difícil que eso porque no es un arte manual, es completamente abstracta, es puro pensamiento, sentimiento, metafísica, es indefinible. Es lo único que le da belleza, valor a la vida. De hecho, es mucho más difícil. Como dijo Goethe: el arte es largo; la vida, breve. Lo más difícil es el arte, tanto para la música, la pintura, la escultura, la arquitectura; como la poesía que, dicen, está por encima del arte. No hace falta en ella la destreza. Lo que más admiraban los antiguos hindúes era la destreza. Si tenías una habilidad no importaba nada más, sólo tenías que educarla.
Sin embargo, nosotros los seres humanos tenemos esa tendencia de rendir culto a la personalidad. Se olvida de qué es la música o la poesía, ves al hombre y quedas preso, cautivo de la personalidad del individuo. Tanto en política, como en arte o literatura. Por ejemplo, Vargas Llosa escribió en los primeros años tres o cuatro libros y se acabó, lo demás ya es negocio. Lo mismo García Márquez.
La migración y Comas
E: Quisiéramos que nos cuente un poco cómo fue ese paso de migrar hacia Lima, lo de Comas, desde La Libertad hasta acá.
LB: Bueno, como todo soñador, como todo ambicioso, loco, vanidoso e ignorante; uno está siempre buscando la capital. Porque uno cree que en su pueblito de mierda, donde uno vive con los burros, los animales, tirando pico y lampa o cortando caña, no va a llegar ser algo. Porque todos queremos llegar a ser algo en la vida. Todos creemos, si tenemos un poco de inteligencia, aunque sea un adarme, creemos que hemos nacido para cumplir un rol…
E: Trascendente…
LB: Trascendente… Esa es la palabra. Entonces, ¿qué hago yo acá?, me decía. Yo me vine a Lima porque quería ser un hombre de letras.
E: ¿En qué año usted vino a Lima?
LB: En el 39. Ya había cumplido en el viaje los 19 años.
E: ¿Y cuando usted llegó, ya había otras poblaciones migrantes?
LB: En la época en que yo vine solamente había ese impulso, ese sueño, esa fantasía, de venir a la capital. Porque en ese tiempo se venía incluso por barco, no existía la carretera panamericana. Los del norte tampoco teníamos la facilidad que tiene la gente de la sierra, que tienen el tren. También se podía llegar con un ómnibus, camión, pero ese tenía que traer cualquier cantidad de tablas, todo, porque no había pues carretera, eran pampas, arenales. Cinco días nos demoramos para llegar acá, a Lima. Allá yo me sentía un escritor, un intelectual, ya no era peón, había ascendido a ser aceitador de trapiche y ya ganaba un sol veinte. Mi maestro me decía: “ya puedes sacar mujer”. Entonces yo podía haber seguido viviendo ahí, feliz de la vida, hubiera sacado mi mujer, hubiera tenido diez o doce hijos, cuántos nietos… “Pero no, yo tengo que ser escritor”, me decía. Había leído a los autores que me habían impactado.
E: Se fue a Comas. ¿Cómo era?
LB: Por los años sesenta me fui a la pampa de Comas, de invasión, para tener un terreno en un lugar donde no hay ni lagartijas, ni escorpiones. Fui con mi barreta a cavar un hueco y hacer mi casa. Porque yo nunca iba a adular a nadie para conseguir un departamentito decente (risas). Eso de… el discreto encanto de la burguesía (nuevas risas).
E: Así que irse al sitio y armar algo. Más bien el poema, el Wayno de Comas…
LB: ¡Claro!, yo canté eso en la Guerra de los runas. Me sirvió eso de ir a vivir a Comas, estar con mi gente y fundar, porque yo soy fundador…
E: Nos gusta mucho el último verso: “no teníamos agua para beber / pero sembramos árboles”, es como que tiene que crear algo…
LB: Claro, yo sembré al toque un sauce. Mi mamá me dijo hay que sembrar un arbolito y tener un perrito, vivir como un campesino.
E: Es como que de la nada tenía que nacer algo.
LB: No había nada, era una pampa eriaza, teníamos que llevar el agua en camiones, venía el agua como oro en polvo…
E: Es como germinar. Es interesante porque está el centro del aparato que es Lima y ustedes al margen fundando, creando algo nuevo. Y eso va en consonancia con lo que usted dice…Además, el migrante puede elegir entre ingresar al sistema o irse adonde no hay nada y hacer algo.
LB: Esa fue la parte positiva de los migrantes. Los migrantes salieron de los callejones a buscar su libertad. Porque los callejones eran el único sitio donde se podía vivir. Era una cosa espantosa, no había agua, ni desagüe, ni luz, tenías un solo caño. En cambio si vas a la pampa de Comas, haces un pozo y ya está. Esa es la visión del hombre provinciano, pues. Él venía a hacer “la Lima”, y se ha hecho dueño de Lima. Ahora se cagó ya en Lima.
Universidad, “intelectuales” y actualidad
E: ¿Cuál es su opinión respecto a los intelectuales, a la universidad, respecto de aquellos que de alguna forma definen quién es un poeta, quién no y que se prestan para lo que usted llama “la trenza”?
