Por: Juan José Torre toro
El último martes 12 de julio se desarrolló el encuentro entre las selecciones de Perú y Chile. Más allá del resultado es importante dar cuenta de lo sucedido y comentado, no en el partido, sino en “la previa”.
Un enfrentamiento entre Perú y Chile concita la atención en cualquier ámbito de cosas y en cualquier terreno. Si se trata de futbol -el deporte más popular en medio planeta- entonces ello toma matices dramáticos. Un dramatismo que se manifiesta en la definición de este tipo de encuentros: EL CLÁSICO DEL PACIFICO. ¿Qué es un pues un clásico futbolístico? No es más que la reproducción simbólica de un enfrentamiento social o político llevado al terreno de lo deportivo.
Así, por ejemplo, el clásico U- Alianza, no es más que el enfrentamiento simbólico entre los estratos populares (negros, y cholos) y la elite (blancos o criollos). Es posible que el tiempo haya diluido las diferencias sociales y étnicas en los hinchas de ambos equipos, pero la idea de enfrentamiento social y revanchista que la subyace permanece.
En cuanto al llamado Clásico del Pacifico, sucede algo curioso y que ha quedado evidenciado en el último partido. La prensa deportiva peruana se esforzó por dotar de un aura especial al encuentro: no es un partido cualquiera –decían– es uno muy especial. Juan Vargas, el buen lateral peruano manifestaba que “Se puede perder con cualquiera, menos con Chile”. De alguna manera –consciente o no– los peruanos estamos buscando escenarios de revancha para una derrota militar. Alan García manifestaba no hace mucho que en poco tiempo seremos económicamente mejores que Chile: Incluso para la máxima autoridad política, representante nacional, el terreno económico es el escenario que prolonga un viejo conflicto.
Una actitud diferente fue la tomada por la prensa chilena, quizá sea porque el porvenir no les debe una victoria, parafraseando a González Prada. Quizá sea porque en realidad es un partido como todos, cuya importancia no va más allá de lo exclusivamente deportivo. Quizá sea porque procuran no poner en riesgo su victoria, exponiéndola al escarnio de una derrota simbólica.
Sea como fuere este tipo de encuentros prolongan, nos guste o no, viejos rencores, azuzan ánimos y terminan siendo válvulas de escape para pasiones reprimidas.
Es posible que en el largo camino de formación de la identidad nacional se necesite de demonios foráneos frente a quien edificarnos. Es posible. Después de todo Macera dijo alguna vez que el resentimiento y el odio pueden ser fuerzas impulsoras en la construcción de una nueva moral.