LB: Bueno, mi opinión no es muy favorable. La gente debería estudiar, muchas veces se hace algo, pero no se va a fondo, al fondo del pensamiento, de una obra. El mundo está en crisis, no solo desde el punto de vista económico, social, educativo, sino que está a punto de desaparecer a causa de la estupidez humana. ¿Y quiénes manejan el mundo? ¿No son los doctores, los señores universitarios? Dónde está la inteligencia, dónde están los prohombres, los paradigmas. Luis Jaime Cisneros es periodista, Szyszlo de vez en cuando dice algo, pero son meros discursos declarativos. En los hechos nada. Nunca se ha visto que la educación en el Perú esté como está, con el presupuesto reduciéndose cada vez más. ¿Cuántas universidades tiene el Perú? Noventa universidades. ¿Cuántos estudiantes tiene San Marcos? Treinta y cinco mil estudiantes. ¿Cuántos estudiantes tiene Alas Peruanas? Setenta mil. ¡Cómo puede ser eso! Que en una universidad Alas Peruanas puedas comprar un título como si fuera Azángaro. Eso es producto de la crisis, del estado de involución en el que vivimos. Hasta en los noticieros sólo encuentras crímenes… Estamos viviendo una época de devaluación, de vandalización, en el que la clase dominante no quiere que la gente piense, no quiere que estudie. A las universidades no se les paga. Hemos perdido valores, todo está cagado. Hay que volver a leer el Manifiesto Comunista que ya en 1848 decía que estaban en quiebra los valores. Los médicos, abogados, escritores y poetas se vendían, la burguesía los absorbía y los introducía en su banquete. Los poetas, los artistas, los intelectuales de las uniones, de las sociedades se quejan de que el estado no los protege: ¿qué cosa quieren, que el Estado los proteja como en Rusia, como Mao protegía a los artistas en China? Si el Estado nos protege, nos caga, nos castra, nos vuelve a todos maricones, rosquetes. Tenemos que destruir al Estado, destruirlo con la inteligencia. No necesitamos ponerle bombas como Abimael Guzmán. Hay cosas más efectivas que las bombas, que las balas, y es la palabra, el verbo, utilizado para defender la verdad.
Los discursos ahora son declarativos. Uno tiene que hablar, pero empezar por hacer. Lo importante no es decir, sino ser, demostrar con los hechos que la crítica no es sólo un discurso. Ahí tenemos al llamado socialismo del siglo XXI. Chávez y compañía se dan la gran vida. Es difícil ser consecuente, hay que renunciar a varias cosas, tener una vida ejemplar, coherente con lo que predicas. Si amas la belleza, la verdad, lo bueno, la solidaridad; debes vivir de otra manera. Del sistema agarrar lo justo porque no puedes andar calato. Tampoco puedes vivir con un puñado de arroz por tres días. Hay que ser, como decían los anarquistas, afilador, carpintero, tener todas las profesiones.
E: ¿Qué propone usted? ¿Qué hacer?
LB: Si el planeta está en crisis, si estamos involucionando biológicamente y hay gente que está tratando de arreglarlo, luchemos también por la inteligencia, luchemos por los valores, por la veracidad. Por qué basarnos en la mentira, en la ficción, por qué fabular demasiado. Deberían llamarles la atención a los poetas y decirles que dejen de engañar. Tenemos suficiente con Las mil y una noches, Jerusalén libertada, la Biblia. Ahora, por qué no escribimos algo nuevo que diga la verdad, por qué no hacemos de la verdad un credo, por qué no hablamos sobre las cosas que estamos conversando en este momento, sobre el retroceso de la inteligencia, sobre el aumento de la estupidez. Es importante hablar de esto, en la poesía, en la novela, en el ensayo, en la política. No se trata solamente de salvar al planeta, sino también a la humanidad, al ser humano. Por ese lado hay que trabajar y escribir... Tenemos todo un mundo por denunciar, en prosa y en poesía, porque la poesía es otra forma de expresión. El poeta ya no debe decir mentiras. Si Juan Leonardo de Argensola en el año de 1616, más o menos, dijo: “porque ese cielo azul que todos vemos ni es cielo, ni es azul. ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!” Eso lo dijo en la época de la Inquisición. La poesía tiene una forma de decir la verdad, acabar con la mentira, de poner fin a la ficción. Por eso estamos jodidos, por no querer afrontar la realidad. ¿Quién tiene la culpa de eso? Los poetas. Al poeta, a ese señor hay que decirle hasta aquí nomás, porque la situación está muy jodida. Ya no estamos en el País de Jauja. Pero nosotros seguimos pensando que vivimos en esa época, vivimos engañados por la prensa, la religión, el Estado y eso de orden y familia… Estas cosas son importantes, debemos tenerlas en la mente para seguir la línea de los pocos sabios que en el mundo han sido. Fray Luis de León dijo: “qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido / y sigue la escondida senda por do han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”. Lo está diciendo una vez más, pero en poesía. Si uno quiere encontrar la sabiduría debemos buscarla en la soledad, en el retiro.